Invisible y potencialmente mortal. Así es el enemigo que mantiene en jaque al mundo. Cuba confirmó oficialmente este miércoles que tres turistas italianos dieron positivo por coronavirus y es de esperar que en los próximos días aumente el número de contagios y que las autoridades tomen medidas de gran impacto social. Un sistema autoritario funciona como un permanente cuartel o como un hospital de campaña, por lo que tiene algunas "ventajas" ante una epidemia si se compara con las democracias.
La primera "superioridad" que muestran este tipo de regímenes ante cualquier emergencia es su capacidad para controlar la información. Esa habilidad para dominar los datos se desplegó en China durante las primeras semanas de aparición del Sars-Coronavirus-2, durante las cuales los pocos que se atrevieron a revelar lo que ocurría fueron prácticamente tachados de traidores, como el triste caso del doctor Li Wenliang, acusado por las autoridades de "propagar rumores" -que puede suponer penas de prisión elevadas- y acabó falleciendo con el virus.
Entre algunos, el hecho de que solo este miércoles se hayan confirmado casos positivos en la Isla y de que se asegure que ningún colaborador en el extranjero ha contraído la enfermedad ha despertado las alarmas. ¿Se estará aplicando también aquí el guion de maquillar el problema? Una estrategia que daría -de cara al mundo- números más bajos de pacientes pero que sería extremadamente peligrosa al no transmitirle a la población la real envergadura del problema.
De ponerse en práctica la misma política que se ha seguido por años con el número de contagiados o fallecidos por dengue nunca podrá llegar a conocerse la auténtica incidencia del Covid-19.
Acostumbrados a comportarse como generales ante sus soldados y no como funcionarios públicos frente a sus ciudadanos, los dirigentes cubanos pueden poner en práctica medidas absolutamente invasivas y coercitivas a nivel social sin necesidad de decretar el estado de excepción o de emergencia. No precisan de permisos especiales para sacar por la fuerza a los potenciales infectados de sus casas, encerrar en hospitales a los casos sospechosos ni cancelar de golpe y porrazo toda la movilidad a través del país. En eso le "ganan" por goleada a los modelos democráticos.
Con una extensa red de informantes por todo el territorio nacional, la Plaza de la Revolución solo debe incluir los estornudos y la fiebre entre los actos que deben pasar a ser delatados, para que ese entramado de chivatos se lance a la caza de posibles contagiados. Ahora, se premiará no solo al que reporte a su vecino por decir una consigna antigubernamental o una crítica al Partido Comunista, sino también al que haga saber que "parece enfermo", "tose un poco" o "se ha encerrado en su casa y no quiere abrir".
Como todo estricto paternalismo, en esta situación no faltará un acompañamiento de intensa propaganda. Quienes logren superar el coronavirus no lo harán porque el tratamiento funcionó o el personal médico se esforzó, sino porque "la Revolución no lo dejó desamparado". La enfermedad tomará por unas semanas el papel del eterno enemigo del Norte y cada caso se presentará como un campo de batalla patriótico y político del que hay que salir airoso, entre otras cosas, para demostrar a los adversarios ideológicos que los cubanos viven bajo el mejor de los modelos posibles.
La propaganda oficial también aprovechará la oportunidad para presentar el sistema de Salud de la Isla como infalible, certero y muy desarrollado. Algo que servirá para contentar a los que fuera de nuestras fronteras siguen creyendo el mito del alto nivel asistencial de la red hospitalaria cubana y que señalarán "la actuación del pequeño David" como un ejemplo a seguir en sus respectivos países. Puertas adentro de los hospitales será otra cosa: un personal médico sobreexplotado y sin derechos sindicales, unas instalaciones deterioradas y una falta crónica de medicamentos protagonizarán los "días del coronavirus".
Pero, a diferencia de en otros lares, la narrativa de esa otra cara estará prohibida y quien la cuente podría ser procesado legalmente por dañar a la patria. La libertad de expresión y de prensa se volverá tan escasa como los nasobucos. El control sobre lo que pacientes, familiares y amigos publiquen en las redes sociales podría también hacerse más estricto. Un post en Facebook, una imagen colgada en Twitter puede convertirse en los próximos días en un acto de traición.
Pero donde las democracias superan a cualquier autoritarismo cuando de emergencias se trata es en poder contar con la participación ciudadana. Como demostró el más reciente terremoto devastador que afectó a la Ciudad de México, cuando la gente se convoca y trabaja en equipo pueden llegar allí donde un Estado no puede. Algo de eso se comprobó en La Habana tras el tornado que afectó a varias zonas de la capital en enero de 2019: quienes primero arribaron al lugar para llevar agua y comida fueron las personas sin cargo, uniforme ni credencial.
Si esa red de apoyo no se permite, como ocurre con frecuencia en un régimen autoritario que quiere controlarlo todo, incluso la solidaridad, el enfrentamiento al coronavirus no podrá ser todo lo efectivo que se necesita. Especialmente porque si se cortan servicios y suministros, la ayuda entre vecinos y familias se hará vital. ¿Cómo se velará por tanta gente anciana que hay en esta Isla sola y vulnerable? ¿Puede acaso un Gobierno ocuparse de todo eso?
Hay que agregar que justo el excesivo control del Estado ha hecho de la economía cubana un desastre improductivo. En el país se viven cotidianas aglomeraciones para comprar comida y trasladarse, un factor de riesgo en el patrón de difusión que sigue la enfermedad. Para colmo, pocas familias tienen reservas para aguardar por días dentro de sus viviendas y evitar así el contagio. El mismo sistema autoritario que alardea de estar listo para enfrentar el coronavirus ha dejado a los ciudadanos en la más frágil indefensión. Ese es el punto en que las democracias pueden superarlo, sin duda.