Resumir la historia en pocas palabras es cuando menos tarea imposible, pero sí podemos resaltar cómo la nacionalidad cubana comenzó a gestarse muchos antes de la llegada de Cristóbal Colón a la isla de Cuba en 1492 y fue más tarde consagrada con el hecho de la independencia el 20 de mayo de 1902.
Pero antes que la bandera de la estrella solitaria fuera izada por primera vez en el antiguo palacio de los Capitanes Generales, en La Habana, donde rigieron 65 capitanes generales para el Reino de España, transcurrieron cuatro siglos de explotación colonial, españolización de la isla, esclavismo y una guerra de liberación que tuvo su grito inicial en la voz de Carlos Manuel de Céspedes, nieto de españoles. Fue una ardua batalla que tuvo a muchos seguidores, tan bravos como Antonio Maceo y magistrales como José Martí.
Tras la entrada, aún inexplicable, de las tropas estadounidenses en el escenario bélico en Cuba y la posterior ocupación militar de la isla en 1898, los cubanos lograron alcanzar un acuerdo con los vecinos del norte para declarar la deseada autonomía.
De hecho, no fueron pocos los que trataron de influir en las decisiones del Congreso estadounidense para que Cuba fuese territorio de Estados Unidos. Sin embargo, venció la cordura cuando el entonces presidente estadounidense William McKinley firmó la Resolución Conjunta que declaró “…el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”.
Fecha venerada
Aseguran los historiadores que la fecha escogida fue el 20 de mayo por ser el día posterior al 19, cuando se conmemora la muerte en combate de Martí, el apóstol de la Independencia.
Ya no hay testigos del que muchos aseguraron fue un hermoso mediodía, cuando el 20 de mayo de 1902 el primer presidente elegido, Tomás Estrada Palma, tomó posesión de la Presidencia, rodeado de precursores de la independencia, entre los que estaban el generalísimo Máximo Gómez.
“Al señalar los relojes las 12 de la noche, anunciando el 20 de mayo”, recogió el historiador Juan Martín Leiseca, “repicaron las campanas, el pueblo llenó las calles y atronaron el espacio estampidos de cohetes y gritos de entusiasmo y gloria. ¡Era el día de la libertad!”.
Identidad
Entonces la nación comenzó el largo periplo por dejar atrás las huellas del colonialismo y avanzar hacia el desarrollo socioeconómico y político, aunque llevara a cuestas la orden de la Enmienda Platt que establecía la creación de “estaciones navales estadounidenses en ciertos puntos determinados”
Como planteó el analista Martín Rodrigo y Alharilla: “En la demarcación de los límites de la identidad cubana, en la elección de tradiciones y valores culturales hispanos se establecieron las fronteras respecto a los otros frente a los que Cuba tenía que definirse y defenderse, España, por un lado, y Estados Unidos, por otro, que ejercía una poderosa atracción intelectual y política para algunos intelectuales de la isla”.
De hecho, muchos plantean que el 20 de mayo de 1902 sobrepasó la importancia del suceso histórico, incluso la transición de territorio ocupado a país independiente.
Con muy pocos recursos a cuestas, salvo el sudor de los campos y la habilidad comercial, Cuba logró avanzar hasta posicionarse entre los países más prósperos entonces con desarrollo urbanístico, expansión artística, literaria, industrial y mercantil.
Caldo de cultivo
Entretanto, la política nacional continuó siendo agitada. Mientras obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales planteaban sus inquietudes y el país los asumía paulatinamente, otra parte de la sociedad gobernante cubana vivía a espaldas de la realidad, sin preocuparse por el caldo de cultivo que se preparaba.
De esta manera, la sucesión de gobiernos constitucionales en Cuba, alternados con golpes militares, alcanzó el clímax detonante en los años 1950, cuando Fulgencio Batista asumió el poder por la fuerza, tras haber sido presidente constitucional de 1940 a 1944.
El nuevo régimen político endureció las reglas contra la disidencia, motivada por la fuerte corrupción existente y el populismo desenfrenado de un grupo de revolucionarios, dirigidos en parte por el entonces abogado Fidel Castro.
Derrocado Batista, los llamados revolucionarios tomaron el poder en medio de un fuerte apoyo popular, que más tarde sucumbió al autoritarismo.
Mientras tanto, el caldo de cultivo comenzaba a dar sus primeros frutos: la nacionalización de empresas, la expropiación de bienes y la institucionalización de la educación y la política, bajo los parámetros del Estado, que tuvo como única ideología el marxismo leninismo.
El significado del triunfo de la nación, el 20 de mayo de 1902, fue borrado de los libros de historia y en su lugar se proclamó el golpe militar en forma de revolución, que despojó a la sociedad cubana de poder legislativo y estado de Derecho.
Desde entonces, perdura la existencia de un único partido político, la falta de libertades civiles y la ausencia de los medios de comunicación independientes o privados. Mientras tanto, sucedía una retahíla de penosos episodios que castigaron a miles de cubanos con el fusilamiento, expropiaron a otros miles e impulsaron a casi dos millones a emigrar por diversas vías.
