Así es como los candidatos se conforman con
votantes LGBTQ en su mayoría jóvenes y 'muy liberales'
Bernie Sanders tiene la mayor proporción de votantes LGBTQ con un 34%, mientras que la base de partidarios de Pete Buttigieg tiene una mayoría de votantes LGBTQ mayor que cualquier otra campaña.
Un Sanders al alza asusta en el inicio de las primarias
Una encuesta de más de 95,000 votantes demócratas potenciales realizada por Morning Consult brinda información valiosa para los miembros del partido días antes de que comience el caucus de Iowa. 17.836 de esos votantes, el 12%, se identifican como LGBTQ, y los resultados revelan cómo cada candidato presidencial se perfila con el grupo demográfico.
La encuesta, realizada entre el 20 y el 26 de enero, muestra que se descubrió que las personas que identifican LGBTQ son más liberales y más jóvenes que otros grupos demográficos, lo que significa que son una parte creciente y vital del futuro del partido. "Los votantes LGBTQ tienen aproximadamente el doble de probabilidades de identificarse como 'muy liberales' y tener entre 18 y 29 años", se lee en el resumen.
Entre los candidatos principales, el 34% de los votantes LGBTQ informaron que apoyan al senador Bernie Sanders. Este es más apoyo de este grupo demográfico que cualquier otro candidato, y más grande que la fuerza de cualquier otro candidato con cualquier otra identidad.
La segunda entre los votantes LGBTQ fue la senadora Elizabeth Warren con el 19%. El ex vicepresidente Joe Biden estaba ligeramente por detrás con un 18%, y el candidato Pete Buttigieg, el único candidato que se encuentra dentro de este grupo demográfico, tenía aproximadamente el 12% de la participación. Detrás de Buttigieg estaba el ex alcalde de la ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg, con un 7%. Bloomberg ha aumentado recientemente y se está recuperando de un apoyo bajo cero con los votantes LGBTQ antes de este mes. La última es la senadora Amy Klobuchar, quien nunca ha tenido más del 5% de apoyo entre este grupo demográfico.
Morning Consult atribuye la gran popularidad de Sanders entre los votantes LGBTQ debido a su "largo historial de apoyo a los derechos de los homosexuales" como alcalde de Burlington, Vermont y como senador, y señaló que apoyaba la igualdad matrimonial tres años antes que Biden. También lo atribuyen a la influencia en la ideología del votante hacia la izquierda, que trabaja a favor del político independiente.
Los resultados también proporcionan información sobre la demografía de la base de apoyo de cada candidato. De los votantes que tienen a Buttigieg como su primera opción para la nominación, el 21% se identifica con LGBTQ, más que cualquier otro candidato. Por otro lado, Biden tiene la menor cantidad de votantes LGBTQ en su base con un 7%. La "composición demográfica ayuda a explicar por qué Biden tiene un rendimiento inferior entre los votantes primarios LGBTQ, en comparación con su participación en el electorado primario general", se lee en el informe resumido.
Esto significa que si bien Sanders tiene más votantes LGBTQ en su esquina dentro del partido, los votantes que apoyan a Buttigieg tienen más probabilidades de identificarse como LGBTQ en comparación con otros. Si bien Biden es uno de los principales contendientes en la primaria, sus partidarios son en su mayoría heterosexuales o cisgénero, no LGBTQ.
Mirando a noviembre, Morning Consult también encontró en una encuesta separada realizada con Político que los votantes ven a un candidato LGBTQ como "un momento difícil" para derrotar a Donald Trump, más que la identidad de cualquier otro candidato.
Un Sanders al alza asusta en el inicio de las primarias
El pequeño estado rural del Medio Oeste es el termómetro de las primarias y la temperatura ha subido: Sanders ha escalado en las encuestas, ha sobrepasado a Biden y podría obtener mañana una victoria que sacudiría al partido. Hasta un sol tímido que calienta la alfombra de nieve y hielo que cubre los alrededores de Des Moines, la capital del estado, pone de su parte.
En 2016 la entonces candidata del establishment, Hillary Clinton, ganó aquí por los pelos. Fue la primera advertencia de que Sanders, a quien no se le daban muchas posibilidades al principio del proceso, iba en serio.
