Andan diciendo por ahí que Mariela Castro ya se puso a dar opiniones sobre la pandemia, pero hasta ahora no conseguí saber lo que dijera la hija de Raúl y Vilma. Los sitios que refieren las declaraciones están bloqueados en Cuba, y el Granma y Cubadebate nada dicen sobre el asunto, así que no seguiré perdiendo mi tiempo en una búsqueda que no tendrá un final feliz. Además sé muy bien que ella jamás estaría de acuerdo conmigo ni yo con ella. Para qué voy a preocuparme por lo que diga una mujer que no tuvo que hacer la misma cola que enfrenté esta mañana para comprar el pollo de “la cuota”.
Mariela Castro no tiene que hacer colas y tampoco tiene libreta de abastecimiento; aunque no dudo que alguna “oficoda” fantasma ubicada en la Zona Cero sea capaz de “sacar de abajo de la manga” uno de sus registros para probarnos que ella si está registrada, aunque nadie la viera hasta hoy con las jabas para comprar sus libritas de arroz y sus onzas de frijoles. Mariela Castro debe conocer las colas de la bodega por las referencias de sus empleados en el Cenesex, y por las colas de langosta que mastica y traga… según algunas fotos. Y para colmo Mariela tiene un marido italiano, y eso en Cuba es tremenda “distinción”.
Yo sí tuve que hacer la cola esta mañana; una cola extensa, de interminable apariencia, para comprar unos muslitos de pollo a los que llamaron, como otras veces, “adicionales”. Unos muslitos que no estaban previstos y que otra vez subrayan la “bondad” del Estado. El pollo llegó a nuestras casas “gracias” ―y le ronca escribir eso― a la pandemia. Tuve que hacer la cola resguardado por mi nasobuco; pero no me pondré a hablar de las piezas del desplumado que adicionaron a la cuota y que provocó una cola larga. El meollo de la conversación durante la espera lo puso una mujer treintañera de exuberantes curvas e insólito discurso.
Esa joven, mientras esperaba, se estuvo quejando porque hacía más de seis semanas que no sabía de su “marido”. Y ese a quien ella tilda de “mi marido” resultó ser un italiano de 68 años que pasa la mayor parte de sus días en Nápoles con su mujer, con esa a la que llevó al altar de un templo católico, con esa a la que juró amor eterno, y a la que la cubana llama “la otra”.
“Por eso estoy haciendo esta cola mugrienta”, dice, y mira al resto como si de verdad ella fuera “¡la mejor!”. Al parecer, su creencia no era desacertada porque los vecinos de cola movían la cabeza hacia abajo y luego arriba, en señal de aprobación. “Por culpa de ese bicho estoy aquí en la cola… y él allá, en Nápoles”.
La mujer se queja de la “situación” en Cuba y dice que está fea, muy fea, y trata de explicarse; la mujer que añora a su italiano o al dinero de su italiano, intenta explicarse aunque le cueste mucho trabajo, y menciona la miseria de la Isla, y los jabones que también están por llegar, y el detergente, y el infinito racionamiento, y la crecida miseria, esa que no relaciona con el coronavirus, una miseria que ya es vieja, una “adulta mayor” de 60 años.
La mujer defiende, sin rodeos, su “teoría”. Ella cree que la “no entrada” de turistas a la Isla producirá una hecatombe, pero lo curioso resulta que esa mujer, en su discurso “de cola”, hizo notar la importancia que tienen las trabajadoras del sexo para el desarrollo económico del país. Ella vociferaba los éxitos que consigue en su área de trabajo, en la cama. Ella supone que de “la cama” salen sus aportes a la economía nacional, que son realmente unas heroínas. Ella se contoneaba diciendo muchas cosas que no puedo reproducir.
Esa mujer se supone una “titana” y relaciona sus éxitos con lo mejor de la economía nacional. Ella relató sus muchas compras, las estuvo detallando para resaltar esos aportes que supone. “¡Yo sí compro. Yo sí que aporto!” Ella se cree una “heroína del trabajo” y hasta se compara con otras a las que tilda de “parásitas”, y menciona a una tal Teresa que dirige a las mujeres federadas y que nada tributa al peculio del país. Hasta dice que la presidenta de la FMC gasta lo que ella aporta al presupuesto del país con sus movimientos en la cama.