Y todo esto sucedió mientras medio mundo o más no escuchaba ni veía. “Sin aire, la tierra muere. Sin libertad, como sin aire propio y esencial, nada vive”, dijo José Martí hace algo más de un siglo.
Hoy, lejos de poder mostrarse como país libre y próspero, a 118 años del inicio la República el 20 de mayo de 1902, abunda la pobreza, la censura y el totalitarismo.
A 118 años de la proclamación de la república
LUIS CINO- Según el mal redactado y peor intencionado mamotreto que los mandamases castristas llaman Constitución, Cuba es una república. Pero en muchos aspectos dista bastante de lo que la mayoría de los estados democráticos entienden por “república”. Y suerte que a la república no la llamaron socialista, popular o democrática, algunos de los apellidos añadidos que los comunistas suelen ponerle a las “democracias” entendidas a su modo.
Cuba no tiene día de la república que festejar. El 20 de mayo, que fue el día en que se proclamó la república en 1902, no se celebra en la Isla desde 1959. El castrismo reniega de esa fecha porque según afirma ese día se instauró “una república mediatizada por el imperialismo norteamericano”.
En la reescritura teleológica de la historia hecha por los castristas, llena de anécdotas mal contadas y peor intencionadas, los 56 años del periodo republicano se reducen a gobiernos corruptos y entreguistas al capital norteamericano, con énfasis en las dictaduras de Machado y Batista —que sumadas ambas, en años y muertes ocasionadas, no hacen ni el calcañal de la dictadura castrista— y la sucesión de luchas revolucionarias que condujeron al primero de enero de 1959, que fue cuando, según afirman, “Cuba alcanzó su verdadera independencia bajo la guía de Fidel Castro”.
Han sido muchos los embaucados con las fábulas de la historiografía castrista sobre la que califican como “la pseudo-república neocolonial”.
Un vecino que se dice comunista, aunque a fuerza de desengaños ya no lo es tanto, me confesó una vez que se asombró mucho al leer una carta en que José Martí llamaba “querido hermano” a Tomás Estrada Palma, el primer presidente que tuvo Cuba luego de la independencia.
No sabía mi vecino que Estrada Palma fue el hombre de confianza de Martí, y el que lo sustituyó luego de su muerte en la dirección del Partido Revolucionario Cubano. Por el contrario, mi vecino, que se había tragado completo el infundio castrista, estaba convencido de que “el primer presidente de la república mediatizada fue un títere anexionista puesto por los yanquis luego de que frustraran la guerra de independencia e impusieran la Enmienda Platt”.
De todos los presidentes republicanos, el castrismo se ensañó particularmente contra Estrada Palma. En los primeros años del régimen revolucionario arrancaron su estatua de la Avenida de los Presidentes: sólo quedaron los zapatos de bronce, tercamente prendidos al pedestal.
Paradójicamente, dejaron intacto el monumento a José Miguel Gómez, el segundo presidente de la república, apodado el Tiburón, notorio por su corrupción y por haber ordenado en 1912 la sangrienta represión contra la sublevación de los Independientes de Color.
Estrada Palma fue el más honesto de los gobernantes cubanos. Su fallo fue haberse creído insustituible como presidente, y haber querido en 1906 reelegirse a la cañona, lo que provocó un alzamiento de los opositores, capitaneados por José Miguel Gómez. Para colmo Don Tomás, antes que negociar con los alzados, prefirió acogerse a la Enmienda Platt y solicitar la intervención norteamericana.
No estoy seguro de haber convencido a mi vecino con mis explicaciones, pero me aseguró que para entender varios episodios que le resultaban confusos, por lo mal contados, iba a leer con otros ojos, más detenimiento y hurgando entre líneas la historia de Cuba.
Mucha falta nos hace a los cubanos —a todos, no solo a los obnubilados por el pensamiento oficial— profundizar en la historia nacional. En la verdadera, no en la historieta con falsas premisas y moralejas que fabricaron los mandamases y nos embutieron como papilla desde la escuela primaria. Solo así podremos aquilatar en su justo valor, con sus luces y sombras, la República que tuvimos y no supimos componer, porque sin dudas requería componerla, y mejorarla con espíritu cívico, y no dejarla al arbitrio de politiqueros, manengues, demagogos y caudillos aventureros.
La República era ese tiempo ideal en que se comía opíparamente por centavos, todos vestían como dandys y damiselas encantadoras, y las victrolas tocaban boleros y guarachas en cada esquina, pero, ¿cómo en tal edén pudo triunfar algo tan espantoso como la revolución de Fidel Castro?
Cuando alguna vez los cubanos volvamos a tener república, una verdadera, ojalá nos desempeñemos mejor. No podrá ser con los mismos vicios y errores que condujeron al abismo a la primera. Es de suponer que para entonces ya estaremos curados de ciertas manías, como la de brincar, armados y vociferantes, por encima de la institucionalidad y el estado de derecho para ponernos en manos de líderes mesiánicos y carismáticos que nos prometen el paraíso en la tierra. De algo nos habrán tenido que servir los más de 60 años de purgatorio comunista.