Una sonrisa, cualquiera diría que irónica, antecedió la respuesta de Ben Rhodes, quien fuera asesor de Barack Obama, cuando algún periodista le preguntó cómo consideraba a la emigración cubana, si económica o política.
Era marzo de 2016 y había viajado a La Habana acompañando al ex presidente estadounidense que, menos de un año más tarde, en enero de 2017, y apenas una semana antes de finalizar su mandato, eliminaría el decreto de “Pies secos, pies mojados” bajo el pretexto de poner freno a la migración desorganizada, así como al fenómeno del contrabando de personas en el Estrecho de la Florida.
La risilla de Rhodes, que también le sirvió para cerrar su respuesta y remarcar su idea de que la emigración cubana era en esencia económica, no sólo desconocía los sucesos casi en lo absoluto políticos que han desencadenado históricamente las oleadas migratorias en la Isla, sino que irrespetaba a la extensa comunidad de exiliados, así como indirectamente reconocía que el régimen cubano no era esa dictadura totalitaria contra la cual se establecieron excepcionalidades en la ley migratoria del país norteño.
No les fue suficiente a Barack Obama y su comitiva con la oleada de aplausos que suscitara entre los cubanos el izaje de su bandera en la embajada recién inaugurada. Tampoco los vítores que recibía de la multitud al pasar, en contraste con los silencios que caían como balde de agua helada sobre los dirigentes cubanos.
Mucho menos les bastó con la nada hospitalaria “reflexión” que les dirigiera Fidel Castro la víspera de culminar la visita. Un suceso, clímax del deshielo, que si bien entusiasmó a una parte de la cúpula en el poder, en tanto la apertura significaba dólares para la economía, por otra hizo temblar a la vieja guardia de los comunistas, quienes han demostrado que prefieren terminar los pocos años que les quedan de vida encerrados en su terquedad, rodeados de un país en ruinas, que ceder las riendas de un caballo muerto.
La realidad es que una mayoría dentro y fuera de la isla vio el “gesto” de Obama como una torpeza quizás hasta de muy “mala leche”, en tanto usaba el tema de la migración por un lado para mostrar sus simpatías con el régimen de La Habana, cumplir con la principal demanda de este en las mesas de diálogo a las cuales no supo sacar un mínimo de provecho, cumplir los deseos de un sector de los demócratas (y hasta de los republicanos) que ya venían con esas intenciones desde mucho antes; y por otro, dejarle una papa bien caliente, más que una broma de mal gusto, a Donald Trump.
Muy particularmente, pensando en la sonrisilla sarcástica de Rhodes al hablar de la emigración cubana, durante su conferencia en el Hotel Parque Central de La Habana, puedo también imaginar igual reacción de Obama al derogar el decreto, con lo cual no solo pretendía “joder” (para hablar en buen cubano) al cubano de a pie (ese que apenas tiene recursos para construirse una balsa de palos) sino hacerle una trastada a ese republicano que le impidió a la Clinton “ser continuidad”.
Estábamos en la calle un grupo de amigos, precisamente en pleno Paseo del Prado, cuando comenzó a correr la noticia de la controversial decisión de Obama. Hubo personas que incluso lloraron como el preso que ve cerrarse las puertas de la prisión a sus espaldas mientras el regocijo del gobierno se advertía en ese júbilo sobreactuado de los locutores del Noticiero Nacional, en cuyos rostros parecía asomar un rictus muy similar al del ex asesor de la Casa Blanca.
Sobrevinieron días que parecían de luto y en los hogares de la isla no se hablaba de otro asunto que no fuera ese, tan doloroso, que llevaba la frustración como trasfondo.
El tiempo ha demostrado que las razones de Barack Obama no tenían fundamento alguno. Los cubanos y cubanas continúan muriendo en el mar; los traficantes, que han penetrado incluso algunos consulados de La Habana, hoy piden más dinero que antes por usar vías alternativas a través de terceros países; los estafadores y estafados son multitud incontrolable; las muertes y crímenes en la selva y los campamentos de refugiados han superado en dos años las tragedias de etapas anteriores.
El drama humano que se vive tan solo en México incluso es ignorado por el canciller cubano que, en su reciente visita a la nación azteca, ni roza el tema de casualidad, quizás tan preocupado que anda buscándoles lugar a unos médicos convertidos en mercancía.
Tal vez habría que recordarle que los 623 831 visitantes cubanos a la isla en 2018, esos que menciona con sospechoso orgullo en su cuenta de Twitter, no son para nada migrantes “felices” que han “perdonado” y olvidado el desarraigo al que fueron condenados durante décadas, sino una mínima parte de ese pueblo en la diáspora que solo encontró un camino para su desarrollo profesional, su crecimiento personal, su prosperidad familiar, en las vías de la emigración, del escape, de la huida, de la “deserción”, que es como los comunistas gustan calificar a los cubanos que se van, que no retornan porque saben que “esto nunca va a cambiar”, y ese tan generalizado, tan depresivo, tan resignado criterio no es “económico”, es una conclusión “política”.
En cuanto a las razones del gobierno cubano para colocar el tema migratorio sobre la mesa de negociaciones, era evidente que en un contexto de “normalización” de las relaciones con la administración Obama , con unos planes económicos centrados en la millonaria captación de turismo desde los Estados Unidos y un intercambio económico para el cual fue proyectada la Zona de Mariel, el país gravemente afectado por el envejecimiento poblacional necesitaría de fuerza de trabajo suficiente.
De algún modo tenían que cerrar esa compuerta por donde escapaban jóvenes en edad laboral y hasta viejos profesionales cansados de pasar hambre en aras de construir un socialismo mucho más parecido a una comarca feudal, un rebaño o una celda para cobayas en un laboratorio demencial.
Ahora, fracasados los planes, el polvo sepultando la mesa de diálogo al mismo tiempo que la telaraña invade las reservas de divisas, llegan las tiendas recaudadoras de dólares “americanos” para advertirnos que la economía socialista continúa siendo esa misma que siempre “obligó” a cada familia a crear un “emisor de remesas” si pretende sobrevivir.
De modo que la “tarea de choque” del buen cubano, tan fiel a sus lazos familiares como a la vez tan convenientemente desmemoriado cuando teme, debe ser emigrar, ya que retenerlo resulta menos beneficioso para un gobierno que necesita de su “sacrificio” personal.
Durante estos días de celebraciones por la llegada del nuevo año, en unos de esos bailables populares a los que el partido comunista escamotea para sí la espontánea alegría que producen estas fechas, fue que escuché al vocalista de una orquesta pedirle al público que gritara varios deseos para el 2020.
El mismo cantante fue quien terminó sugiriéndole a la multitud lo que debería ser la primera de sus aspiraciones como sinónimo de prosperidad: “¡Que levante la mano el que quiera una visa pa´l Yuma!”, gritó varias veces, a pesar de que el concierto, por decreto oficial, era dedicado al aniversario 61 de la revolución. Nadie quedó con los brazos caídos. Incluso fueron miles quienes levantaron con euforia los dos.