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General: RUDOLF NURÉYEV, BELLO COMO UN FELINO
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De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 07/03/2020 15:11
 RUDOLF NURÉYEV
     La existencia de Rudolf Nuréyev no fue tan fulgurante como algunos creen. Aunque la fama, el lujo y el glamur le acompañaron en sus años de triunfo, su infancia fue la de un niño pobre y hambriento. Su físico ambiguo, objeto de deseo para hombres y mujeres, unido a su peculiar manera de bailar, le convirtieron en un mito de la danza y también en celebridad. Pese a ello, Rudolf transcurrió la mayor parte del tiempo en soledad. Aunque promiscuo en sus relaciones con hombres, la homosexualidad no fue un obstáculo para sus logros artísticos.
 
EL CHICO QUE NACIÓ EN EL VAGÓN DE UN TREN
A decir verdad, el nacimiento de Rudolf Jamétovich Nuréyev fue el único episodio romántico de toda su existencia. Cuando su madre, Farida, iba encinta en un tren camino de Vladivostok, donde se hallaba destinado su marido, un pobre comisario del Ejército Rojo de origen tártaro y musulmán, se produjo el milagro. Fue un 17 de marzo del año 1938. A la altura de Irkutsk, a la señora Nuréyeva no le dio tiempo a apearse en la próxima estación y así dio a luz en el vagón en el que viajaba a quien años después sería considerado como mejor bailarín del siglo XX y para muchos el más grande de la historia.
 
Un día de Año Nuevo, Farida había llevado a sus hijos al ballet de Bashkiria que escenificaba la Canción de las grullas, una historia sobre el bien y el mal. El pequeño ‘Rudik’, que sólo tenía siete años, quedó fascinado por todo lo que rodeaba a aquel escenario lleno de lámparas y cortinas de terciopelo. Cuando se alzó el telón, los primeros pasos de baile de la prima ballerina fueron para él algo tan mágico que, a partir de aquel momento, decidió que quería pasar su vida en un lugar así.
 
Los primeros años de Rudolf transcurrieron en un pueblecito soviético cerca de Ufá (República de Bashkortostán), entre juegos y danzas folklóricas en las que pronto destacó como precoz bailarín, pese a la radical oposición de su padre. Desgraciadamente la II Guerra Mundial retrasaría su formación artística hasta 1955. En este año se inscribió en la Escuela Vaganova (antes Ballet Imperial, donde también estudió en su día Nijinsky), que dependía del Ballet Kírov de Leningrado. Su retardo en el estudio no le impidió distinguirse pronto por su enorme potencial como bailarín.
 
SALTO A LA FAMA
Dos años en la escuela de baile bastaron para que su nombre sonara en un país donde la gente veneraba la danza clásica por encima de otras artes y los grandes bailarines eran considerados héroes naci0nales. Esto le permitió poder viajar fuera de la URSS en las giras que hacía su compañía. No obstante, su carácter díscolo y displicente hizo que le prohibieran a veces viajar al extranjero.
 
El año 1961 supuso para Nuréyev su salto definitivo. Cuando sustituyó al bailarín principal del Kirov, Konstantin Serguéyev, el joven impresionó tanto a público como a crítica, lo que le permitió poder volver a salir de la URSS. Un 17 de junio de ese mismo año ya  no se presentaría en el aeropuerto parisino para regresar de la gira, lo que llegó a crear un verdadero conflicto diplomático entre Francia y la URSS. Tan sólo a la semana de aquel episodio, Rudolf ya había conseguido un contrato para el ballet del Marqués de Cuevas, debutando en La Bella durmiente acompañado de Nina Vyroubova. Ya nunca más volvería a pisar suelo ruso, hasta poco antes de morir su madre, en 1989, en plena perestroika y gracias a la invitación que le hizo el entonces presidente ruso Mijaíl Gorvachov.
 
El ascenso profesional de Nuréyev fue meteórico. A ello contribuyó, sin duda, la propaganda que trajo su deserción, en plena ‘guerra fría’. Pero fue su talento para la danza lo que le granjeó el respeto de todos los aficionados occidentales. Ello le permitió tener la libertad de elegir y de actuar que le había sido negada tras el Telón de Acero.
 
CABRIOLE DE LIBERTAD
Ninguna de las cabrioles ejecutadas en la escena fue tan importante como el salto que dio en el aeropuerto parisino de Le Bourget, burlando la vigilancia de los agentes de la KGB que le acompañaban en su gira. Un año antes, Janine Ringuet, que trabajaba para una organización francesa especializada en intercambios artísticos con la Unión Soviética, había llegado a Leningrado para ver el Ballet Kirov. A su vuelta informó que Nuréyev, un casi desconocido en Occidente, era el mejor bailarín del mundo. De esta manera fue concertada una visita del Kirov a París.
 
