La sociedad clasifica las prácticas y las tendencias sexuales como «normales» o «desviadas», en función de unos criterios culturales que van cambiando con el tiempo. Buena prueba de ello es repasar las costumbres de alcoba de Roma o el Antiguo Egipto, y observar lo perturbadoras e inaceptables que resultan muchas de ellas.
El perturbador Egipto
Los faraones permitían el matrimonio entre hermanos y, en algunos casos, también entre padre e hija, con el fin de preservar la pureza del linaje. El incesto estaba permitido entre monarcas y la circuncisión, práctica adoptada posteriormente por los judíos, tenía un carácter ritual en la ceremonia de iniciación a la adolescencia. Los egipcios tenían una visión del sexo más pragmática que desenfrenada. Tal vez por ello a los violadores, esto es, los que actuaban como animales sin poder contener sus bajas pasiones, les estaba reservada una pena tan drástica como la castración.
Se cree que había ceremonias religiosas relacionadas con los ritos de la fertilidad que conllevaban la práctica de sexo en grupo. Un asombrado Herodoto, historiador griego del siglo V, describió con todo detalle una de las orgías celebradas en nombre de la diosa felina Sejmet Bastet en la ciudad de Bubastis: «Las barcas, llenas de hombres y mujeres, flotaron cauce abajo por el Nilo: Los hombres tocaban flautas de loto, las mujeres címbalos y los panderos, y quien no tenía ningún instrumento acompañaba la música con palmas y danzas. Bebían mucho y tenían relaciones sexuales. Esto era sí mientras estaban en el río; cuando llegaban a una ciudad los peregrinos desembarcaban y las mujeres cantaban, imitando a las de esa ciudad».
Se cree que existieron las conocidas como felatrices, que eran prostitutas especializadas en las felaciones y se distinguían por el color rojo intenso de sus labios. Una práctica aceptada en contraste con el conservadurismo de los romanos, que consideraban el sexo oral como algo impuro.
Los faraones encabezaban cada año una ceremonia de homenaje al dios Atum («El que existe por sí mismo») que consistía en dirigirse a la orilla del Nilo a masturbarse, cuidando que el semen cayera dentro del río y no en la orilla. Posteriormente, el resto de los asistentes a la celebración hacía lo propio. Su intención era emular a Atum, quien, según su tradición, se formó de la nada, tras lo cual se masturbó y de su semen nacieron los dioses que le ayudarían a crear y gobernar el universo.
Por el Papiro de Ebers, además, hay constancia de que la necrofilia no estaba gravemente censurada, como lo ha estado en todas las civilizaciones a lo largo de los siglos. Según este documento durante el reinado de Amenhotep I se descubrió que los embalsamadores cometían estas prácticas, sin que ninguno de ellos fuera castigado por llevar a cabo dicha parafilia. Lo cual no significa que fuera aceptado socialmente: los familiares de las mujeres fallecidas comenzaron a contratar guardias que vigilaran los cuerpos.
La homosexualidad y la Antigua Grecia
¿Qué pasó en la Antigua Grecia? Las generalidades han transmitido una visión desdibujada de su realidad y la de la civilización que posteriormente recogió su legado, Roma.
Los griegos practicaban la pederastia como una forma de introducción de los jóvenes (ya en la pubertad) a la sociedad adulta. Un mentor asumía la formación militar, académica y sexual de un joven –que no era considerado ni legal ni socialmente un hombre– hasta que alcanzaba la edad de casamiento.
En Atenas, la ciudad que condenó a muerte a Sócrates «por corromper a la juventud», la pederastia era principalmente una costumbre aristocrática.
En contraposición, Esparta veía en la pederastia una forma de adiestramiento militar e incluso se ha planteado que la relación entre alumno y maestro era del tipo casto, aunque también con un componente erótico. Pero si hay un ejército que llevó a su máxima expresión esta práctica fue el tebano. El Batallón Sagrado de Tebas fue una unidad de élite griega formada por 150 parejas de amantes masculinos.
Aunque la pederastia estaba aceptada como una práctica habitual entre los aristócratas –siendo objeto, no en vano, de burlas por parte de los plebeyos–, la homosexualidad entre hombres adultos despertaba en muchas ocasiones comportamientos homófobos.
Sexo en Roma
La homosexualidad en la Antigua Roma, sin ser un crimen penal –aunque lo era en el ejército desde el siglo II a.C.–, estaba mal vista en todos los sectores sociales, que la consideraban, sobre todo en lo referido a la pederastia, una de las causas de la decadencia griega.
Además de eso, en Roma era prioritario diferenciar quien ejercía el papel de activo y quién el de pasivo, tanto a nivel sexual como social. Como ejemplo de ello, los opositores a Julio César usaron siempre los rumores de que en un viaje diplomático había mantenido relaciones homosexuales con Nicomedes IV, Rey de Bitinia, para erosionar la autoridad del dictador romano. La acusación era grave no por tratarse de una relación homosexual, la cual podía ser asumida en algunas circunstancias, sino por haber ejercido supuestamente el papel de pasivo sexual. Julio César, que siempre negó la acusación, fue de hecho un conocido casanova con predilección por las esposas de otros senadores y cargos políticos.
Los romanos celebraban los Lupercales, un festival de depravación en el que los jóvenes se iniciaban en las relaciones sexuales. En Roma, la prostitución era vista como un mal necesario. Ejemplo de ello es que autores como Catón el Viejo (234-149 a. C.) la definieron como una auténtica bendición debido a que permitía a los jóvenes dar rienda suelta a sus más bajos deseos sin «molestar a las mujeres de otros hombres». Al mismo tiempo, «los romanos situaron a las personas que ofrecían su cuerpo por dinero en los espacios más despreciables de la sociedad», según explica la historiadora Lucía Avial en «Breve historia de la vida cotidiana en el Imperio Romano» (Nowtilus, 2018).
El sexo en el románico
El libro « Arte y sexualidad en los siglos del románico» reunió los estudios y teorías de siete reconocidos investigadores en torno al significado de las imágenes románicas con una fuerte carga sexual que aparecen en capiteles, canecillos, aleros y pilas bautismales.
En sus investigaciones se puede ver cómo el aborto y el infanticidio no eran considerados como «pecados sexuales», sino que se equiparaban al «homicidio» y llegaban a castigarse con penas de muerte, reducidas después a excomunión o penitencia.
Los llamados penitenciales trataban de regular el uso de «bebedizos» por parte de clérigos para «cumplir con el voto de castidad». También se observa cómo conductas como el adulterio, el incesto, la fornicación, el bestialismo, la masturbación o el lesbianismo se condenaban, por lo general, «con menor severidad que la homosexualidad masculina».
La medicina de la época trató de paliar los problemas que podía ocasionar la castidad en la salud de los hombres y mujeres de la Iglesia. El pronóstico médico aplicaba tratamientos distintos en función del sexo y remedios que pueden llegar a sorprender vistos desde la perspectiva actual, como que los clérigos no podían recurrir a la masturbación, que sí se permitía a las religiosas, siempre que la practicaran con su propia mano o con un consolador fabricado siguiendo unas premisas muy concretas.
La imagen de la mujer era un símbolo de la lujuria y, desde finales del siglo XI, se convirtió en sinónimo de tentación, sexo y pecado. «Para transmitir este mensaje se ideó una estrategia visual contundente y repulsiva que representaba el castigo de los pecados de la carne de una forma impactante: la mujer con serpientes», señaló Pedro Luis Huerta, historiador y coordinador de la publicación del libro «Arte y sexualidad en los siglos del románico».