Aunque ya antes se habían realizado manifestaciones sin autorización -debe recordarse que las Damas de Blanco y otros grupos opositores las habían hecho con anterioridad, y que siempre terminaron con la intervención de la policía-, sí ha de reconocerse que la marcha independiente contra la homofobia y la transfobia ha sido una de las más nutridas y plurales.
Otro elemento que jugó un papel muy importante fue el acceso a internet en los celulares, permitido por el gobierno desde diciembre de 2018, que sirvió esa vez no solo como plataforma para difundir la convocatoria, sino también para denunciar la represión.
“Un grupo de personas a través de las redes sociales logró articular una protesta pacífica en contra de la negativa de la institución oficialista CENESEX a que nos manifestáramos", rememoró desde Uruguay Yasmani Pérez Llorente, quien tuvo que exiliarse después de aquel 11 de mayo.
“Esta negativa generó una conmoción y solidaridad en la sociedad civil cubana y por esto la marcha fue respaldada por personas con diferentes formas de pensamiento y diferentes orientaciones sexuales”, apuntó.
En aquel momento, la diputada Mariela Castro, hija de Raúl Castro y directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), calificó la manifestación como un "show organizado desde Miami”.
Hace unos días volvió a la carga de manera solapada y se refirió de manera grosera a los participantes y apostilló que "la lucha contra la homofobia es una lucha antiimperialista, revolucionaria".
“Ofender y agredir verbalmente a otra persona o a un grupo de personas es propio de quien simplemente no tiene base ni argumentos lógicos, y recurre entonces a ese ataque, en este caso verbal", puntualizó Casanellas.
Por su parte, Pérez Llorente enfatizó: “En mi opinión, la protesta reveló un fuerte sentimiento de cubanía. Fue el canal perfecto para que, de una u otra forma, cada persona que allí participó canalizara sus sentimientos e inconformidades con la realidad en la que estamos inmersos todos los cubanos desde hace más de 60 años”.
“Y en gran medida, cumplió con su propósito de reivindicar las marchas anteriores, de exigir al gobierno, la inclusión social y una legislación que ampare a la comunidad LGBT en Cuba. Pero, sobre todo, demostró el sentir y la solidaridad de muchas personas”, amplió Pérez Llorente y agregó:
“La marcha puso un ´stop´ al miedo patológico que tenemos los cubanos a enfrentarnos al gobierno, a exigir derechos y lo más importante, aunó el sentir de muchos cubanos bajo la consigna ´Cuba diversa´, que fue la (frase) más repetida por todos con fuerza ya que su significado resume la necesidad que tenemos de un gran cambio en nuestra sociedad”, concluyó el defensor de los derechos de la comunidad LGBT.
«No. Ese día no ocurrió. No pasó nada el 11 de mayo de 2019». Así le respondió al coordinador de este dossier uno de los representantes del Cenesex, cuando se le invitó a dar su versión de los hechos para añadirla a este conjunto de memorias, opiniones e interrogantes acerca de lo que el año pasado, a las 4 de la tarde, tuvo su origen en el Parque Central de La Habana. Allí, convocados a través de las redes sociales, un conjunto numeroso de personas —no los «cuatro gatos» que luego mencionaron a disgusto los funcionarios de esa misma institución— decidieron emprender una marcha pacífica en pro de sus derechos como rostros de la comunidad cubana LGBT.
La conga que daba la señal de arrancada, durante once años, a la Jornada Cubana de Lucha contra la Homofobia y la Transfobia coordinada por el Cenesex, había sido suspendida bajo razones de escaso peso y dudosa credibilidad. Y en respuesta a ello, como reclamo de un segmento de la población cubana que a pesar de avances y un grado creciente de visibilidad en ciertas agendas y discusiones públicas no ha obtenido varias de los cambios esenciales que reclama al nuevo gobierno, se creó a velocidad de relámpago esta iniciativa. «El Stonewall cubano», quiso rápidamente etiquetar así a dicha acción cierta zona de la prensa. No la oficial, por supuesto, que como el propio Cenesex, prefirió mirar para otro lado, solazarse en sus fiestas y discursos repetidos, mientras los activistas y personas a las que dice dar voz esa institución avanzaban Prado abajo, rumbo al malecón, desafiando a incrédulos y recelosos en un hecho sin precedentes. Y que acabó, triste es recordarlo, con una golpiza e imágenes que demostraron, más allá del mutismo del Cenesex, la verdadera fractura que existe no solo entre homosexuales, lesbianas, personas trans, pacientes de VIH/Sida o gente queer y sus supuestos representantes; sino entre muchos otros segmentos de una sociedad que ahora mismo se debate entre la orgánica necesidad de abrir espacio a sus demandas en un contexto cambiante, y la satanización de todo aquello que, desde la línea divisoria gubernamental, parezca salirse del programa ya prescrito.
