Quinta Avenida. Una tarde cualquiera de la década de los 80. Los paparazzi que trabajan en la ciudad preparan sus escondrijos para fotografiar a la leyenda del cine más esquiva: Greta Garbo. Con una melena larga y canosa y unas enormes gafas de sol, la actriz pasea discretamente por la calle. Nadie imagina que, tras esa imagen, se esconde una de las grandes divas de la historia del cine, la sueca que llegó regordeta y provinciana al Hollywood de 1925 y se retiró del cine a los 36 años, apenas dieciséis años más tarde, convertida en una diosa inmortal. Su celebérrimo 'I want to be alone' nunca tuvo tanto sentido como entonces.
Su retirada empezó dos años antes, con una sonrisa. Fue Ernst Lubitsch el director que más se arriesgó al convertirla en una actriz de comedia en 'Ninotchka' (1939) y ella le devolvió el favor cuando demostró su destreza cómica con esa sonora carcajada que exhibe ante la caída de Melvyn Douglas de una silla en mitad de un restaurante. No hizo falta ni el sobado lema de 'Garbo ríe' para que la película fuese todo un éxito. Sin embargo, la Metro, temerosa del bloqueo de sus películas en una Europa que ya veía venir la Segunda Guerra Mundial, intentó americanizarla en otra comedia, 'La mujer de las dos caras' (1941), de George Cukor. Tanto que la hacían bailar rumba y le rizaban su lánguido cabello. Ahora sí estaba claro: la 'poesía Garbo' había muerto. Después de ver el desastre, un crítico de 'TIME' dijo que ver a la Garbo en esa película había sido "tan violento como ver a mi propia madre borracha". Ese fue su canto del cisne profesional. Tenía 36 años y todo el tiempo del mundo por delante.
La vida de la Garbo, eternamente llamada la ‘esfinge sueca’, posterior a su carrera cinematográfica, estuvo caracterizada por un hermetismo que, paradójicamente, acabaría por reforzar su leyenda. Distante en pantalla pese al carácter apasionado de muchos de sus personajes románticos, trató con la misma frialdad a la prensa posteriormente, negándose a conceder entrevistas y huyendo lo más lejos posible de su propio mito. En 1954, por ejemplo, se negó a ir a recoger el Oscar honorífico que le concedió la Academia de Hollywood después de haberla nominado varias veces sin resultar premiada.
Cuando se cruzaba con los fotógrafos, a la carrera y en mitad de aeropuertos o ciudades europeas, las gafas de sol y el mutismo eran su única respuesta. Los paparazzi no descansaban ni a sol ni sombra con tal de captar imágenes de ella en su madurez, con tal de atrapar el envejecimiento de una de las caras más reconocibles de la historia; cual Mona Lisa cinematográfica. Greta, que había sido considerada la bella entre las bellas, con un rostro marcado por su perfección desde cualquier ángulo, era escrutada por la prensa mientras se disparaba la rumorología sobre su vida privada.
Por una parte, estaban las habladurías de su amistad con la poetisa Mercedes de Acosta, una de las pocas que tuvo la suerte de conocerla a fondo siempre que ella se lo permitió. Se habían conocido en 1931, cuando Garbo acababa de finiquitar su relación con su partenaire de la pantalla, John Gilbert. La diva sueca mantuvo su contacto con ella en secreto y se veían en lugares recónditos y en vacaciones pactadas. El objetivo de tanto secretismo era que la prensa jamás tuviese la osadía de molestarlas.
Aunque es bien sabido que De Acosta le envió a la diva cartas de amor hasta mediados de los años 40, con el paso de los años se ha puesto en tela de juicio que ella correspondiese alguna vez esos sentimientos. Sin embargo, la prensa siempre dio por cierta la bisexualidad de la actriz.
Imposible de fotografiar
Enferma de diabetes, aficionada a navegar en el barco del mismísimo Onassis, siempre recluida en su apartamento de Nueva York, no era tarea fácil realizar fotografías a la que antaño fuese la Ana Karenina o la Reina Cristina de Suecia de la gran pantalla. Los que tenían la suerte de compartir su amistad aseguraban que jamás se vanagloriaba de sus días en Hollywood y mucho menos se arrepentía de haberse retirado a los 36, justo después de protagonizar 'La mujer de las dos caras', un fracaso en toda regla; la película que intentó quitarle su misticismo y ‘americanizarla’ con el fin de hacerla más accesible y más comercial para el norteamericano medio.
Fue difícil conocer romance alguno o detalle fidedigno de su periplo vital una vez que dejó el cine. En 1976 la revista 'People' publicó imágenes suyas nadando desnuda. Habían sido captadas por teleobjetivo y le molestaron tanto como cuando el diseñador Cecil Beaton la mencionó en sus memorias y contó detalles de su amistad con ella. Le molestó tanto que nunca volvió a hablarle.
"Mi vida ha sido una travesía de escondites, puertas traseras, ascensores secretos, y todas las posibles maneras de pasar desapercibida para no ser molestada por nadie", llegó a decir en una ocasión.
