En los últimos 120 años de historia nacional, agosto ha sido un mes cargado de rebeliones, motines y otros hechos violentos.
Agosto, mes de choque para los cubanos
En el verano de 1906, con nuestro primer cabezazo republicano, se originó la manía que todavía dura a algunos cubanos de utilizar vocablos bélicos en la vida política, social y económica. Fue cuando el presidente Tomás Estrada Palma, que se creyó insustituible, creó un Gabinete de Combate para legalizar a la brava su reelección. Eso provocó que los liberales, capitaneados por José Miguel Gómez, se alzaran en armas, un episodio que fue bautizado como la Guerrita de Agosto y que terminó con la ocupación militar del país por los norteamericanos. Estrada Palma no pudo con la insurrección y con los alzados a las puertas de la capital. Antes que negociar con ellos, prefirió apelar a la Enmienda Platt y solicitar la intervención de los Estados Unidos.
También en agosto, de 1933, cayó la dictadura del general Gerardo Machado. Se puede decir que cayó dos veces. La primera fue de mentiritas, y ocurrió el 7 de agosto. Ese día, policías y porristas masacraron en las calles a los que salieron a celebrar la huida del dictador, una falsa noticia que había sido propalada por el ABC, una organización de extrema derecha que, según los estándares de hoy, sería considerada terrorista. El 12 de agosto, cuando presionado por el ejército y el gobierno norteamericano y enfrentado a una huelga general Machado voló a Nassau con sus adversarios pisándole los talones, el pueblo lo pensó dos veces antes de lanzarse a las calles. Pero fue solo dos veces. Tal vez la canícula tuvo algo que ver en el encarnizamiento de las venganzas contra los esbirros machadistas.
Agosto de 1933 fue una sangrienta temporada, pero se olvidó rápido. Los atroces finales de los porristas de la Liga Patriótica no desestimularían a sus émulos en la chivatería del futuro.
La revolución de 1933 nos trajo el mesianismo revolucionario, los gatillos alegres, los dulces para todos de Grau y a Fulgencio Batista. Eduardo Chibás, el líder del Partido Ortodoxo, un desprendimiento del Partido Auténtico, pudo ser la solución. O tal vez no. Quizás hubiera resultado otro líder populista más, de los que tanto abundan en América Latina. En todo caso, hubiera resultado mejor que todo lo que vino después. Pero no tuvo tiempo de demostrarlo. La noche del domingo 5 de agosto de 1951, sudado, con los ojos desorbitados tras sus lentes de miope, trémulo de impotencia por no poder mostrar las pruebas contra el ministro Aureliano Sánchez Arango, apoyó el cañón del revólver en su vientre y disparó. La detonación, amplificada por los micrófonos de la radio nacional, estremeció la conciencia de los cubanos, pero no alteró el curso político del país. Murió once días después, el 16 de agosto.
Durante el multitudinario sepelio de Chibás, un afiebrado joven recién graduado de abogado, Fidel Castro, propuso enrumbar el cortejo fúnebre hacia el Palacio Presidencial, tomarlo por asalto y lanzar al presidente Carlos Prío por el balcón. Por suerte, nadie le hizo caso. Pero sí se lo harían unos años después, cuando luego de protagonizar la insurgencia en la Sierra Maestra contra el régimen de Batista, logró hacerse del poder absoluto.
El 5 de agosto de 1994, el régimen castrista tuvo su primer enfrentamiento callejero de envergadura con el pueblo, en lo que se conoce como el Maleconazo. Miles de habaneros que lanzaban piedras y gritaban libertad fueron brutalmente reprimidos. Fidel Castro logró salir de la crisis con un éxodo de balseros y reabriendo los mercados campesinos.
Este año, este agosto, parecen estar creadas las condiciones para un estallido social. En medio de la crisis agudizada por una epidemia que se niega a retroceder, con una economía que hace mucho se fue a pique, con hambre y todo tipo de carencias, hay mucho malestar y desánimo en la población. Y los mandamases –que vigilan las colas de la comida, persiguen todo lo que consideren ilegal y han impuesto en La Habana un toque de queda nocturno que no llaman así, pero nadie duda que lo es- no hacen más que regañarnos por lo malagradecidos que somos y por nuestra indisciplina. Y siguen reforzando los controles y la vigilancia. Nos velan a toda hora. Como si estuviésemos en un gran panóptico.
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