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General: CUBANOS EN LA NIEVE
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 04/01/2020 17:31
Cubanos en la nieve
POR CARLOS LECHUGA
La primera vez que vi la nieve estaba en Marsella, acabando la postproducción de mi opera prima, en compañía de mi fotógrafo. Era una tarde gris y, sin previo aviso, como si nada, empezó a nevar. Cayó una pelusita de nieve, una bobería, pero nosotros dos, cubanitos con abrigos de tres por quilo, salimos al balcón y nos tiramos algunas fotos. Como no fue mucha no pudimos jugar a hacer bolas ni lanzarnos nada.
 
Calzadito agarraba de la superficie de los carros un poco de nieve y trataba de hacer pelotas, pero aquello no salía bien. Los dos teníamos muy poco dinero y una dieta extrema: cada día solo comíamos una especie de sándwich de queso que se llamaba Contadino.
 
La verdad era que Calza y yo despertamos muchas sospechas en el pequeño barrio de Marsella donde nos quedábamos. Mal abrigados, siempre muertos de frío, y de ambulantes, sin tener nada que hacer, parecíamos unos terroristas del Oriente Medio (o por lo menos así nos trataron).
 
Por treinta años había estado esperando el momento de conocer la nieve. La había visto en las películas, había leído sobre ella, incluso había escuchado la canción interpretada por Miriam Ramos que rezaba algo así como: No voy a ver la nieve… nunca voy a ver la nieve… Pero cuando pasó, cuando la sentí en las palmas de mis manos, me decepcionó.
 
Era una sensación muy rara.
 
La segunda vez que vi nevar estaba en Chicago. En un festival de cine. Estrenando. Estaba a punto de presentar Melaza en una de las salas de un cine múltiple en un centro comercial, y en uno de los pasillos del último piso me encontré a una anciana. Todavía no se había formado la cola, no había nadie allí para la película; sin embargo, estaba esta ancianita sentada en un banco, con un pote de comida en su falda, alimentándose antes de la proyección.
 
Y me dije: «Esta tiene que ser cubana». Me recordaba tanto a las abuelas cubanas que para no perderse ni una película del festival de cine cargaban con el almuerzo. Y por supuesto que sí era cubana. Me le acerqué, me presenté y empezamos a hablar.
 
Resulta que la mujer, que tenía unas canas muy plateadas, se llamaba Ana, y era nada más y nada menos que la hija de Mariano Brull. Ana era una cinéfila empedernida, y cuando llegaba a Chicago algo de cine cubano no se lo perdía.
 
Había salido de Cuba a principios de los 60 y no guardaba un buen recuerdo del registro que tuvo que pasar en el aeropuerto. Aunque, muy pícara, me contó que, tras ser desnudada y pesquisada, todavía no sabía bien cómo, pudo burlar a los aduaneros y sacar un Picasso.
 
No paraba de reírse. Eso no se lo quitaba nadie.
 
Había vivido fuera, tenía hijos, pero ahora estaba sola. Los hijos estaban lejos, muy ocupados.
 
Y ella, a pesar de estar allá, seguía teniendo esa cosa tan cubana de andar con un pote de comida. En un momento hablamos de Blanche Zacharie (que era familia) y de El Martí que yo conocí. Le brillaban sus ojitos.
 
En un momento, por la ventana, vi que afuera comenzaba a nevar. Parece que Ana vio en mi rostro el asombro y aprovechó para hacerme una anécdota de Martí y la nieve que ahora no logro recordar.
 
Esa noche fría, mientras afuera nevaba, el sol y las cañas del inicio de la película nos sirvió, a los cubanos que estábamos en la sala, un poco de abrigo.
 
Al terminar la función, Ana y yo nos despedimos; la vi perderse en la blancura del frío.
 
Un cuerpecito encorvado, nonagenario, cubano, en el medio de la noche helada.
 
No la volví a ver. No sé siquiera si vive aún.
 
De regreso al hotel, en la noche, pisé la nieve (espesa esta vez) y me aventuré a la cursilería de escribir en la acera la palabra Cuba. No sé por qué hice esa chealdad.
 
Con el tiempo seguí viajando, casi siempre por trabajo, y a veces volvía a presenciar el fenómeno. Estando en Noruega tuve la oportunidad de ir a visitar a mi amigo Nicolás en Lillestrom.
 
Mi socio, el jodedor, el moreno de Regla, era el único negro del barrio. Nicolás había cambiado; su espíritu alegre, desenfadado, había desaparecido. Su piel estaba más clara, grisácea, y su rostro estaba como absorto todo el tiempo.
 
