Brad Pitt y la trampa de la belleza
Ellos también enfrentan un doble estándar. Desde que se quitó la camisa en ‘Thelma & Louise’ su trabajo como actor ha sido subestimado. Pero si te fijas bien, sus interpretaciones exploran la masculinidad de formas muy complejas.
El significado de Brad Pitt —como actor, estrella y fetiche visual supremo— puede remontarse al momento en la película de 1991 Thelma & Louise en que la cámara recorre su pecho desnudo hasta llegar a su rostro, como una caricia. William Bradley Pitt nació en 1963, pero Brad Pitt brotó de esa oda de trece segundos a la belleza masculina erotizada, iniciando una carrera y una vida analizadas de cerca, decenas de películas y toda una biblioteca de exaltaciones delirantes, chismes jugosos e imágenes de revista casi pornográficas.
El delirio ha continuado con Once Upon a Time… in Hollywood, de Quentin Tarantino, en la que Pitt interpreta a Cliff Booth, un papel perfecto para él: un doble cinematográfico experimentado y un tipo genial. Todo acerca de Cliff luce bien, tan naturalmente desenfadado, ya sea que esté detrás del volante de un Coupe de Ville o paseando por un terreno baldío polvoriento. El novelista Walter Kirn alguna vez escribió que Robert Redford “es un símbolo de la industria (cinematográfica), de alguna manera, con todo su encanto relajado californiano”. En Once Upon a Time, Tarantino transforma ese ideal con Cliff, explotando la apariencia y el encanto de Pitt para crear otro sueño californiano bronceado, dorado y muy blanco.
Así que, desde luego, Tarantino, puesto que es Tarantino, hace que Cliff-Pitt se quite la camisa, en una escena que es tanto un guiño al momento fundacional del actor en Thelma & Louise como otra oda efusiva a la belleza masculina. Es un día caluroso; Cliff tiene poco trabajo. Así que toma sus herramientas y una cerveza y se sube a un techo para arreglar una antena, casi exactamente con la misma ropa que Pitt llevaba en Thelma & Louise. Después, Cliff se quita la camisa hawaiana que lleva y también la camiseta que dice Champion debajo de esa y, de nuevo, Brad Pitt se muestra con el pecho descubierto, elevándose por encima de Hollywood y de nuestra mirada, haciendo que la línea de por sí delgada entre el actor y el personaje se difumine aún más de manera exquisita.
El 9 de febrero, la noche del Oscar, nuestra mirada se posará de nuevo sobre Pitt, quien fue nominado en la categoría de mejor actor de reparto por su papel en Once Upon a Time. Es bueno que sus colegas se hayan tomado la molestia de nominarlo, porque antes se habían mostrado reacios a reconocerlo. A pesar de todos sus años de carrera y papeles elogiados por la crítica, Pitt solo ha ganado un Oscar: una estatuilla a la mejor película por haber ayudado a producir 12 años de esclavitud. Como actor, ya lo han nominado tres veces: una vez como actor de reparto (12 Monos) y dos veces como actor principal (El curioso caso de Benjamin Button y Moneyball). Es útil recordar que Rami Malek, Eddie Redmayne y Roberto Benigni han ganado el premio al mejor actor.
La Academia no ha sido la única que ha menospreciado a Pitt. La belleza puede ser una trampa y una bendición, también para los hombres. Algunas de sus decisiones del pasado tampoco lo ayudaron, como Leyendas de pasión, un fracaso risible en el que se convirtió en un poni sexual de oro. Tampoco fueron de ayuda los periodistas calenturientos: “Su cuerpo parece salido de un póster de Bruce Weber”, exclamó uno en 1991. Cuatro años después, con un tono al parecer irónico, People escribió que “daban ganas de montar a pelo por las pendientes de su cabello”. Pitt atizó la calentura posando para medios que ávidamente satisficieron sus ensueños eróticos, como su portada de Rolling Stone en 1994 para promocionar Entrevista con el vampiro, en la que mira fijamente a la cámara como un Kurt Cobain hecho adonis.
Los críticos fueron desagradables (me declaro culpable), pero conforme las malas películas dieron lugar a las buenas, las reseñas mejoraron. Poco después, uno de los clichés favoritos era escribir que era un actor de reparto atrapado en el cuerpo de una estrella (culpable de nuevo). Parte de esto, creo, se debe al escepticismo que provoca la belleza, como si no pudiéramos confiar en ella porque “simplemente” es superficial y tonta, por lo que la persona hermosa también es superficial y quizá incluso merece el desprecio que subyace a la obsesión. No tiene nada de nuevo la manera en que castigamos la belleza. La historia del cine está llena de víctimas de esta maligna dinámica de amor y odio, y no todas son mujeres.