El veterano senador por Vermont no solo sigue yendo en serio este año, sino que va mejor armado que sus rivales. Su campaña se ha gastado en los últimos tres meses 50 millones de dólares, una diferencia de más de 15 millones con el exvicepresidente Biden. Los esfuerzos de recaudación entre pequeños donantes permitieron a Sanders acabar el año con 18,2 millones en caja, frente a los 8,9 millones de su principal rival. Eso quiere decir que, incluso con una derrota en Iowa, Sanders podrá seguir con la pelea mucho tiempo, en una guerra en la que además tiene un ejército de más de 900 empleados -frente a los 490 de Biden- y miles de voluntarios.
La fortaleza de Sanders se notaba también en ataques desde la campaña de la candidata con propuestas más similares, la de la también senadora Elizabeth Warren. En un acto de campaña en el centro de Des Moines, la diputada Ayanna Pressley aseguraba el viernes por la noche que Warren conjuga «empatía y elegibilidad», en un dardo envenenado a Sanders, al que acusan de escasear de ambos. «¡Con ella lo podéis tener todo!», gritaba al público.
Ese día ni Warren ni Sanders hicieron campaña en Iowa, ya que debían estar en Washington para las votaciones sobre el impeachment a Trump en el Senado. Pero Warren llegó pasadas las diez de la noche a Peace Tree, el bar de enfrente, para animar a sus seguidores: «¡Hola, Des Moines! He oído que hay gente que quiere hacerse selfies», ofreció nada más llegar.
En la mente de los votantes de Iowa, y del resto de las primarias demócratas, combaten dos preguntas: ¿qué candidato me gusta más, sea por carisma o por su programa? y ¿qué candidato tiene más opciones de echar a Trump de la Casa Blanca?
Pretendientes como Sanders o Warren apuestan por políticas agresivas, como la instauración de una sanidad pública universal, la financiación de la educación superior o el aumento de la presión fiscal a empresas y grandes fortunas. Los moderados -Biden, pero también Pete Buttigieg o Amy Klobuchar- ofrecen soluciones intermedias para la sanidad o la educación. Su apuesta, sin embargo, es que estarán mejor dotados que los izquierdistas para derribar a Trump, ya que convencerán a los moderados de ambos partidos y a los independientes.
Biden lidera a nivel nacional
El paso de Trump por la Casa Blanca «acaba aquí y ahora con nosotros», decía Biden en un anuncio de última hora que se empezó emitir ayer en las televisiones las dos principales ciudades de Iowa, Des Moines y Cedar Rapids. El vicepresidente con Obama celebró ayer mítines en esta última, pero también en pequeñas localidades como North Liberty, donde volvió a postularse como la mejor opción para acabar con Trump.
«Yo no creo que haya división en el partido si gana Sanders», asegura William tras un mitin de la campaña del senador de Vermont. «He conocido a votantes de Trump en 2016 que están decepcionados y que ahora están convencidos de que Sanders es el candidato de la gente humilde», añade.
Para otros, como Mike, las propuestas políticas son lo primero y ordenan sus preferencias en función de ello: «Amy Klobuchar es mi preferida», dice sobre otra senadora, de un estado del Medio Oeste (Minnesota). «Después Joe Biden y Pete Buttigieg».
A nivel nacional, Biden manda todavía en los sondeos. Pero es una incógnita qué efectos tendrán los resultados de Iowa en el resto de la carrera. Una victoria de Sanders el lunes podría espolear a sus bases, pero también serviría para agitar todavía más la bandera del miedo al candidato socialista y que Biden aglutine más el voto centrista.
Un sistema de votación particular
El primer estado que vota en las primarias lo hace con un sistema particular: los caucus. En lugar de depositar en una urna un voto por un candidato, se celebran reuniones –1.678 en todo el estado– en lugares como polideportivos, colegios, bibliotecas o restaurantes.