Su mujer Inga y su hija me recibieron con tanto amor. Me ubicaron en un cuarto que había por debajo del nivel de la tierra, en el techo había una ventanita donde podías ver la nieve que había afuera.
 
Arriba de la cama donde yo iba a dormir había cientos de sellos y premios de papel (la hija de Nicolás era una entrenadora de caballos que había ganado muchos méritos).
 
En un momento, no sé si era tarde o temprano ya que el clima estaba bien raro, vi un venado al asomarme por la ventanita. Un venadito. Aquello me dio una tristeza tremenda. ¿Cómo había sobrevivido aquí el negro Nicolás? ¿No se ponía a bailar salsa? ¿Con quién hablaba de pelota? A su mujer lo que le gustaba era el balonmano femenino.
 
En fin, la cosa es que, en la mañana, Nicolás me llevó al bosque para cazar liebres. Sé que suena raro y se ve peor, pero fue así. Dos cubanos, con escopetas, en el medio de un bosque noruego, junto a una pareja de noruegos que llevaban un perro. El perro se encargaba de buscar la liebre y de hacerle una encerrona para que nos pasara por delante. Ahí había que disparar, y ya.
 
Mientras caminábamos por la nieve traté de abrirme un poco y hacer que Nicolás se abriera. Para saber si estaba bien, si lo podía ayudar de alguna manera con mi calidez recién llegada de La Habana. Pero el negro estaba más cerrado que un candado. En un momento le dije: «Mano, no sé cómo llevas tan bien este clima. La frialdad del aire, de la gente».
 
Nicolás esbozó una media sonrisa y me dijo: «Al principio no fue fácil, pero poco a poco me fui acostumbrando. Ahora no me imagino viviendo lejos de esto. Acá en el bosque encuentro mis hongos, las setas, para comer… Y cuando la niña era pequeña, jugar y hacerle su muñeco de nieve era algo muy especial».
 
Bosque adentro solo escuchábamos nuestros pasos y el saboreo de los labios sobre la cantimplora. Cantimplora que yo había tratado de llenar con un Añejo 7 Años que le había llevado de regalo y que él terminó llenando de un licor casero de frutos rojos.
 
No quise indagar más. Me sentía los pies mojados y la nieve sucia se me pegaba a las botas de agua. Entonces fue cuando Nicolás me miró y me dijo: «Carlos, estás equivocado. Tienes la cabeza muy confundida. Yo no tengo que bailar, ni tomar ron, ni estar al tanto de lo que pasa allá para saber quién soy. Yo soy cubano, pero la Cuba, así con mayúsculas, en la que todos pensamos, los de adentro y los de afuera… esa Cuba no existe. Es una idea. Y, como todas las ideas, hoy la puedes tener y mañana no. Hoy puede ser una idea bonita y más tarde no…»
 
No sé por qué me molesté. Me detuve un segundo y él siguió avanzando. Sus pasos en la nieve se veían inmensos. Ladridos de perro. Pasó un bicho y el negro apuntó: le sacó el ojo rojo a la blanca liebre.
 
Ahora aquí, en La Habana, a punto de acabar 2019, empieza a enfriar. La mayoría de los amigos están para sus provincias, celebrando con las familias, y el bar de encuentro se ha quedado vacío. Odio los 24 y los 31. El gorrión es inevitable.
 
Pienso en los amigos cubanos que están en la nieve, lejos de esta tierra. Algunos de ellos quizá encuentran felicidad en estar lejos, estando en un escenario diferente, un escenario de películas extranjeras.
 
Dicen que cada copo de nieve es diferente, especial.
 
Miro el bajón que tengo yo y agradezco que aquí no nieve.
 
No hay abrigo suficiente, las casas no fueron pensadas…, el carácter…
 
Aquí la gente no está preparada para eso.
******
    Diario de un cubano en Pennsylvania
Por Alvarez Guedez

Agosto 12
Hoy me mudé a mi nueva casa en el estado de Pennsylvania. ¡Que paz! Todo es tan bonito aquí. Las montañas son tan majestuosas. Casi que no puedo esperar para verlas cubiertas de nieve. Que bueno haber dejado atrás el calor, la humedad, el tráfico, los huracanes y el cubaneo de Miami. Esto si que es vida.
 