La diabetes y una neumonía acabarían con su vida un 15 de abril de 1990. La muerte silenció para siempre a la Divina, que se fue de este mundo tal y como había pasado por él, siendo el mejor ejemplo de que la curiosidad de los demás siempre será mayor cuanto más te ocultes de ellos. Con 84 años y dejando en los cinéfilos el recuerdo de la belleza del dolor que ejemplificó en sus personajes románticos, la estela de una mirada lánguida y misteriosa, se fue para siempre. "La vida sería maravillosa si tan solo supiésemos qué hacer con ella", dijo una vez. Fue la curiosidad humana, unida a su magnetismo, fotogenia y magníficas interpretaciones, la que la convirtió en una leyenda del siglo XX: la que rió a carcajadas gracias a Lubitsch y su 'Ninotchka', la que puso 'cara de nada' al final de su 'Reina Cristina', la que habló en 'Anna Christie'. "Lo que un borracho ve en otras mujeres es lo que ve alguien sobrio cuando contempla a la Garbo", dijo alguien para tratar de definir su magia. El tiempo, juez imperecedero, ha demostrado que su mito seguirá igual de vivo en el siglo XXI.
El amor secreto de Greta Garbo
Bajo el título «Greta & Marlene. Safo va a Hollywood», la periodista norteamericana Diana McLellan bucea en los amores sáficos de los años dorados de la Meca del cine, haciendo especial hincapié en la secreta relación que mantuvieron en su día dos grandes divas, Greta Garbo y Marlene Dietrich.
«La discreción y la lealtad eran dos cualidades que Greta Lovisa Gustaffson siempre había exigido a sus amigas» confiesa McLellan, quien entiende que la traición a esta máxima por parte de Marlene fue la causa del enfado entre las dos mujeres, que trajo consigo la rotunda negación sobre cualquier tipo de relación mantenida entre Greta y Marlene, dos mujeres que coincidieron en Hollywood y siempre negaron haberse conocido.
La autora sitúa en el Berlín de 1925 el romance que mantuvieron las dos divas justo antes de que Greta se convirtiera en la Garbo y Marlene en la Dietrich. Hasta Berlín había llegado Greta procedente de Suecia y de camino a Hollywood.
Greta había firmado una carta prometiendo que iría a Hollywood para trabajar en la Metro Goldwing Mayer, pero antes se fue junto a su descubridor, el director sueco Mauritz Stiller, a Berlín para rodar allí una película titulada «Bajo la máscara del placer», en un momento en que la capital alemana vivía los alegres tiempos que siguieron a la I Guerra Mundial.
Fue una bailarina de cabaret quien atrajo a Greta «al garito más salvaje del lesbianismo berlinés: el cabaret del Ratón Blanco», escribe Diana McLellan, quien añade: «pero otra mujer excitante que trabajaba en la película hizo mucho más... Era una joven madre, de pelo negro, piel blanca, una atrevida, mundana y sexualmente voraz chica de veintitrés años, feliz de poder llevar a Greta por aquel nuevo mundo de bares de gays y lesbianas». Esta mujer era Marlene. Una joven Marlene que interpretó delante de Greta un tango marcadamente sexual. «La escalofriante danza nupcial de Marlene debió subyugar a la joven sueca», apunta McLellan, quien sugiere que fue la propia Garbo la que convenció al director de «Bajo la máscara del placer» para que diese un pequeño papel a Dietrich en la película.
«Si así fue, se arrepentiría amargamente. Porque lo que ocurrió entonces echaría a perder el resto de su vida», señala la autora, quien presenta a Marlene como «la bisexual más ocupada y apasionada del Berlín teatral», y luego continuar: «Para la sumamente tímida Garbo, a la que Marlene estaba seduciendo ya abiertamente, la discreción era la esencia del sexo».
«Durante seis décadas Marlene Dietrich y Greta Garbo pretendieron no haberse conocido nunca, ni antes, ni durante, ni después del rodaje de «Bajo la máscara del placer»», señala la autora quien descubrió en la película la intervención de la Dietrich, algo negado siempre por ambas.
«Fue Marlene, dice la autora, quien fue «mostrando» a su conquista en los salones y «educándola en su sensualidad». Mientras tanto, Greta -apunta McLellan- «debía sentirse vertiginosa, imprudente, osada. Su trato con Hollywood estaba cerrado. ¿Por qué no divertirse, beber hasta el fondo la vorágine berlinesa y luego dejarlo todo atrás?».
El fin del romance llegaría, a juicio de la autora, debido a la indiscreción de Marlene, unida a los celos que sentía por la que iba a ser la gran diva de Hollywood. Y así lo explica: «Treinta años más tarde, Marlene Dietrich daría una descripción de lo más íntima sobre Greta Garbo... era «grandísima allí abajo»» reveló deslealmente. Peor aún, «la sueca llevaba ropa interior sucia», pero incluso entonces, Marlene se negó a decir cómo sabía aquellos detalles. «Si en realidad cotilleó algo similar en 1925, sólo eso habría sido suficiente para establecer el odio que Garbo mantuvo hasta su muerte hacia quien la sedujo», escribe McLellan, quien sostiene que Marlene descubrió que Greta era «estrecha de mente, ignorante y provinciana... e hizo saber su opinión no sólo a ella, sino a otras personas de su círculo, junto con sus más personales y penosas informaciones».
¿Y Greta? Se sentía «traicionada por un monstruo que hablaba de sus secretos, trataba con ligereza su pasión, se burlaba de sus raíces y se reía de su sexo». Una traición que marcaría su vida futura y la negación constante de Marlene Dietrich, a la que Dietrich respondía con la negación de la Garbo.