Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: Pete Buttigieg sigue el idealismo de Barack Obama
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CAMPESINO2  (Mensaje original) Enviado: 02/02/2020 17:09
 Pete Buttigieg
El aspirante más joven, de 38 años, sigue el 
idealismo pragmático de Obama y sería el primer presidente abiertamente homosexual
        La carrera por la presidencia del Gobierno más poderoso del mundo comienza entre los maizales de Iowa, un Estado de algo más de tres millones de habitantes y una escasa diversidad racial, poco representativa de lo que es hoy Estados Unidos. En ese trozo de América se celebran, sin embargo, los primeros caucus para elegir al candidato de cada partido a las elecciones y eso ha llevado el primer sábado de noviembre a Pete Buttigieg al colegio de secundaria de Decorah, un pueblo con 7.000 vecinos y una curiosa huella cultural escandinava, fruto de la inmigración del siglo XIX.
 
“¡Me encanta estar en una ciudad donde a nadie le va a parecer raro que uno aprenda noruego de forma autodidacta!”, espeta a un público eminentemente mayor nada más subir al escenario. Buttigieg estudió nociones de ese idioma para poder leer al novelista Erlend Loe en versión original. También habla algo de español, chapurrea árabe y, si se incendia la catedral de Notre Dame, da el pésame en francés. Es graduado en Harvard, becado del prestigioso programa internacional Rhodes y sí, cómo no, también toca el piano. El más joven aspirante a la Casa Blanca, de 38 años recién cumplidos, tiene un aire de niño prodigio casi agotador. A los 29 ya era alcalde de su natal South Bend, Indiana. De adolescente, en el último año de instituto, ganó un concurso de la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy con un ensayo sobre un político izquierdista de Vermont, ni más ni menos que Bernie Sanders. “El coraje de Sanders es evidente en la primera palabra que usa para describirse a sí mismo: socialista”, escribió.
 
Buttigieg pelea dos décadas después con ese senador y otro puñado de curtidos políticos por la candidatura demócrata. Si gana, será el primer presidente estado­unidense de la generación milenial y, también, el primero abiertamente homosexual. Este periódico lo acompañó durante dos días en una ruta en autobús por Iowa a principios de noviembre para tratar de averiguar el secreto de este hombre que, con poca más experiencia política que la de la alcaldía de una ciudad de 100.000 habitantes, se ha colocado cuarto en los sondeos, por delante de un buen puñado de veteranos de Washington.
 
Es sábado por la noche y Pete, como se suele referir a él su equipo, sube al autocar ya sin corbata, protegido del frío por una cazadora de aviador. Ha participado en cuatro actos ese día y tiene programados tres más para el siguiente, pero solo se le adivina el cansancio en la voz, de un inconfundible tono grave que, en ese momento, suena algo agrietada. Abre una cerveza y empieza a recibir preguntas. Las normas del viaje son sencillas: todo es on the record, es decir, todo se puede grabar, escribir o publicar, sin limitación de temas. Tanto si el trayecto entre eventos dura 30 minutos o es dos horas, Buttigieg responderá de un asunto u otro con salto con pértiga: el precio de las matrículas, Oriente Próximo, el cambio climático, los rifirrafes del último debate.
 
En un momento, surge el gran dilema de estas primarias, el tan traído y llevado giro izquierdista del partido que impulsan rivales como Sanders y Elizabeth Warren, segundo y tercera en liza, y si eso le deja a él en el flanco moderado junto al exvicepresidente Joe Biden, la propuesta más continuista y, como teme el joven político de Indiana, menos electrizante. Inspira con fuerza, mira a la nada durante dos segundos —ritual que repetirá en muchas contestaciones— y apunta con mucha intención: “Está claro que los senadores Warren y Sanders son realmente atractivos para quienes tienen ese deseo de pureza”, afirma, pero añade después: “No estoy de acuerdo en identificar las políticas más divisivas como las más valientes”.
 
Se puede explicar de forma menos abstracta: mientras que Sanders y Warren reclaman un sistema de sanidad universal que elimine los seguros privados, ­Buttigieg defiende el mantenimiento de la opción de los seguros privados para quienes así lo deseen, y frente a la idea de una educación universitaria gratuita para todos en los centros públicos, el joven político de Indiana sostiene que las familias con ingresos a partir de los 100.000 dólares deberían seguir pagando.
 
