La sodomía, la enfermedad y los indocubanos
Cuando se habla de la conquista de América, por lo general se piensa en el proceso de ocupación de la tierra y la esclavitud de los indígenas. Pocas veces se piensa en la sexualidad.
La conquista significó también la imposición de normas sexuales españolas del siglo XV en las comunidades indígenas que vivían en el Nuevo Mundo. El llamado “pecado nefando” y otras transgresiones sexuales similares, como la zoofilia o el bestialismo, pasaron a formar parte de las normas que debían seguir los indígenas y criollos, tal y como eran acatadas en la misma España donde el otro siempre cargaba con la sospecha.
Así, como explica Cristian Berco en Sexual Hierarchies, Public Status: Men, Sodomy, and Society in Spain’s Golden Age (University of Toronto Press, 2016), en la España del Siglo de Oro era común encontrar acusaciones de coito anal contra extranjeros, moriscos y esclavos negros, cuyo contacto carnal con los cristianos blancos, que ocupaban una posición social superior a la de ellos, se temía que pusiera en peligro el país.
Esto explica, por consiguiente, que para los conquistadores españoles, la sodomía fuera un pecado tan bajo que iba contra Dios y como decía el arzobispo de Granada, Martín Carrillo, en su Memorial de confesores (1602): el mismo diablo, después de inducir a los pecadores a tener este tipo de relaciones sexuales, se horrorizaba ante el acto y se alejaba.
“Es un vicio tan sucio y feo, que el mismo demonio tentador e inducidor a que se cometa, al tiempo del acto (como dize San Antonio) aparta y huye del vicioso, como avergoçado de hallarse presente, en acto tan torpe y feo. Es vicio que causa en las ciudades peste y tempestades, como lo dize el mismo sancto”.
Para mantener a raya a los pecadores estaba la Iglesia, con su temido Santo Oficio, y el Estado. No importa que se cometiera este pecado con un hombre o con una mujer. El sexo anal era castigado de igual forma porque el transgresor vertía el semen sobre un recipiente no apto para la procreación. Con lo cual vemos por qué al llegar a América, los españoles siguieron preocupándose por este tipo de transgresiones y acusaron a los indígenas de sodomitas, arrojándolos a los perros como muestra el grabado de Theodore de Bry, o condenándolos a las llamas.
La acusación aparece en muchas crónicas de Indias, entre las que están la del cronista oficial de la Corona, Gonzalo Fernández de Oviedo, quien decía en Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano que los indígenas eran crueles, comían carne humana y practicaban el pecado “contra natura”.
El padre Bartolomé de las Casas, quien fue un enemigo jurado de Oviedo, molesto por este tipo de acusaciones, decía que no eran más que un pretexto para sojuzgar a los indios y echarlos a las minas, ya que él, que había vivido tanto tiempo en el Nuevo Mundo, nunca había sido testigo de esta práctica. Según Las Casas solamente una vez vio en Cuba un indio con “enaguas”, y le pareció sospechoso, pero como explica a continuación, solo se trataba de una enfermedad y por eso, argumenta el fraile en su Historia de las Indias, tuvo “alguna sospecha si había algo de aquello”:
“Pero no lo averiguamos; y pudo ser que por alguna causa, aquel y otros, si quizá los había, se dedicasen a hacer oficios de mujeres y trajesen aquel vestido, no para el detestable fin, de la manera que refiere Hipócrates y Galeno, que hacen algunas gentes cithias, los cuales, por andar mucho a caballo, incurren en cierta enfermedad, y para sanar della, sángranse de ciertas venas, de donde finalmente les proviene a que ya no son hombres para mujeres, y, conociendo en sí aquel defecto, luego mudan el hábito, y se dedican, ofrecen y ocupan, en los oficios que hacen las mujeres, y no para otro mal efecto. Así pudo ser allí o en otras partes de estas Indias donde aquellos se hallasen, o por otras causas, según sus ritos y costumbres, y no para el fin de aquellas vilezas”.
Si nos guiamos entonces por Las Casas no se trataba del “detestable fin” que todos criticaban, ni de “aquellas vilezas” que los españoles usaban para maltratar a los indígenas. Se trataba de un indígena raro, que hacía tareas cotidianas, que sufría de algo como una enfermedad que mencionaban Hipócrates y Galeno.
El testimonio de Las Casas nos obliga a repensar la sexualidad de los primeros habitantes de Cuba, porque en la isla no fue la única región de América donde los conquistadores encontraron hombres vestidos con enaguas, que hablaban como ellas y como dice Las Casas, “se dedicaban a hacer oficios de mujeres”. A estos hombres se les conocía en el siglo XVI por el nombre de “berdache” y su existencia se explica por la distribución de los roles genéricos y la percepción de la sexualidad tan distinta que tenían los indígenas de los españoles.
Así, cuando Alvar Núñez Cabeza de Vaca naufragó en la Florida, dice, encontró también allí indígenas hombres que hacían el oficio de las mujeres, a los que él llama “hombres amarionados impotentes”. Estos hombres eran más altos y fuertes que los que no lo eran, por lo cual llevaban las cargas más duras, y las armas incluso cuando iban a la guerra. Estos “trasvestis” como los llama Richard Trexler en Sex and Conquest (Cornel University Press, 1995), eran típicos de otros lugares de Centroamérica como Panamá o las tribus de Illinois como los Sinaloans.