Sólo unos días antes de marchar, Nuréyev había comparecido ante la comisión especial encargada de investigar a los bailarines antes de salir de gira. Cuando el oficial de la KGB que presidía el tribunal le preguntó por qué nunca se había unido al Komsomol, la organización de juventudes comunistas, Nureyev replicó de forma impulsiva: “¡Porque tengo cosas mucho más importantes que hacer con mi tiempo que  malgastarlo en esa clase de basura!”.
 
Estaba claro que tenía que irse, tanto por motivos personales como profesionales. "En Rusia –diría más tarde a un amigo- no sería yo mismo. Tendría la sensación de que mi talento la gente lo reconocería en cualquier lugar." En cambio, hay que decir que fue difícil para Nureyev aceptar que su sueño de ver a Europa estaba a punto de hacerse realidad. Su deserción fue "preparada desde el interior", pero sentía que dejaba atrás a mucha gente querida.
 
A partir de ese instante crucial, y en plena guerra fría, el mundo occidental comenzó a prestar más atención aún a aquel cisne de la danza que acababa de salir de su jaula soviética. Poco tiempo después, en 1962, Nuréyev conocería a Margot Fonteyn, la más importante bailarina británica de su época, con la que tuvo una relación profesional y personal durante muchos años. La Fonteyn le introdujo en el Royal Ballet londinense, que sería el centro neurálgico de su carrera artística a partir de ese momento, y se negó a bailar en adelante con nadie que no fuera Nuréyev.
 
BELLO COMO UN FELINO
Su primera aparición en el Royal Ballet de Londres fue el 21 de febrero de 1962, junto a Margot Fonteyn. En 1968 debuta en la danza contemporánea dentro del ballet nacional de los Holanda. En 1972, Robert Helpmann le invitó a una gira por Autralia con su propia producción del Don Quixote de Minkus, con el que debutó como director de ballet clásico. Once años después fue nombrado director de del Ballet de la Ópera de París, donde siguió bailando también y trabajando sin descanso, a pesar de la enfermedad que ya minaba sus fuerzas. En esta época llegó a realizar las puestas en escena más revolucionarias de su tiempo.
 
Con la poética belleza de un felino, Rudolf destacaba por su manera de ejecutar el lento arabesque de La Bayadera. Pero su auténtica marca de cantera era el solo de El Corsario, con su célebre diagonal de saltos vasques, creando un momento mágico de levitación al estilo del hang time que los genios del basket ejecutan suspendidos en el aire y cayendo con la suavidad de una pluma, con las piernas cruzadas a lo Buda. Así Nuréyev, "el hombre que cortaba el aire cuando bailaba", resultaba tremendamente masculino, pero con un toque de ambigüedad que le hacía parecer andrógino y exótico, como un tigre de Bengala encarnado en ser humano. París no había contemplado nada semejante desde Nijinsky, cincuenta años atrás.
 
RUDIMANÍA
El mundo de la danza sucumbía ante la ‘Rudimanía’ . Rudolf Nuréyev se encontraba en el cénit de su carrera artística. Además, el mundo de las celebrities se disputaba su compañía, que él fomentaba con total complacencia, alimentando su ya de por sí innato narcisismo.  Frecuentaría a personajes tales como Freddy Mercury, Mick Jagger, Liz Taylor, Jackie Onassis o Andy Warhol, entre otros. También se dejaría seducir por el charme indiscutible de la Costa Azul o el neón de las noches en el Studio 54.
 
Nuréyev se convirtió de la noche a la mañana no sólo en el heraldo de un nuevo ballet, sino en icono sexual y en alguien con quien todo el mundo quería codearse. Su atractivo personal era innegable y su sexapil evidente tanto para mujeres como hombres. Sin embargo, con el tiempo, su carácter arrogante crecería desmesuradamente alimentando sus caprichos y salidas de tono, hasta el punto de que los responsables del Covent Garden londinense llegaron a decir: “Mejor cien Callas que un Nuréyev.”
 
UN ALMA ATORMENTADA
Aquel cuerpo perfecto cobijaba un alma atormentada. El talento de Nuréyev hizo que fuera perdonado muchas veces, pero la fama no mejoró su carácter. Era notablemente impulsivo, temperamental, insolente, poco fiable y hasta grosero con quienes trabajaba. En un empeño de apagar su melancolía y de apartarse de cualquier afecto que pudiera desembocar en relación amorosa, Rudolf se entregó a la promiscuidad y a los encuentros de una noche con hombres, en los baños de Nueva York o en algunos clubs gays londinenses, como Le Gigolo, donde coincidiría alguna vez con un Francis Bacon borracho y travestido.
 
