Cada cuatro años en Estados Unidos se repite, inagotable, el desfile de vivos y bobos. Un mal de la democracia que palidece —pero no cesa por ello de ser repugnante y efectivo— frente a las virtudes del proceso electoral.
En Miami y Florida los vivos son muchos y solo cabe esperar que los bobos no sean tantos.
Desde hace tiempo, pero sobre todo en las últimas semanas, dichos vivos se han lanzado con ímpetu a revivir un fantasma.
Meter miedo con un muerto no resulta difícil —y no solo entre ignorantes—, así que a falta de mayor capacidad o argumento, el fantasma del comunismo vuelve a recorrer no el mundo, que ya está cansado de ello, sino las calles de Miami. Halloween anticipado, contado por unos cuantos —no tan idiotas—, con horror y furia.
Pero seamos serios. Hablemos de temas que se pueden medir, contabilizar, describir con números y no con adjetivos. Nada de consignas, nada de lemas de campaña, nada de odio. Dejemos la retórica para los comunistas.
Uno de estos temas —por ejemplo— es el de los niños sin seguro médico.
Después de alcanzar un mínimo histórico de 4,7 por ciento en 2016, la tasa de niños sin seguro comenzó a crecer en 2017 y —a partir de 2019— volvió a subir al 5,7 por ciento.
Este aumento de un punto porcentual se traduce en al menos unos 726.000 niños más sin seguro de salud desde el inicio de la administración Trump, cuando la participación en los planes de Medicaid comenzó a bajar, de acuerdo a un nuevo estudio publicado por el Centro para Niños y Familias del Instituto de Políticas de Salud de la Universidad de Georgetown.
La mayor alza en la pérdida de seguro se observó entre 2018 y 2019, cuando a pesar de una economía fuerte, el número creció en 320.000 niños; el mayor salto anual visto en más de una década.
Hay que tomar en consideración que estos datos se recopilaron antes de la pandemia, por lo que la cifra es probablemente mucho mayor en 2020 —ya que muchas familias han perdido sus trabajos y consecuentemente el seguro patrocinado por el empleador— y debe estar cerca o superar el millón.
La situación ha afectado particularmente a los niños de origen latino, y en este sentido Texas y Florida son los estados más perjudicados, y ambos suman el 41 por ciento del total de pérdida de cobertura infantil.
Tras Texas (donde ahora otros 243.000 niños viven sin cobertura de salud), Florida tiene la mayor pérdida, al agregar alrededor de 55.000 nuevos niños desprotegidos durante el período de tres años (el representante republicano Chris Sprowls atribuye la cifra al considerable aumento de la población en el estado, según The Miami Herald).
Gran parte del alza en la cifra de niños con seguro se produjo como consecuencia de la expansión en la cobertura de salud a consecuencia de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio (ACA), conocida como “Obamacare”, que entró en vigor en 2014.
Sin embargo, ahora en muchos casos este tipo de cobertura ha sido reducida, eliminada o es más difícil de solicitar.
La pérdida de cobertura de los niños se puede atribuir a diversos factores, pero fundamentalmente a los empeños de la administración Trump por socavar el Obamacare. Desde recortes a las campañas y medios de inscripción al plan; barreras burocráticas que dificultan que las familias se inscriban o permanezcan en Medicaid; un “clima hostil hacia las familias inmigrantes”, que lleva a que estas no busquen o soliciten servicios de salud; todo ha sido empleado para menoscabar el Obamacare.
En última instancia, lo que está afectando a los niños es parte de un esfuerzo mayor llevado a cabo por Trump para de una forma u otra poner fin al Obamacare.
Más estadounidenses estaban sin seguro de salud en 2019 que en 2018, una tendencia que continúa en aumento y nos aleja cada vez más de la histórica disminución a un 8,6 por ciento de no asegurados en 2016, según el Centro de Presupuesto y Prioridades Políticas.
Estas son cifras, realidades, datos. Lo demás, fantasmas y mitos que quedan para Halloween: a finales de octubre, antes de las elecciones.