No. Ese día lo que ocurrió no fue el «Stonewall cubano». Asimilar esa definición pasivamente ayuda a ignorar los elementos mismos que aceleraron el motín neoyorquino de aquel pequeño bar del Village en 1969, que también, por supuesto, tuvo sus antecedentes en otras revueltas, como la del Black Cat en Los Ángeles tres años antes. El fuerte encontronazo entre gays y lesbianas de aquella noche del 28 de junio (fecha también satanizada por el Cenesex, que la tilda de mera celebración capitalista, aunque varios de sus representantes sonrían como invitados de honor en las festividades del Día del Orgullo en naciones no precisamente deudoras del socialismo) es importante no solo por lo que durante esas jornadas se hizo perceptible: el disgusto y el desencanto de la comunidad homosexual que supo combatir con todo lo que tenía a mano las habituales manías represoras de la policía. Fue un detonante que supo activar el Frente de Liberación Homosexual, núcleo del cual se desprendieron como plataformas de acción y lucha activa los ejes que hoy conforman la red de demandas y derechos que sigue en pie, con ganancias rotundas y otras aún por conseguir, en ese y otros países. Algo que no sucedió en Cuba tras el 11 de mayo. Porque, en efecto, el fenómeno Stonewall no se limita al triunfo de aquel grupo de ciudadanos hartos de las redadas impuestas por los agentes del orden, como la expresión de un orgullo auténtico no puede ni debe reducirse al tiempo que dure un paso de conga. La comunidad cubana LGBT carece de una visión en perspectiva de lo que antecede a la creación del Cenesex y sus acciones más públicas desde el 2008, de las referencias que le permitirían conocer mejor la historia de esas y otras demandas en naciones que, como Argentina, promovió este tipo de lucha incluso antes de que un travesti latino lanzara la primera piedra en aquella noche de New York.
El vacío en la historia, y el olvido intencionado de señales que la componen, ha sido un elemento a favor de esa visión higienizada (con no poco de pinkwashing) de lo que ha vivido, padecido, sufrido y expresado el homosexual y la lesbiana en la Isla. Una visión que como cuento de hadas se han tragado tantos. Sobre todo a la hora del buffet al que se les invita como turistas de otra categoría en un país que, habiendo reprimido por décadas a esa misma clase de personas, ahora anuncia —en una jugada económica que no puede definirse sino como descaro— la apertura en sus playas de un lujoso gay resort.
No. La comunidad cubana LGBT no empezó con el Cenesex. Con una historia rota, negada, fragmentada, presionada bajo los recelos machistas de diversos órdenes y poderes, ha podido reconstruirse lentamente a partir de registros legales, de la medicina; de historiadores, poetas, narradores, ensayistas, pintores, cineastas, compositores, biógrafos, coreógrafos, directores de teatro, etc… Recomponerla debe ser un acto de civilidad entre nosotros, porque a través de la lectura intencionada de todo eso también se abre el espectro de lo que hasta ahora nos han dicho que es la Historia. Y claro que eso molesta a quienes han tenido en sus manos tal recurso, a los que han colocado sus nombres como protagonistas de una cronología que excluye conflictos, dolores, separaciones y disculpas siempre postergadas. La Revolución asumió a estos «sobrantes de la sociedad» como un peligro, y de ahí vienen los pasajes oscuros de las expulsiones de escuelas y centros de trabajo, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, la parametrización, el estigma con el cual se les puso en el index del Mariel, y que prosiguió hasta ocultar de qué manera realmente llegó a Cuba el Sida.