Al final de la década de los 70, ya cumplidos los 40 años, estos altibajos de carácter se acentuaron al ser consciente de la enfermedad que minaba sus fuerzas. Sus biógrafos comentan cómo le habría gustado ser una figura proustiana, pero las pasiones que zarandeaban su alma lo señalaban como un personaje de Dostoievski.
 
La dureza de su temperamento se achaca, fundamentalmente, a sus problemas personales y a los conflictos internos sobre su propia identidad sexual. Pero posiblemente ni él mismo supiera muy bien el origen de la desazón que frecuentemente asolaba su espíritu.
 
AMORES PROHIBIDOS
En sus años de mocedad, el KGB tenía fichado a Nuréyev como asocial por su condición sexual. Todo el mundo sospechaba la homosexualidad de Rudolf, pero él se negaba a aceptarla y, menos aún, admitirla públicamente. Sentía verdadera vergüenza, algo natural en un chico de su edad y con sus condicionantes familiares y sociales. Años atrás, casi en su infancia, Rudolf recordaría cómo al verse atraído por un chico en un autobús de Leningrado se sintió tan avergonzado que se bajó en la parada siguiente.
 
Las sospechas cesaron al conocer a Menia Martínez, una cubana alumna de Alicia Alonso que atrajo la atención de Rudolf de una forma inusual en él cuando aún vivía en Leningrado. Aunque salía con Menia, no fue con ella con quien conoció el amor de las mujeres, sino con la esposa de su profesor Alexander Pushkin, Xenia, una rubia báltica entrada en años que doblaba la edad de Rudolf, a quien convirtió en la única razón que le ayudaba a escapar de sus frustraciones personales y profesionales.
 
Su preferencia por los chicos no le impidió tener amantes femeninas, entre millones de fans que le tiraban ramos de lilas, algo que estaba completamente prohibido. Además de las mencionadas Menia y Xania, tuvo relaciones con Ninel Kurgankina, y probablemente también las tuvo con la mismísima Margot Fonteyn. Su biógrafa Julie Kavanagh afirma que Nuréyev en sus años de juventud llegó a asociar a las mujeres con el lado tenebroso de su naturaleza, lo que  le llevó a buscar el placer en los hombres.
 
EL DESPERTAR DE RUDIK
Vadim Kisélev era un joven aficionado al ballet que descubrió a Nuréyev arrojando bolas de nieve. “Incluso así –recordaba después- yo pude entrever la felina plasticidad de sus movimientos”. Cinco años mayor que Rudolf, aquel rubio muchacho de labios carnosos y pelo ondulado era un chico exótico para el tipo de hombre que pululaba las calles de Leningrado.
 
Consciente de la verdadera orientación sexual de Nuréyev, una noche Kisélev le invitó a su apartamento. Para seducirle había comprado una botella de coñac armenio y 200 gramos de caviar servido en porcelana fina. Pero las cosas no fueron como las había planeado. Su delicada sensibilidad se enfrentaba a las rudas maneras tártaras que tenía Nuréyev, quien rechazó las pretensiones de Kisélev. Se separaron y no tuvieron más contacto, hasta que un día Nuréyev se presentó, disculpándose, sin cesar de coquetear con él. Así retomó su relación anterior libre ya de las ataduras anteriores, pero todavía no estaba dispuesto a considerar el amor entre hombres como una opción para él.
 
Cuando Nuréyev conoció a Teja Kremke, sin embargo, su actitud cambió radicalmente. Y más aún, la relación que mantuvieron ambos le llevó a desertar de la Unión Soviética.  Teja era un muchacho de 17 años de edad, de Alemania del Este con un sexapil irresistible. Estudiante de la Escuela de Ballet Vaganova, tenía el pelo castaño brillante, piel pálida, labios carnosos e intensos ojos de color azul grisáceo. Fue su primer amor estable, hasta que se casó, y el primero que le animó a salir de la URSS.
 
LOS HOMBRES DE SU VIDA
La promiscuidad de Rudolf era bien conocida, pero dentro de su incontinencia sexual tuvo tres grandes amores en su vida. Por orden cronológico estos fueron el  bailarín danés Erik Bruhn, el director Wallace Potts (en la década de los 70) y el también bailarín Robert Tracy (que vivió con él durante los últimos años). Aparte de esto sólo es reseñable aquel corto romance que mantuvo con en los años 60 con el actor Tab Hunter.
 