Los participantes se colocan en grupos, en función de a qué candidato apoyen. También hay un grupo para los indecisos. Para que estos grupos sean viables, debe tener al menos un 15% de las personas presentes. Tras el primer recuento, quienes están en grupos «no viables» –incluidos los indecisos, si no llegan al umbral– tienen la oportunidad de moverse a otro grupo. Solo hay una oportunidad de cambiar de grupo. Una vez que los grupos están definidos, se calcula el número de delegados –quienes irán a la convención demócrata que ungirá al nominado en julio– que se asigna a cada uno.
El aspirante más joven, de 38 años, sigue el idealismo pragmático de Obama y sería el primer presidente abiertamente homosexual.
La carrera por la presidencia del Gobierno más poderoso del mundo comienza entre los maizales de Iowa, un Estado de algo más de tres millones de habitantes y una escasa diversidad racial, poco representativa de lo que es hoy Estados Unidos. En ese trozo de América se celebran, sin embargo, los primeros caucus para elegir al candidato de cada partido a las elecciones y eso ha llevado el primer sábado de noviembre a Pete Buttigieg al colegio de secundaria de Decorah, un pueblo con 7.000 vecinos y una curiosa huella cultural escandinava, fruto de la inmigración del siglo XIX.
“¡Me encanta estar en una ciudad donde a nadie le va a parecer raro que uno aprenda noruego de forma autodidacta!”, espeta a un público eminentemente mayor nada más subir al escenario. Buttigieg estudió nociones de ese idioma para poder leer al novelista Erlend Loe en versión original. También habla algo de español, chapurrea árabe y, si se incendia la catedral de Notre Dame, da el pésame en francés. Es graduado en Harvard, becado del prestigioso programa internacional Rhodes y sí, cómo no, también toca el piano. El más joven aspirante a la Casa Blanca, de 38 años recién cumplidos, tiene un aire de niño prodigio casi agotador. A los 29 ya era alcalde de su natal South Bend, Indiana. De adolescente, en el último año de instituto, ganó un concurso de la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy con un ensayo sobre un político izquierdista de Vermont, ni más ni menos que Bernie Sanders. “El coraje de Sanders es evidente en la primera palabra que usa para describirse a sí mismo: socialista”, escribió.
Buttigieg pelea dos décadas después con ese senador y otro puñado de curtidos políticos por la candidatura demócrata. Si gana, será el primer presidente estadounidense de la generación milenial y, también, el primero abiertamente homosexual. Este periódico lo acompañó durante dos días en una ruta en autobús por Iowa a principios de noviembre para tratar de averiguar el secreto de este hombre que, con poca más experiencia política que la de la alcaldía de una ciudad de 100.000 habitantes, se ha colocado cuarto en los sondeos, por delante de un buen puñado de veteranos de Washington.
Es sábado por la noche y Pete, como se suele referir a él su equipo, sube al autocar ya sin corbata, protegido del frío por una cazadora de aviador. Ha participado en cuatro actos ese día y tiene programados tres más para el siguiente, pero solo se le adivina el cansancio en la voz, de un inconfundible tono grave que, en ese momento, suena algo agrietada. Abre una cerveza y empieza a recibir preguntas. Las normas del viaje son sencillas: todo es on the record, es decir, todo se puede grabar, escribir o publicar, sin limitación de temas. Tanto si el trayecto entre eventos dura 30 minutos o es dos horas, Buttigieg responderá de un asunto u otro con salto con pértiga: el precio de las matrículas, Oriente Próximo, el cambio climático, los rifirrafes del último debate.
En un momento, surge el gran dilema de estas primarias, el tan traído y llevado giro izquierdista del partido que impulsan rivales como Sanders y Elizabeth Warren, segundo y tercera en liza, y si eso le deja a él en el flanco moderado junto al exvicepresidente Joe Biden, la propuesta más continuista y, como teme el joven político de Indiana, menos electrizante. Inspira con fuerza, mira a la nada durante dos segundos —ritual que repetirá en muchas contestaciones— y apunta con mucha intención: “Está claro que los senadores Warren y Sanders son realmente atractivos para quienes tienen ese deseo de pureza”, afirma, pero añade después: “No estoy de acuerdo en identificar las políticas más divisivas como las más valientes”.
