Han transcurrido 40 años del inicio del Éxodo de Mariel y más de 120.000 cubanos guardan en la memoria las imágenes del día que lograron salir de Cuba y cruzar las turbulentas aguas del Estrecho de Florida para llegar a Cayo Hueso.
El 15 de abril de 1980 zarpó del Puerto de Mariel la primera embarcación atestada de refugiados. En aquel tiempo eran pocos los cubanos que lograban obtener pasaportes y visas a cualquier coste para huir de la isla. Un par de semanas antes 10.800 cubanos irrumpieron en la Embajada de Perú en La Habana y aquello resultó el mayor suceso de asilo y refugio bajo protección diplomática que recuerde la historia.
En las afueras de la sede diplomática yacía la ciudad centenaria con sus entonces dos millones de habitantes, que no sabían qué más hacer para sobrevivir a las penurias de una dictadura que cumplía en aquellos meses 21 años.
Alguien dijo que el dictador, Fidel Castro, permitiría un éxodo “organizado”, y al puerto de Mariel, a 55 km de la capital cubana, fueron dirigidas cientos de embarcaciones procedentes de Florida, en un esfuerzo que evitaría el “escándalo” mediático internacional.
“Yo tenía 6 años. Y una tarde regresaba de la escuela, de la mano de mi mamá, cuando una turba de vecinos nos cortó el camino para insultarnos. ¡Putas!, nos gritaron. Nos empujaron. Caímos al suelo”, recordó Susana, ahora con 46 años a cuestas y un título universitario que la ha hecho una mujer de éxito.
Más tarde la turba pintó insultos con color rojo sobre las paredes de aquella casa. Les cortaron el agua y la electricidad.
“Al otro día, en la noche, mi madre me sacó de la cama y me dijo que iríamos de paseo”, recordó Susana.
Aquella supuesta excursión transcurrió por una larga carretera, estrecha y vagamente iluminada por la Luna medio llena, en una calurosa noche del mes de abril.
Y la larga carretera se convirtió en mar, no sin antes transitar entre militares que portaban bayonetas y les obligaban a subir a bordo de embarcaciones con lo puesto. Ni el anillo de matrimonio que la madre guardaba con tanto amor tras haber perdido al marido. “¡Nada!”, les gritaban.
Atrás quedó la muñeca de Susana, que hoy, 40 años después, recuerda “como si hubiera dejado mi niñez atrás”.
Hombres, mujeres, ancianos y niños fueron confinados en albergues improvisados.
“Más bayonetas y órdenes precisas, todas gritadas, de no salir. Un poco de comida para mantener la vida, mientras esperábamos que nos llamaran: ‘Tú, aquel y el otro’ para partir”, recordó Juan, que hoy está establecido en Nueva York, donde rehízo su existencia como electricista.
Aquello fue “lo más parecido, que pueda recordar, a una película sobre un campo de concentración nazi en Europa”, subrayó.
Empero, el hombre recuerda un acto de bondad: “Una noche, un recluta, que apenas sabía llevar el fusil, le trajo un vaso de leche a una niña que lloraba. Se jugó no sé qué. Si lo descubrían podría haber ido a la cárcel”.
Escoria
Unos estaban allí porque “alguien de Miami lo reclamaba. Sea porque fueron en embarcaciones a buscar a sus familias o porque le pagaron altas sumas a alguien para ir”, señaló Juan.
A los miles de familiares las autoridades de Cuba añadieron otros que no eran reclamados desde Miami: “Vi delincuentes, gente que actuaban como locos. Luego supimos que los sacaron de las cárceles, de los manicomios”, aseveró.
Aquello parecía ser la jugada perfecta. Castro optó por desacreditar a quienes ‘se iban’ con una buena dosis de malhechores y desquiciados que llamó “escoria”, que por sus peculiaridades “harían estragos” a la sociedad estadounidense, expresó Juan.