Sin embargo, una vez que se ha consolidado, la identidad de la estrella puede convertirse en una idea recibida, no solo una máscara, y quizá sea difícil quitársela. El éxito temprano de Pitt con frecuencia fue descrito como un cuento de hadas acerca de un chico de Misuri que “sin motivo aparente”, como lo expresó un escritor, llegó a Hollywood y de inmediato se convirtió en una gran sensación. (Corte a las comparaciones con James Dean, de las que hubo muchas). Pitt estudió actuación en Los Ángeles, incluso con el reconocido Roy London, pero la labor de la actuación no es sensual. Tampoco encaja con el mito de que las estrellas no pueden actuar. Sin embargo, la actuación es más que el Método, el sufrimiento transmitido y el hecho de bajar (o subir) de peso, y aunque Pitt puede ser grandilocuente en su actuación —ha interpretado a Aquiles y a un asesino serial— también tiene el don de la sutileza.
Pitt debió ser nominado este año en la categoría de mejor actor por su trabajo delicado y profundo en Ad Astra, de James Gray, una meditación sobre el peso insoportable de la masculinidad ambientada en gran parte en el espacio exterior. El filme fue elogiado, al igual que la participación de Pitt, pero no fue suficiente para que alguno de los dos fuera reconocido con nominaciones. La actuación fue demasiado buena y, en efecto, demasiado sutil e interiorizada para la Academia. Históricamente, esta ha tenido una debilidad por las actuaciones más vistosas —cuanto más sufrimiento, mejor—, por lo que Joaquin Phoenix (que en otras ocasiones ha sido excelente) y su caja torácica saliente en Joker parecen una apuesta segura para llevarse el Oscar. Sin embargo, Pitt tiene tiempo. A Paul Newman le tomó siete nominaciones ganar el premio al mejor actor; Redford solo ha sido nominado una vez por su trabajo como actor (y perdió).
Como Newman y Redford, Pitt siempre ha lucido muy natural en pantalla, un actor nato. Tiene una facilidad física palpable que resulta inseparable de su apariencia, esa suavidad que parece provenir, por lo menos en parte, de despertarse todos los días e ir por la vida como alguien hermoso. Con esto no quiero decir que las personas bien parecidas no tengan los mismos problemas, neurosis e incomodidades que plagan a los demás mortales. Sin embargo, Pitt siempre se ha movido con la seguridad absoluta que se ve en algunas personas bellas (y en los bailarines), la ligereza del movimiento que expresa más que solo seguridad, sino también una falta sublime de inseguridad y duda de sí mismo ocupa un espacio que no le corresponde, algo que no todos comparten. No se trata de arrogancia, sino de fluidez.
La manera en que los actores caminan, se pavonean, se escabullen o simplemente se paran tiene un significado, aunque quizá no tanto como en el pasado, antes de que los cineastas comenzaran a enfocarse más en los rostros, que se ven mejor en la pantalla chica. La actitud predatoria de Sean Connery ayudó a definir a James Bond. La postura perfecta de Sidney Poitier, la manera en que erguía la cabeza y se movía al lado de los actores blancos, anunciaba un cambio profundo en la representación cinematográfica de la raza. Pitt pasa mucho tiempo detrás del volante en Once Upon a Time, pero camina muy bien (aunque use los mocasines de Cliff), y, cuando Cliff se da cuenta de que es hora de irse del peligroso rancho Spahn, su postura férrea, sus pasos decididos y el movimiento tenso de sus brazos expresan los gestos de un hombre preparado para librar una batalla.
A lo largo de su carrera de tres décadas, Pitt ha interpretado una gran gama de papeles: soldados, marineros, hombres adinerados y pobres, vampiros, ladrones. Entre los más memorables se encuentra el peleador callejero y fantasmagórico Tyler Durden —quien también se movía de manera excelente, en otra de las exposiciones del torso de Pitt que han definido su carrera— de Club de la pelea (1999), de David Fincher. La película gira en torno a dos mitades en guerra, un supuesto beta (Edward Norton) y su gemelo alfa (Pitt), quienes enfrentan el consumismo, la anomia posmoderna y ese culto conocido como masculinidad. Se ha debatido mucho si esa crítica llega a algo concreto (la respuesta es negativa), pero lo que está más allá de dudas es la manera en que Pitt, con su rostro ensangrentado y su físico escultural, se convirtió en un emblema de la masculinidad contemporánea y sus contradicciones.