Octubre 14
Pensylvania es el lugar más bonito que he visto en mi vida. Las hojas han pasado por todos los tonos de color entre rojo y naranja. Que bueno tener las cuatro estaciones. Salí a pasear por los bosques y por primera vez vi un ciervo. Son tan ágiles, tan elegantes, es uno de los animales mas vistosos que jamas he visto. Esto tiene que ser el paraíso.
 
Espero que nieve pronto. Esto si es vida.
 
Noviembre 11
Pronto comenzará la temporada de caza de ciervos. No me puedo imaginar a nadie que quiera matar una de esas criaturas de Dios.
 
Ya llegó el invierno. Espero que nieve pronto. Esto si es vida.
 
Diciembre 2
Anoche nevó. Me desperté y encontré todo cubierto de una capa blanca.
 
Parece una postal . . . una película. Salí a quitar la nieve de los escalones y a dar pala en la entrada. Me restregué en ella y luego tuve una pelea de bolas de nieve con los vecinos (yo gané) y cuando la quitanieves pasó, tuve que volver a dar pala. ¡Que bonita nieve !
 
Parecen motitas de algodón esparcidas por todos lados. ¡Que lugar tan bonito!
 
Pennsylvania si que es vida.
 
Diciembre 12
Anoche volvió a nevar. Me encanta. La quitanieves me volvió a ensuciar la entrada, pero bueno… que le vamos a hacer, de todas maneras, esto si es vida.
 
Diciembre 19
Anoche nevó otra vez. No pude limpiar la entrada por completo porque antes que acabara, ya había pasado la quitanieves, así que hoy no pude ir al trabajo. Estoy un poco cansado de dar pala en esa nieve.
 
¡Cabrona quitanieves! ¡Que vida!
 
Diciembre 22
Anoche volvió a caer nieve, o mejor dicho… mierda blanca. Tengo las manos hechas mierda y llenas de callos de la pala. Creo que la quitanieves me vigila desde la esquina y espera a que acabe con la pala para pasar.
 
¡Puta madre que la parió !
 
Diciembre 25
Felices Navidades blancas, pero blancas de verdad, porque están llenas de mierda blanca. ¡Coño !… ¡Carajo !
 
Si cojo al hijo de la gran puta que maneja la quitanieves, te juro que lo mato. ¿No entiendo porque no usan más sal en las calles para que se derrita más rápido este carbón hielo de mierda?
 
Diciembre 27
Anoche todavía cayo más mierda blanca de esa. Ya llevo tres días encerrado. Salgo nada más cuando tengo que dar pala en la nieve después de que pasa la quitanieves. No puedo ir a ningún lugar.
 
El carro esta enterrado bajo una montaña de nieve negra. El noticiero dice que esta noche van a caer 10 pulgadas más de nieve. No me lo puedo creer.
 
Diciembre 28
El comemierda del noticiero se equivocó otra vez. No cayeron 10 pulgadas de nieve… cayeron ¡34 pulgadas más de esa mierda! . . . ¡Me cago en su madre! Como sigamos así, la nieve no se derretirá ni para el verano.
 
Ahora resulta que la quitanieves se rompió cerca de aquí y el hijo de puta del chofer vino a pedirme una pala. ¡Que descarado! Le dije que se me habían roto 6 palas limpiando la mierda que el me había estado dejando a diario. Así que le rompí la pala en la cabeza. Se lo merecía. ¡Comemierda !
 
Enero 4
Al fin hoy pude salir de la casa. Fui a buscar comida y un ciervo de mierda se metió delante del carro y lo maté.
 
¡Carajo ! El arreglo del carro me va a salir como en tres mil dólares. Estos animales de mierda debían ser envenenados. Ojalá los cazadores hubieran acabado con ellos el año pasado. La temporada de caza debería durar el ano entero.
 
Marzo 15
Me resbale en el hielo que todavía hay en esta puta ciudad y me partí una pierna.
 
Anoche soñé que sembraba una palma real.
 
Mayo 3
Cuando me quitaron el yeso, lleve el carro al mecánico. Me dijo que estaba todo oxidado por debajo por culpa de la sal de mierda que echaron en la calle. ¿A quien coño se le ocurre? ¿Es que no hay otra forma de derretir el hielo?
 
Mayo 10
Me mudé otra vez para Miami. ¡Esto si es vida! ¡Que delicia!
 
Calor, humedad, tráfico, huracanes y cubaneo.
 
La verdad es que cualquiera que se le ocurra vivir en ese Pennsylvania de mierda tan solitario y frío es un comemierda y tiene que estar, no solo cagalistroso, sino loco para el carajo.
 
¡Esto si es vida!
 
Alvarez Guedez


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