Incluso convocó a quienes tuvieran “antecedentes penales” a ir a puntos de recogida para llevarlos a Mariel y otros que denotaran actitudes que calificaban de “antisocial”, como no tener trabajo o ser homosexual. “Teniente, le aseguro que mi hijo es maricón. Se lo digo yo que soy su madre”, declaró entonces Marta a la Policía cubana para lograr que su querido Luis fuera ‘escogido’ para “subir a una embarcación y largarse”.
De esa manera, “Castro demostraría que solo los ‘antisociales’ querían salir de su ‘paraíso’ revolucionario”, recalcó Juan.
En efecto, unos fueron aceptados, otros muchos relegados por “los propios cubanos de Miami” por “hablar algo diferente”, producto de la alteración de la evolución de la sociedad cubana, incluso por plantear “ideas más abiertas” que iban acorde con el pensamiento del mundo “más allá de las memorias de la república” que recordaban.
Unos tantos años después “esa apreciación quedó atrás, pero aún perduran ciertos criterios que solo demuestran mezquindad, falta de conocimiento, y no se dan cuenta que, inconscientemente, aplauden la idea inicial de Castro, que la gente del Mariel era mala”, reclamó el electricista afincado en Nueva York.
Otras memorias
Entre los 120.000 cubanos está Luis de la Paz, escritor y periodista, que recuerda cómo el novelista, dramaturgo y poeta “Reinaldo Arenas comparaba su salida de Cuba con la de alguien que escapa de una casa en llamas y logra sobrevivir, pero la casa se quemó”.
De la Paz acentúa que para él haber salido “por el Mariel fue la culminación de un recurrente deseo que finalmente logré convertir en realidad. Cada minuto fuera de Cuba me ha permitido crecer, crear en libertad y sin temores; ha sido la constante y renovada posibilidad de ser yo. Como Reinaldo, ahora 40 años después, miro la casa y no la veo humeando, solo percibo sus cenizas”.
‘Carlito el gordo’, como le llamaban sus amigos, un hombre de bien y magnífico dibujante de ingeniería civil, creció en el seno de una familia “que fue engañada por los vítores de la revolución”.
Luego de sobrevivir más de 10 días en los jardines de la sede diplomática peruana en La Habana y conseguir el salvo conducto que lo llevó al puerto de Mariel, ‘Carlito’ recordaba con pavor cómo fue “vigilado por pensar diferente y tener gustos tan excluidos por la dictadura como escuchar la música de Pink Floyd o estudiar principios de la fraternidad de los Rosacruces”.
Hugo Landa, hoy director de Cubanet, un medio de prensa digital sin fines de lucro que se dedica a informar sobre la realidad de la isla, recuerda que “tenía 27 años y había soñado con huir de la isla desde que tenía uso de razón, y tenía una idea bastante clara de lo que me esperaba. Nunca sentí nostalgia por Cuba, todo lo contrario, Cuba era el infierno. A veces soñaba con Cuba, pero eran siempre pesadillas en las que me veía allí y no podía escapar”.
Luego reflexionó que “han pasado 40 años, que son muchos, y el Mariel me parece hoy algo muy distante. Generalmente no recuerdo los malos momentos, lo cual es muy bueno”.
Pero recuerda que “no podía creer que había logrado escapar de aquel país infernal en que siempre me sentí preso, porque en realidad todos los cubanos estábamos presos en esa isla de la que no se podía salir”.
Repercusión en Miami
Poco a poco, tal vez demasiado despacio, comenzó el desarrollo de la tolerancia que condujo a la admiración, mientras los llamados ‘marielitos’ trataban de despojarse del estigma de ‘escoria’ que les impuso la dictadura y que inexplicablemente una buena parte del exilio secundó.
Unos lograron encaminar sus vidas en los negocios, otros en las esferas profesionales o académicas, mientras un nutrido grupo cambiaba la vida cultural de la ciudad, que como planteó De La Paz “Miami tomó nuevos bríos con los artistas que llegaron por el Mariel, no solo por la cantidad notable de ellos, sino por la variedad de géneros que representaban”.