Y ella no delira. Ella tiene toda la razón. Ella habla de lo improductivas que resultan las Fuerzas Armadas, de los ejercicios militares y de sus gastos, y se compara. “Yo soy un buen negocio pa’ los comunistas; no invierten en mí pero aporto mucho”. Ella intenta explicar que la ausencia de turistas deprime el nivel de ingresos de los trabajadores sexuales y, lo que aún es peor, la economía nacional.
Y es bien cierto, aunque el discurso oficial no lo reconozca: nuestra economía depende muchísimo de los trabajadores del sexo. Las voluptuosidades cubanas atraen al turismo, a un dinero que terminará de cualquier forma en las arcas del Estado. Nuestra “sabrosura”, explica ella de otra manera, es una evidentísima fuente de ingreso y demuestra que el poder comunista está, en mucho, subordinado a ese ya enorme ejército de trabajadores sexuales, aunque no lo reconozca, aunque voltee la mirada y haga muecas cuando se le echa en cara.
Esa mujer hace notar los montones de médicos que los comunistas mandan a Italia, donde al parecer termina para ella la geografía conocida, y hasta supone que de esa manera el Gobierno cubano reconoce la ayuda que los italianos hacen a Cuba, sin que se haga necesario levantar industrias enormes y costosas. Para ese negocio ―dice― solo se precisa de cuatro paredes y una cama; “lo demás es movimiento, sabrosura”.
Y ojalá que no esté enfermo el italiano de la mujer de la cola, ojalá no esté entre los muchos contagiados que hay en la península, en sus islas. Y ojalá que esos médicos que fueron no vuelvan contagiados, que no mueran por allí, que consigan devolver la salud de quienes vienen luego a gastar en Cuba en esa empresa que no necesita inversiones, que solo precisa de las bondades y destrezas de quienes trabajan en la cama. Los comunistas ponen a sus hijos en un escenario en el que se enseñoreó la muerte. Hasta allí fueron los médicos cubanos por orden del Gobierno para salvar a italianos contagiados con ese virus inmundo, quizá muchos de ellos vinieron antes a La Habana para tener sexo, sabiendo que dejaban unos euros en las arcas comunistas. A esos habrá que salvarlos.
Y quién podrá dudar que el amante italiano de aquella mujer que refunfuñaba en la cola no esté contagiado por el virus, quien podría negar la posibilidad de que ese hombre sea asistido ahora por médicos cubanos, por esos “Garibaldis” del Caribe, por esos “Cavour” isleños. La cubana aseguró que hacen muy bien los cubanos en luchar contra el maldito virus en Italia, porque allí puede estar enfermo su “marido”, porque allí pueden estar enfermos otros italianos que dejan sus ahorros en La Habana, en otros sitios de la Isla, esos italianos que hacen sus maletas para venir a Cuba en busca de las heroínas de la cama.
Y habría sido bueno que quien lea ahora estas líneas viera a la mujer salir con su bolsa de nylon. “¡Tres posticas de pollo, qué porquería!”, así dijo mientras se marchaba, sabiendo que las bondades de su sexo han aportado mucho a la economía del país, “que pa’ eso ella tiene un marido italiano como Mariela”. Ella se marchó sabiendo que la Revolución es tan mentirosa y depravada como ella, que la “Revolución” finge amores como ella, que como ella tiene sus mañas y por eso intenta devolver la salud de esos italianos que dejarán luego su dinero en el bolso de una habilidosa prostituta que hoy tiene que conformarse con unas tristes posticas de pollo. Ella debió reconocer, mientras se marchaba, que la Revolución también vive de sus mañas, de sus embustes, que ella es también una heroína.
La prostitución en tiempos del coronavirus en España
Castilla-La Mancha tiene el deshonroso honor de ser la comunidad autónoma con el mayor número de clubes de carretera y locales de alterne en España. Unos lugares donde, si ya era difícil el día a día de las «trabajadoras del sexo», ahora el coronavirus ha tornado su situación en trágica.