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La aparición del Cenesex, la figura de Mónica Krause y un equipo de doctores y personalidades ligadas a esta institución, marca sin dudas un punto de giro. Que debe asimilarse como un nudo dentro de esta historia, pero no contarse exclusivamente a partir de su fundación en 1989. Cuando en 2008 se lanza la primera Jornada de Lucha contra la Homofobia, su proyección crece a grados insospechados. Y como suele pasar entre nosotros, hizo creer a sus representantes que podían monopolizar, más allá de las buenas intenciones, las voces y criterios de todas y todos los que podían creerse bajo tal amparo. Lo creyeron con firmeza hasta mayo de 2019. Las galas en el Karl Marx, las giras en caravana a provincias y hoteles para dilatar el alcance de la campaña, los ecos en la prensa internacional y hasta en la nacional, sobre todo en nuestra televisión, de espíritu aún tan homofóbica, les aseguraron tal idea. Pero el 11 de mayo de 2019 se rompió esa burbuja. Y se hizo necesario, dentro de ese límite de acción y pensamiento, excluir. Aunque se trate de una institución que ha construido su discurso a partir de la supuesta defensa del valor de la diversidad.
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No. El 11 de mayo no cabe en ese calendario que el Cenesex imagina dentro de su férreo control que pareciera no tolerar el disenso, lo divergente, por no decir lo disidente respecto a su programa. En mi memoria es una fecha de innumerables emociones, de luchas entre ellas, de fe y al mismo tiempo de temor. No estuve en la marcha del Prado: me encontraba en Santa Clara junto a mi madre. Seguí la manifestación a través de mensajes, fotos, voces que me contaban lo que iba sucediendo. Me temía que no llegaran al final de Prado esos jóvenes a quienes conocía, y a los que no. Me temía la violencia con la cual terminó todo. El impacto de esas horas se extendió a otros dolores y preocupaciones: amigos detenidos en paradero desconocido, y la angustia de llamar a quien pudiera y a quien fuera para saber de ellos, acusados de ser simples mercenarios, agitadores y saboteadores, desde ese discurso tan a la mano cuando se trata de cenizar políticamente a un adversario, o a quien porta otra visión. Esas horas me costaron separaciones y nuevas enemistades. Me sirvieron, también, para ratificar el sentido de lo que hago desde que publiqué cierto poema y comprendí que aludir a un tema importante en mi vida podía servir de espejo a las necesidades y ahogos de otras personas.
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Pero el 11 de mayo no existe en ese anuario de victorias que el Cenesex repasa acríticamente, y ese es su mayor error. Tampoco existe el 1 de mayo de 1995, cuando varios activistas (mucho antes de que ese término se pusiera de moda) desfilamos con la bandera del arcoíris, por primera vez en Cuba, ante los estupefactos ojos de los dirigentes que presidían aquella celebración. Acaso eso no sea lo fundamental —me digo—, sino que lo demostrado el 11 de mayo debería haber abierto entre nosotros una obvia posibilidad de reanudar diálogos y repensar proyectos en conjunto, de establecer otras estrategias en la visión política, pública y privada de la supuesta comunidad LGBTIQ de la Isla, y no asumirla como una voz monótona que, lejos de proyectar su concepto de diversidades, no es consecuente con lo que necesitamos.
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Creer que nunca sucedió lo que ahora marca este aniversario denuncia la ceguera, la incapacidad de esos que lo niegan para percibir la historia en la que ellos también están incluidos como un acto progresivo; y esa negación los pone en el lado menos feliz de lo que ahora entendemos, muy lejos de esa actitud que han utilizado como máscara de tolerancia ante tantos periodistas a la hora de negar lo imborrable. Me he ahorrado nombres porque esto es algo más que un repaso personal: dejo para eso el recuerdo de quienes, por ejemplo, tuvieron que abandonar el país tras las amenazas que recibieron por aquellos días de mayo. Aunque ese recuerdo también persiste, y duele, porque en el silencio también se puede presentir la necesidad del grito. Para esa angustia aun no tengo consuelo. Pero sí ganas de esclarecer lo sucedido, de hacerlo lo más diáfano que se pueda. Porque sobre ese silencio hay que crear el espacio de muchas independencias, de mucha diversidad real, para que no falte en el calendario de la memoria cubana el 11 de mayo. Para que, cuando la Historia asuma todo lo silenciado, esa fecha, esa hora, esos instantes, sean el mejor espejo posible de nuestros rostros. Y de nuestras voces. Y de un país mucho más nítido e inclusivo.