“En el caso de los escritores hubo una renovación en las temáticas, pues el exilio se enfrentaba por primera vez a una visión de la realidad insular”, denotó.
También en las artes plásticas, en el teatro y el diario vivir. “Mientras los primeros exiliados (años 1960) tenían la nostalgia y el desarraigo como temas recurrentes, los autores del Mariel no experimentábamos pesar por lo dejado atrás, sino todo lo contrario, significaba una gran liberación”.
Luego resumió: “Sin embargo ese encuentro de dos momentos de la realidad cubana, tras 20 años de un aislamiento casi total entre el exilio y la Isla, impuesta por el régimen, dio paso a una afinidad en la que los recién llegados tuvimos acceso a quienes nos precedieron en el destierro, y poco a poco, los nuevos exiliados dejábamos nuestra impronta”.
“Quizás todo eso se puede resumir en el legado de la revista Mariel, que unió a una parte importante de los cubanos en una misma publicación”, recalcó.
Los que se quedaron
Unos no pudieron entrar a la sede diplomática peruana. Otros temieron que “se tratara de una coartada para luego meter a la gente presa” y más tarde no tuvieron los medios para “formar parte de los indeseados que metieron en las embarcaciones”.
El periodista Luis Cino recuerda desde Cuba cómo la dictadura “mostró descarnadamente la esencia perversa del régimen con aquellos mítines de repudio y los abusos y vejaciones contra los que se iban”.
El Éxodo de Mariel “significó un parteaguas para los cubanos. Fue un golpe a la imagen internacional del régimen que ya no pudo presumir de que contaba con el apoyo popular. La construcción del llamado ‘hombre nuevo’ había fracasado”.
Y añadió: “Para los que nos quedamos significó ver de la noche a la mañana desaparecer del mapa de nuestros afectos a la mayoría de los amigos y sentirnos más a merced aun de un entorno asfixiante y tan opresivo”.
Otros muchos optaron por seguir escuchando “los cánticos revolucionarios, los discursos de un mañana mejor, mientras no se daban cuenta, o no querían ver, que una turba de facinerosos les comía el cerebro”, enfatizó.
Eduardo era un afamado crítico de arte y profesor universitario y fue de los que pensó que “lanzarse al mar”, incluso “coger un avión para probar suerte en tierras extrañas era una locura”. Prefería seguir insistiendo en vivir con “dos caras”, una para él, que ni tan siquiera mostraba a la familia, y otra para el Gobierno y sus vecinos. Ni permitía la visita de “desafectos al régimen” en casa de su tía, donde vivía.
Ocho años después, mientras parte de su familia progresaba en Miami, Eduardo no pudo soportar más la doble cara y aprovechó un viaje a México para cruzar la frontera.
Para concluir, Grethel, que nació 12 años después de los sucesos de Mariel, recuerda que “durante los 28 años que viví en la isla, escuchar Mariel era pensar en un puerto y en algo que sonaba a prohibido, a tema peligroso”.
“En casa, cuando se hablaba del Éxodo de Mariel, se bajaba la voz. El ambiente doméstico se convertía en un territorio de conspiración, como si hablar de la Historia, de nuestra historia, fuera un pecado”, relató.
“Lo que supe del Mariel dentro de Cuba fue un discurso de retazos, todos dolorosos, muchas veces absurdos, como solo puede ser un sistema dictatorial que echa a patadas a su gente y luego tiene la poca vergüenza de llamarles ‘gusanos’ por pensar diferente”, valoró.
“Recuerdo la primera vez que descubrí Internet. Fue en Berlín, durante mi primera salida de Cuba. Recuerdo que me dolían los ojos de llorar al ver vídeos en los que vi a hermanos gritarse ‘pim pom fuera’. Vi odio, vi aquello que me había sido negado en una isla que se vanagloria de su educación. Supongo que así ha ocurrido con muchos jóvenes de mi generación, que a través de libros prohibidos, de recortes de periódicos extranjeros, de anécdotas de Reinaldo Arenas o a través de Internet, fueron descubriendo cuántos años habían estado ciegos”.