Del total de los prostíbulos existentes en todo el país, un 80% se encuentran en Castilla-La Mancha, donde hay 83 clubes, 110 pisos, 12 casas y dos lugares de calle donde se ejerce la prostitución, según los datos de los que dispone el Instituto de la Mujer. Por provincias, en Albacete hay 13 clubes, 21 pisos y una casa; en Ciudad Real 14 clubes, 29 pisos y 11 casas; en Cuenca 13 clubes y 17 pisos; en Toledo 32 clubes, 33 pisos y dos lugares de calle, de los cuales uno pertenece a Talavera, y en Guadalajara 11 clubes y 10 pisos.
La mayoría de estos locales, según ha podido comprobar Médicos del Mundo, han cerrado sus puertas ante la actual situación de estado de alarma. Pero, según señala la presidenta de esta organización en Castilla-La Mancha, Idoia Ugarte, «algunas mujeres que trabajan en ellos se ven abocadas a ejercer con prostituidores que ya conocen para hacer frente a la grave situación económica a la que se enfrentan, ya que en muchos casos tienen que pagar las habitaciones y pisos donde están confinadas e incluso tienen familiares a cargo».
Es por ello que, tal y como denuncian desde Médicos del Mundo, las mujeres prostituidas afrontan una «situación crítica» ante el estado de alarma que vive el país por el Covid-19. Muchas de ellas han contado a los miembros de la organización que siguen trabajando sin medidas de protección frente al virus y sus condiciones socio-económicas, en algunos casos, las obliga a continuar protituyéndose.
Los equipos de la ONG, ante la imposibilidad de atenderlas directamente estos días, las llaman por teléfono para hacer seguimiento y dar apoyo psicosocial, ya que se encuentran confinadas en los clubes y pisos cerrados, y son los encargados de los lugares los que les suministran de momento alimento y otras necesidades.
Sin embargo, según relata Idoia Ugarte, «las mujeres tienen miedo a que la situación se alargue y no puedan hacer frente a los gastos de alquiler de las habitaciones. A la vez, temen que los propietarios no las dejen seguir estando refugiadas en estos lugares y las expulsen a la calle». Por eso, es que desde Médicos del Mundo demandan un alojamiento, comida y productos de aseo e higiene, así como material de prevención ante el Covid-19, ya que seguir las normas de confinamiento en esas circunstancias se hace especialmente complicado.
Esta situación, apunta la presidenta de la organización se agrava en el caso de las víctimas de trata, quienes tienen una deuda con sus explotadores. «Si el confinamiento se alarga, la deuda aumentará», alerta Ugarte, quien también destaca el caso de las mujeres que están en la calle y en polígonos industriales, que «están en una situación de mayor vulnerabilidad por la exposición a múltiples factores de riesgo».
Además, según señala, muchas de ellas se han mostrado muy preocupadas por la situación de sus familias en estas semanas de confinamiento, ya que algunas mujeres tienen cargas familiares a las que no saben cómo responder y para las que demandan necesidades tan básicas como la de la alimentación y la mayoría de ellas, ni siquiera, tienen acceso al sistema público de salud.
Por todo ello, desde Médicos del Mundo piden al Gobierno de España que considere a las mujeres en situación de prostitución población vulnerable para que puedan adherirse a políticas públicas de apoyo económico y poder acceder a los diferentes sistemas de servicios sociales que se están habilitando para personas en situación de vulnerabilidad social y víctimas de violencia de género. «La situación administrativa irregular de la mayoría de estas personas les deja fuera de recursos adoptados por el Gobierno, como la prohibición a las compañías suministradoras de cortar el agua, la luz y el gas a los hogares, que en esta crisis no puedan sufragar el recibo», afirma Ugarte.
Además, la organización reclama la necesidad de apoyo psicosocial urgente, puesto que son mujeres alejadas de sus familias, sin redes sociales o familiares, confinadas en prostíbulos o pisos, una situación que añade más estrés y ansiedad a la ya de por sí difícil situación que viven el resto de personas. Médicos del Mundo recuerda la necesidad, no solo en tiempo de crisis, de que haya políticas públicas de apoyo a estas mujeres en temas de recursos habitacionales, recursos económicos, formación o empleo para que puedan salir de la prostitución.