En el tiempo en que Las Casas escribe sobre los indígenas con enaguas todavía existía una población importante de ellos en Cuba distribuida en diferentes partes del país. No ha llegado hasta nosotros, sin embargo, un juicio por “sodomía” contra ellos. Esto a pesar de que en 1596, el teniente general de La Habana, Lucas Gomes Ronquillo, condenó a las llamas a 60 hombres acusados de cometer el pecado nefando. Ronquillo los quemó en un horno de cal ubicado en Guanabacoa, porque como decía, no encontró otro lugar más apropiado para hacerlo.
Según una de las actas del Archivo General de Indias, el teniente general lo hizo para evitar las tormentas y destrozos que hacían los huracanes en Cuba, e impedir que tal “pestilencia” se extendiera por el resto de América a través de los barcos que hacían escala en La Habana y seguían viaje a otras ciudades del Nuevo Mundo. Como decía Martín Carrillo, en su Memorial de confesores (1602) este vicio era tan peligroso “que causa en las ciudades peste y tempestades, como lo dize el mismo sancto”.
En la Habana de finales del siglo XVI cuando ocurre este suceso había blancos, negros, mestizos e indios, algunos que habían llegado como soldados desde México para defender la ciudad de los ataques de corsarios y piratas. Estos otros eran vistos como inferiores, y los gobernadores hablan de ellos con un tono despectivo imponiéndoles multas, limitando sus derechos u obligándoles a trabajar. Así, el gobernador de Cuba entre 1580 y 1589, Gabriel de Luján se quejaba al Rey de la situación tan precaria en que se encontraba la urbe y de un grupo de doscientos soldados que había mandado el Virrey de México para proteger La Habana: “gente muy inutil porque son mesticos, mulatos e indios que no sirven sino de hurtar quanto pueden y destruyen las huertas”.
No extraña entonces que en 1596 se acuse a un “criollo mexicano” soldado de las galeras de seducir a un negro esclavo y que esta acusación termine con la muerte de 60 sométicos en Cuba.
Si analizamos entonces los comentarios de Las Casas debemos preguntarnos si en efecto existieron “berdaches” en la isla, como en otras partes del continente americano. A lo que podríamos responder que sí, aunque no tenemos otro documento que lo avale, y estarían por aclararse las condiciones en que estos practicaban la sexualidad.
Sabemos, por ejemplo, que la palabra “berdache” viene del término árabe “bardaj” que significa “esclavo”, por lo cual quedaría por dilucidar si estos indígenas practicaban el coito anal por placer o por obligación, si la sexualidad transgresiva tenía un propósito en sí misma o si respondía a un fin religioso.
Y aquí vale rescatar una nota a pie de página que dejó el historiador cubano Juan Pérez de la Riva en su libro La conquista del espacio cubano. Según Pérez de la Riva los indígenas de la isla recurrían a la sodomía como “una práctica contraceptiva”, dado que si nos guiamos por la cantidad de ellos que debieron asentarse originalmente en Cuba y los que encontraron los españoles al llegar, los indocubanos tenían una natalidad poco elevada. Por eso, decía el demógrafo, “una lectura de la Historia General de las Indias de Oviedo, permite comprender hoy que la sodomía, con mayor frecuencia heterosexual, no era otra cosa que una práctica contraceptiva. Se puede estimar la taza de natalidad de los indígenas en 38% o 40%”.
No sé de dónde sacó Pérez de la Riva que la sodomía entre los indígenas de la isla era entre hombre y mujer “con mayor frecuencia”, ni cómo llegó a la conclusión de que la utilizaban para no tener hijos. Él no lo aclara, y su opinión —como ya dije— quedó como un comentario adicional en un artículo escrito originalmente en francés. Pero si nos guiamos por lo que dice del coito anal heterosexual entre los indios cubanos, debió ser unan práctica muy extendida, al extremo que llegó a afectar toda le demografía de la etnia. ¿Cómo es posible entonces que no conozcamos ningún proceso contra ellos por sodomía?
No creo que el coito anal, en cualquiera que haya sido la combinación que se practicara en el siglo XVI, fuera más decisivo para la sobrevivencia de los indocubanos que las enfermedades, los ataques de otros indígenas o la abstinencia sexual. Ni creo tampoco que los indígenas lo tomaran como una “práctica contraceptiva”, porque esto implicaría un plan previsto de antemano y un conocimiento de la reproducción que no sabemos si ellos tenían.
Sí creo que deberíamos prestarle más atención al tema, todavía tabú entre los cubanos, y dilucidar si existían hombres que hacían la función de mujeres en el siglo XVI. Debemos hacerlo porque a pesar de que nos parezca un hecho tan distante, conceptos y prácticas de hoy como el machismo, la homofobia, el marianismo o la “bugarronería” vienen de esta época. Entraron en Cuba con los conquistadores españoles, y solo analizando esta herencia podemos entender hasta qué punto estos impusieron sobre los indios, mestizos y negros normas de comportamiento sexual que les eran extrañas y las mantuvieron vigentes durante el proceso de colonización.
Cuando se habla de la historia de Cuba, por lo general, se pinta una imagen idealizada del indígena que no se corresponde con la realidad. Los indocubanos no eran ni la caricatura romántica que inventaron los poetas siboneyistas, ni los esclavos del rey que exterminaron los españoles en cincuenta años.
Es cierto que tenemos muy pocos datos para juzgar, pero el comentario de Las Casas y el ídolo taino en forma de falo que dio a conocer el naturalista español Miguel Rodríguez Ferrer siglo XIX, nos abren una ventana hacia ese mundo perdido al que debemos prestarle más atención.
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