Se puede explicar de forma menos abstracta: mientras que Sanders y Warren reclaman un sistema de sanidad universal que elimine los seguros privados, Buttigieg defiende el mantenimiento de la opción de los seguros privados para quienes así lo deseen, y frente a la idea de una educación universitaria gratuita para todos en los centros públicos, el joven político de Indiana sostiene que las familias con ingresos a partir de los 100.000 dólares deberían seguir pagando.
Hay en él algo de síndrome de hijo rebotado en un hogar marxista. Su padre, Joseph Buttigieg, era un académico emigrado de Malta, traductor de las obras de Gramsci. El precandidato cuenta en sus memorias políticas, Shortest Way Home, que no se dio cuenta hasta años después, ya adulto, de la tensión que suponía el hecho de que su padre fuera un hombre de izquierdas, crítico público y peleón de la Administración de Reagan, “algo nada fácil en el campus como el de Notre Dame en los años ochenta”.
En el campo de minas de la política y la identidad, o de la política de la identidad, Pete Buttigieg baila claqué. Forjado en la conservadora Indiana, veterano en Afganistán y muy religioso, en 2018 se casó con Chasten, un profesor de Humanidades también treintañero que ha adoptado el exótico apellido del político. Porque hasta en eso llama la atención. Cuando anunció que se presentaba, se publicaron decenas de piezas explicando cómo había que pronunciarlo. Para un hispanohablante sería algo así como búdellech.
Si se le plantea si cree un problema su condición sexual para ganar las presidenciales, argumenta que logró repetir mandato como alcalde de South Bend al poco de salir del armario (en 2015). Cuando se le acusa de escasa experiencia, argumenta que nada como ocho años de gestión municipal para conocer las verdaderas necesidades de la gente, y saca pecho por el resurgir económico de su ciudad, muy castigada por la desindustrialización, o recuerda su trayectoria militar, la más destacada que llegaría a la Casa Blanca desde Bush padre.
En un foro sobre discapacidad en Cedar Rapids, hizo una reflexión curiosa sobre ese colectivo y el LGBTI que exploraba la idea de la gran coalición de intereses. “Se trata en ambos casos de comunidades que, muy a menudo, se juegan los mismos derechos, comparten los mismos intereses, pero internamente son increíblemente diversos, en cuestión de raza, o de origen, incluso políticamente”, dijo. Más tarde en el autobús, abundará en ello y lo extrapolará a la política estadounidense: “Es muy importante encontrar la forma de tejer a la sociedad. Cuando surge una ley o una decisión judicial que pone en peligro unos derechos, de repente une a un montón de gente que en lo demás es radicalmente distinta entre sí, pues eso es lo que deberíamos usar para crear un mejor sentido de pertenencia y de respeto en este país”.
Con el paso de los meses, su imagen ha sufrido ya la primera ola de desgaste. Sus casi tres años de trabajo en la consultora de empresas McKinsey han despertado críticas en el campo más progresista y sufre una nula conexión con el votante afroamericano, algo especialmente doloroso para el aspirante que ha puesto la unidad de los estadounidenses en el centro de su mensaje.
Para ganar las elecciones en noviembre, defiende, los demócratas no deben centrarse en los asuntos más divisivos, sino aprovechar las nuevas mayorías que suscitan reformas más graduales y captar a los votantes indecisos. “Debemos demostrar a los americanos de las zonas rurales, conservadores, que son parte del futuro que queremos. No es que vayamos a ganar cada condado republicano, pero debemos apelar a más estadounidenses”, argumenta.
No hay ardor guerrero en la campaña de Buttigieg, pero sí una apasionada invocación a la esperanza, un idealismo intelectual y pragmático, de corte inconfundiblemente obamaniano, el sí se puede, pero hasta donde se puede. Es difícil atraparle en un renuncio, a todo responde de forma elaborada, profunda, sin estar claro el sex-appeal electoral que eso despierta. Una de las noches, ya en el hotel, comparte pizza con los periodistas y habla de literatura, de métodos de debate, de Europa. Los días acaban tarde para él desde hace meses. Antes de dormir habla con Chasten.
La candidatura de Buttigieg refleja muchos de los cambios sociales de este país y sirve para plantear muchas preguntas, pero la más importante, con vistas al 3 de noviembre de 2020, es si unas elecciones se ganan desde la causa o desde el consenso.
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