En los años posteriores a Club de la pelea, la película ha sido adoptada sin ironía y al parecer sin humor por los simpatizantes de los derechos de los varones. Me pregunto si creen que Tyler es sexi y qué ven exactamente cuando observan su cuerpo. Las películas siempre han aprovechado el amor por la violencia masculina del público. A través de su historia, han explotado la belleza masculina y aprovechado la pasión que inspira. “Todos quieren ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant”, dijo ni más ni menos que Cary Grant.
No obstante, los hombres apuestos pueden ponernos nerviosos porque complican las normas de género. George Clooney es más que una cara bonita, según ha insistido más de un escritor. Sí, pero él también es bello. Parte de esta ansiedad apesta a pánico homosexual y misoginia.
En Club de la pelea, Pitt demostró su talento como un personaje secundario, una habilidad para ponerse hombro con hombro con un coprotagonista o a su sombra, como hace en Once Upon a Time o en las tres películas de Ocean. A diferencia de algunos de sus colegas varones, Pitt parece cómodo compartiendo la pantalla con actrices destacadas —incluidas sus exparejas, Juliette Lewis (en Kalifornia) y Angelina Jolie (By the Sea)—. También es una de las pocas estrellas masculinas contemporáneas cuya figura pública ha sido, al menos en parte, constituida por las mujeres famosas de su vida.
En un cine estadounidense que ha sido dominado durante décadas por personajes masculinos que se mueven en manada o caminan solos por calles peligrosas, parece que vale la pena enfatizar cuán cercano a las mujeres parecer ser Pitt en la pantalla grande y fuera de ella. Esto data de su primer gran papel en Thelma & Louise, en la que interpreta a un objeto del deseo femenino muy intencional llamado J. D. Fue Geena Davis, quien interpreta a Thelma, quien pidió que le dieran el papel a él (y no a Clooney, entre otros), aunque el director Ridley Scott poco después entendió lo que Pitt aportaba a su papel breve pero primordial: para la escena de sexo entre Thelma y J. D., Scott, un perfeccionista visual con un amor perdurable por las superficies brillantes y húmedas, le roció agua Evian a Pitt en el pecho para que destellara.
La gran escena de Pitt tiene lugar durante una noche silenciosa a mitad de la película. Mientras escapa de la lluvia, J. D. toca a la puerta de la habitación de motel de Thelma, presume que robó en algunas tiendas y le da placer en la cama. (Más tarde, se roba el dinero de ella y de Louise). A la mañana siguiente, una Thelma aún desaliñada le cuenta a Louise sobre su noche con J. D.: “Finalmente entiendo por qué tanto escándalo” —su rostro se enciende con una sonrisa salvaje—. “¡Es otro mundo!”. Una de las cosas que los detractores de la película jamás entendieron es que Thelma & Louise no se trata de una anomalía femenina o de las mujeres que de manera evidente se comportan como hombres, sino del placer femenino y la liberación del cuerpo y el alma. J. D. estafa a Thelma y la obliga a convertirse en una criminal, pero también ayuda a liberarla.
Poco después de que tienen sexo, J. D. (con el pecho descubierto, como debe ser) saca la secadora de cabello que se había metido al pantalón y la mueve como un arma, fingiendo que le dispara a Thelma. La mezcla de mensajes —la secadora feminizada, el arma fálica— genera una serie de significados aparentemente disonantes donde se mezclan lo masculino y lo femenino, el deseo y el peligro, la risa y el dolor. Esa disonancia es esencial para la película y para la identidad que Pitt desarrollaría, en parte porque templa la belleza y hace a su persona accesible, divertida y humana. “¡Esa escena es el comienzo de Brad Pitt! ¡Bingo!”, dijo más tarde Scott. Pero se equivocó; toda la actuación de Pitt fue el comienzo, y el amor de la cámara, el gran premio.
Manohla Dargis ha sido la cocrítica de cine jefe desde 2004. Comenzó a escribir sobre películas profesionalmente en 1987, cuando estudiaba la maestría en estudios de cine en la Universidad de Nueva York.
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