El paciente 2321 está solo. Ni siquiera su hermana Omara Ruiz Urquiola, que lo acompaña y lo defiende, sabe lo que es haber sido infestada por VIH-Sida, una enfermedad que aún no tiene cura y que arrastra consigo menosprecio y prejuicios sociales.
¿Quién puede estar seguro de que fue inoculada? ¿Quién puede desmentir que no ha sido adquirida por Ariel Ruiz Urquiola en la vida promiscua que los medios oficiales se empeñan en difundir? Nadie, excepto el mismo paciente 2321. Y no porque sea científico y pueda trazar una línea de tiempo o hacer un conteo viral y a partir de ahí sacar conclusiones, sino porque el cuerpo victimizado es el suyo.
Si fuésemos lo suficientemente sabios, y Ariel lo es, escucharíamos cada una de nuestras células. Ellas debieron haberle anunciado al científico que algo estaba mal. Yo le creo y todos debiéramos creerle, a coro; los que vivimos y los que han vivido en dictaduras, y también los que no, pues incluso cuando nuestra agenda política no sea la misma, se trata, por encima de todo, de humanidad.
La chapucería diplomática de la dictadura cubana es equiparable al nivel de maldad que se empeña en alcanzar cuando de represión se trata. La malevolencia que aplica se extiende y se contrae según a quien se reprime. A muchos, como a los hermanos Urquiola, les ha tocado poner el cuerpo y la mente en juego.
De su comparecencia ante la comisionada de los Derechos Humanos en la ONU no dependía prácticamente nada, porque ya la labor del paciente 2321 estaba hecha. Llegar, tocar las puertas de un recinto por momentos útil, pero que ha servido, con su complicidad, a más de un Estado violador de los derechos absolutos de sus ciudadanos.
Mientras, en La Habana y quizás en toda Cuba, la gente vivió una especie de jet lag con tal de no perderse lo que se suponía que ocurriría. No creo que estuviéramos celebrando victorias pírricas, es que el concepto de cubanía aún es muy joven y debiera incorporar la resistencia a perder las esperanzas o el optimismo. Es una especie de ceguera, y puede que hasta algún tipo de dolencia, pero con ella sobrevivimos.
Parece que el régimen cubano será derrocado con gestos simbólicos, a partir de su desmembramiento espiritual y consecuente desmitificación. El camino que se ha tomado hacia esa democracia, no lo siento tan errado. A las calles se llegará el día que dejemos de pensar en la eternidad del partido, en la inmortalidad del dictador, en el alcance desmesurado que la gente cree que tiene la Seguridad del Estado.
Lo infinito es un concepto matemático, filosófico. Lo eterno es pura religión. La vida siempre termina siendo más rica en experiencias y, sobre todo, da sorpresas; pero habrá que esperar por una masa más o menos grande que diga “Me cansé”, y eche a andar la maquinaria de la historia, que parece atascada por las barrigas y las arrugas de los que se aferran al poder.