Cuba y Venezuela: el ocaso de dos dictaduras
El mito de la revolución bolivariana está cada vez más cerca de su definitiva extinción
La decisión de Nicolás Maduro y sus huestes de sicarios profesionales, amigotes y oportunistas de llevar a cabo el golpe parlamentario el pasado domingo 6 de enero establece las pautas de un encadenamiento de sucesos que, indudablemente, van a propiciar la derrota de una tendencia política inaugurada en las postrimerías del siglo XX por el teniente coronel Hugo Chávez Frías, diseñada en La Habana y continuada por el obediente chofer de ómnibus Nicolás Maduro, siempre atento a los recados de sus mentores cubanos.
La burda maniobra de impedir el acceso, a la sede del legislativo, a varias decenas de diputados de la oposición y al presidente en funciones, Juan Guaidó, mediante un desproporcionado y violento despliegue policial, con el objetivo de truncar la reelección de este último, podría acarrearle mayores represalias de la comunidad internacional al régimen que intenta establecer una dictadura similar a la que existe en Cuba, hace más de seis décadas.
Una intensificación del aislamiento a través de documentos condenatorios, embargos económicos y medidas políticas y diplomáticas más severas, por parte de organizaciones de derechos humanos y gobiernos democráticos sería devastador para una élite de poder que insiste en suplantar la institucionalidad democrática por un remedo neoestalinista, esta vez bautizado como socialismo del siglo XXI.
Con el control del parlamento, Maduro cierra el círculo de sus ambiciones, estimuladas, y bajo estricta supervisión, de quienes detentan el poder real en la Isla. Era la única entidad que no había podido ser secuestrada por el chavismo.
El éxito de los usurpadores no puede ser duradero. La pretendida consolidación del poder con el asalto parlamentario debe ser vista como un paso hacia el final de otra utopía, inspirada en los manuales marxistas-leninistas.
El legado de Chávez terminará en el basurero de la historia, probablemente en el transcurso del 2020, mediante un golpe de Estado, si sus administradores continúan desestimando las oportunidades de una salida negociada con elecciones libres y garantías del pleno ejercicio de los derechos fundamentales para todos los venezolanos.
El año en curso promete ser mucho más complicado que el anterior para los cubanos de a pie. Los suministros de petróleo afectados por el incremento de los conflictos internos en el país sudamericano podrían suspenderse de un momento a otro, lo cual redundaría en una maximización de las tensiones económicas en la mayor de las Antillas y, con ello, la posibilidad de agitaciones sociales de gran envergadura.
Con la caída del gobierno chavista, el castrismo perdería la fuente principal de los recursos para conservar su precaria estabilidad.
¿Qué otro país estaría dispuesto a suministrar millones de barriles de petróleo a precios de saldo, utilizados para satisfacer gran parte de la demanda interna y también en la obtención de dividendos por su reventa en el mercado internacional?
El progresivo debilitamiento de Maduro es una pésima señal para los inquilinos del Palacio de la Revolución. Si sale muerto, preso o en estampida hacia el exilio, desde la casa de gobierno, habrá un salto cuantitativo en los índices de represión a nivel nacional.
Cualquiera de los tres desenlaces, penden sobre el futuro cercano de un presidente que gobierna con el visto bueno de Raúl Castro y un grupo reducido de militares cubanos de alto rango. Un ejemplo de abierta intromisión en los asuntos internos de un país soberano.
Las aspiraciones dictatoriales de Maduro se balancean en la cuerda floja y Díaz-Canel será un autócrata efímero sin las generosas entregas de petróleo. Sin esos recursos, la gobernabilidad dependerá mucho más de la violación de los derechos humanos. Y eso tiene un costo. La impunidad tiene sus límites.