Durante una gira en Dinamarca conoció a Erik Bruhn, un bailarín diez años mayor que él, que se convertiría en su amante, su mejor amigo, su secretario y su protector (principalmente de su propia locura) durante varios años. La relación fue tormentosa debido a la promiscuidad sexual de Nuréyev, pero la pareja se mantuvo unida muchos años. Influenciado por las maneras más suaves y apolíneas de Erik, Rudolf dulcificó en cierta medida los rasgos estridentes y barrocos de sus maneras y su pensamiento, en busca de una mayor compatibilidad de caracteres. Al decir de sus biógrafos, Erik era Apolo y Rudolf, Dionisos. El uno de alimentaba del otro y ambos a su vez de Anna Pavlova e Isadora Duncan.
 
El bailarín de origen británico Robert Tracy fue amante de Rudolf durante 14 años, entre 1979 hasta la muerte del primero, en 1993. Tracy, 16 años menor que Rudolf, era un hermoso ejemplar de rizado cabello oscuro y pecho robusto, que el bailarín ruso solía comparar con el mismísimo dios Marte, inmortalizado en un cuadro de Carlo Saraceni.  Entrenaba en la escuela americana de ballet de George Balanchine y era famoso por su capacidad en el salto. Fue el más duradero de sus amores.
 
Entre las confidencias que Nuréyev hizo a Tracy está el haberse acostado con tres mujeres y sus ansias frustradas por tener un hijo varón. Lo intentó dos veces, pero en ambos casos, las mujeres abortaron.
 
NURÉYEV Y EL CINE
Apenas Nuréyev había desertado a Occidente, cuando el mundo del cine comenzaba a solicitar su colaboración en filmes sobre danza. Su debut cinematográfico fue en 1962 con una adaptación a la gran pantalla del ballet Les Sylphides. En la década de los 70, Nuréyev trabajó en algunos largometrajes y viajó por los Estados Unidos llevando una revisión del musical de Broadway  El rey y yo.  Su fama era tal en esa época que se cuenta cómo su aparición en un capítulo de Los Teleñecos (The Muppets Show) hizo que el programa se convirtiera en un éxito. También dio vida a Rodolfo Valentino en un film de Ken Russell (1977), y años antes al Don Quixote de Minkus llevado a la gran pantalla (1972), pero era obvio que Nuréyev carecía del talento y el temperamento necesario para dedicarse al cine.
 
LA MUERTE DEL CISNE
El 6 de Enero de 1993, en País, moría el mejor bailarín de ballet de todos los tiempos, ese día se apagaba la vida de Rudolf Nuréyev.
A pesar de su fama y de haber estado siempre rodeado de gente, la vida íntima de Nuréyev transitaba entre soledades. Esa misma soledad a la que, en palabras del dramaturgo Tennessee Williams, Rudolf estaba condenado desde su misma infancia. Su aislamiento le convirtió en un ser extraño y poco sociable. Así, cuando apareció en su vida el terrible mal que le causó la muerte, el bailarín se replegó en sí mismo con mayor fuerza aún.
 
Con la aparición en Francia del sida hacia 1982, Nuréyev, al igual que muchos otros homosexuales franceses, comenzó ignorando la gravedad de esta enfermedad, achacando el origen de su estado de salud a otras razones y negándose a aceptar los tratamientos disponibles por aquel entonces contra el VIH. Sin embargo, cuando la enfermedad hizo mella en su cuerpo, tuvo que aceptar que se estaba muriendo, ganando de esta forma la admiración de muchos de sus detractores por el coraje que tuvo en esa fase terminal.
 
En su última aparición en público, en el palacio Garnier de París, Rudolf recibió una emotiva ovación. Fue nombrado, entre otras condecoraciones, caballero de la Orden de las Artes y las Letras, el mayor galardón francés en el campo de la cultura.
 
Tenía 54 años Nuréyev aquel día de Reyes del año 1992, cuando el bailarín dio el último salto, esta vez hacia la inmortalidad, exhalando su último aliento en la ciudad de París. Pocos días después recibió sepultura en el cementerio de Saint Geneviéve-des-Bois, cerca de la tumba del bailarín y coreógrafo ruso Serguéi Lifar, quien como Nijinsky también tuvo una intensa relación con el mecenas Diághilev.
 
Aunque no llegaron a relacionarse, las almas de Nijinsky y Nuréyev estuvieron extrañamente enlazadas por el destino. A su manera ambos rivalizaron por cambiar el concepto que se tenía hasta entonces del ballet clásico, como un arte elitista y no apto para un amplio público.  Si la gran virtud de Nijinsky fue la de modernizar el prototipo de bailarín y hacerlo más acorde a los tiempos, el acierto de Nuréyev fue su capacidad para acercar el ballet clásico al pueblo llano.
 


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