Hay en él algo de síndrome de hijo rebotado en un hogar marxista. Su padre, Joseph Buttigieg, era un académico emigrado de Malta, traductor de las obras de Gramsci. El precandidato cuenta en sus memorias políticas, Shortest Way Home, que no se dio cuenta hasta años después, ya adulto, de la tensión que suponía el hecho de que su padre fuera un hombre de izquierdas, crítico público y peleón de la Administración de Reagan, “algo nada fácil en el campus como el de Notre Dame en los años ochenta”.
 
En el campo de minas de la política y la identidad, o de la política de la identidad, Pete Buttigieg baila claqué. Forjado en la conservadora Indiana, veterano en Afganistán y muy religioso, en 2018 se casó con Chasten, un profesor de Humanidades también treintañero que ha adoptado el exótico apellido del político. Porque hasta en eso llama la atención. Cuando anunció que se presentaba, se publicaron decenas de piezas explicando cómo había que pronunciarlo. Para un hispanohablante sería algo así como búdellech.
 
Si se le plantea si cree un problema su condición sexual para ganar las presidenciales, argumenta que logró repetir mandato como alcalde de South Bend al poco de salir del armario (en 2015). Cuando se le acusa de escasa experiencia, argumenta que nada como ocho años de gestión municipal para conocer las verdaderas necesidades de la gente, y saca pecho por el resurgir económico de su ciudad, muy castigada por la desindustrialización, o recuerda su trayectoria militar, la más destacada que llegaría a la Casa Blanca desde Bush padre.
 
En un foro sobre discapacidad en Cedar Rapids, hizo una reflexión curiosa sobre ese colectivo y el LGBTI que exploraba la idea de la gran coalición de intereses. “Se trata en ambos casos de comunidades que, muy a menudo, se juegan los mismos derechos, comparten los mismos intereses, pero internamente son increíblemente diversos, en cuestión de raza, o de origen, incluso políticamente”, dijo. Más tarde en el autobús, abundará en ello y lo extrapolará a la política estadounidense: “Es muy importante encontrar la forma de tejer a la sociedad. Cuando surge una ley o una decisión judicial que pone en peligro unos derechos, de repente une a un montón de gente que en lo demás es radicalmente distinta entre sí, pues eso es lo que deberíamos usar para crear un mejor sentido de pertenencia y de respeto en este país”.
 
Con el paso de los meses, su imagen ha sufrido ya la primera ola de desgaste. Sus casi tres años de trabajo en la consultora de empresas McKinsey han despertado críticas en el campo más progresista y sufre una nula conexión con el votante afroamericano, algo especialmente doloroso para el aspirante que ha puesto la unidad de los estadounidenses en el centro de su mensaje.
 
Para ganar las elecciones en noviembre, defiende, los demócratas no deben centrarse en los asuntos más divisivos, sino aprovechar las nuevas mayorías que suscitan reformas más graduales y captar a los votantes indecisos. “Debemos demostrar a los americanos de las zonas rurales, conservadores, que son parte del futuro que queremos. No es que vayamos a ganar cada condado republicano, pero debemos apelar a más estadounidenses”, argumenta.
 
No hay ardor guerrero en la campaña de Buttigieg, pero sí una apasionada invocación a la esperanza, un idealismo intelectual y pragmático, de corte inconfundiblemente obamaniano, el sí se puede, pero hasta donde se puede. Es difícil atraparle en un renuncio, a todo responde de forma elaborada, profunda, sin estar claro el sex-appeal electoral que eso despierta. Una de las noches, ya en el hotel, comparte pizza con los periodistas y habla de literatura, de métodos de debate, de Europa. Los días acaban tarde para él desde hace meses. Antes de dormir habla con Chasten.
 
La candidatura de Buttigieg refleja muchos de los cambios sociales de este país y sirve para plantear muchas preguntas, pero la más importante, con vistas al 3 de noviembre de 2020, es si unas elecciones se ganan desde la causa o desde el consenso.



Primer  Anterior  Sin respuesta  Siguiente   Último  

 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados