Cuba espera que Biden revierta la política de Trump contra la isla
Pese a la pandemia, este fin de semana hubo celebraciones y fiestas en La Habana. Desde que el sábado se supo que Joe Biden había ganado las elecciones, muchos comenzaron los brindis con cerveza y ron, y no era por gusto. Para Cuba, quizá más que para cualquier otro país del mundo, el resultado de las elecciones en Estados Unidos era crucial. Librarse de Donald Trump era una prioridad nacional. El daño infligido a la frágil economía cubana por la política de presión del último mandatario estadounidense, traducida en 132 medidas y sanciones en los últimos años, ha sido considerable. Un segundo mandato de Trump en las actuales circunstancias, con el país en números rojos, el turismo a cero por la epidemia de la covid-19 y una compleja reforma económica en marcha, pintaba devastador. La victoria de Biden, que en campaña prometió regresar a la política de acercamiento de Obama, da oxígeno. Es un alivio. Pero la clave es cómo de grande será ese alivio.
La primera reacción oficial, del presidente cubano Miguel Díaz-Canel, fue cauta: “En sus elecciones presidenciales, el pueblo de EE UU ha optado por un nuevo rumbo. Creemos en la posibilidad de una relación bilateral constructiva y respetuosa de las diferencias”. En la calle había más expresividad. Una mezcla de satisfacción, expectación y suspiro colectivo. “¡Ay virgencita, menos mal!”, decía una señora que vivió el agónico recuento electoral. Contaba que su hijo vive en Miami y que no ha podido ir a verlo desde hace tres años, después de que Trump desactivó el consulado de EE UU en La Habana debido a un oscuro episodio de unos supuestos “ataques sónicos” contra diplomáticos norteamericanos. Se calcula que, como ella, entre 60.000 y 80.000 cubanos viajaban cada año a territorio estadounidense de visita o con visado de emigrante.
Aparte de la cuestión migratoria, dramática y tremenda, Trump ha sido una máquina de destruir lo que Obama construyó: acabó con los vuelos directos, con los cruceros, restringió las remesas, activó la ley Helms-Burton para desincentivar la inversión extranjera, segó los viajes de los ciudadanos de Estados Unidos, país que con Obama llegó a convertirse en el segundo emisor de turismo hacia la isla, tras Canadá. Los norteamericanos gastaban buena parte de su dinero en los negocios de los cuentapropistas (como se conoce a los trabajadores autónomos en Cuba), artesanos, dueños de hostales, restaurantes, taxistas de autos clásicos, parte de un emergente sector privado —uno de cada cuatro cubanos ya no trabaja para el Estado— que el sábado respiró aliviado.
Solo el restablecer lo que Trump deshizo sería para Cuba algo importante, aire fresco en momentos críticos. Reabrir el consulado, restablecer los vuelos y los viajes de los ciudadanos estadounidenses y así hasta 132 medidas, son acciones que el nuevo presidente puede ejecutar con cierta rapidez, lo que no está tan claro es que vaya a regresar a corto plazo al punto en que dejó las cosas Obama. ¿Se implicará Biden en el asunto cubano tan personalmente como hizo el expresidente demócrata? En dos años de relaciones firmó 22 acuerdos de cooperación con la isla, hoy congelados (pero en vigor).
“La prioridad que tendrá Cuba para Biden va a depender de muchas cosas, pero imagino que deshacer los muchos desaguisados que le ha dejado Trump le va a ocupar bastante tiempo”, asegura Rafael Hernández, académico y experto en relaciones Cuba-Estados Unidos. Según este analista, a corto plazo lo más probable es que se vea al equipo de Biden empezar a desmontar el andamiaje de sanciones trumpistas. En el medio plazo, sería una buena noticia para Cuba que Washington reactivara los grupos de trabajo en las 22 áreas de cooperación existentes (temas de seguridad, migratorios, lucha contra el narcotráfico, cooperación medioambiental, entre otras), aunque no se avanzara más. “Ya lograr esas dos cosas sería una gran noticia”, opina Hernández.
La clave, opinan Hernández y el exdiplomático cubano Carlos Alzugaray, es si Biden asumirá y aplicará en algún momento la Directiva Política Presidencial para la Normalización EE UU-Cuba, un documento que Obama firmó el 14 de octubre de 2016 (tres semanas antes de que Trump ganara las elecciones a Hillary Clinton) y que nunca llegó a implementarse. Esta directiva, elaborada con Biden como vicepresidente, contiene todas las instrucciones y estrategias a largo plazo sobre qué hacer con Cuba, y plantea una política de compromiso activo con la isla, promoción del comercio e inversiones, intercambios de todo tipo, apoyo a la inclusión de Cuba en los organismos internacionales, además de comprometerse a pelear en el Congreso por el levantamiento del embargo. Todo sin condiciones ni toma y daca, sino por puro interés estratégico norteamericano y como mejor modo de ayudar a las reformas y cambios políticos en la isla.
“Nuestra política está diseñada para apoyar la capacidad de los cubanos de ejercer sus derechos humanos universales y libertades fundamentales, con la expectativa de que un mayor comercio ofrezca a un segmento más amplio de la población cubana la información y los recursos necesarios para lograr un futuro próspero y sostenible”, defiende la directiva. “En la consecución de estos objetivos, no estamos tratando de imponer un cambio de régimen en Cuba; estamos, en cambio, promocionando valores que apoyamos en todo el mundo respetando al mismo tiempo que corresponde al pueblo cubano tomar sus propias decisiones sobre su futuro”, se lee.
Dice Alzugaray que el cambio de inquilino en la Casa Blanca ocurre en un momento muy interesante en Cuba, cuando faltan cinco meses para el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, el último de Raúl Castro. Antes de esa fecha han de verse los primeros efectos de una reforma largamente esperada que debe dar un fuerte impulso a la iniciativa privada, fomentar las pymes, la autonomía de las empresas estatales, dar mayor poder a los gobiernos locales y acometer una importante unificación monetaria. Cambios que, si se hacen —y dada la magnitud de la crisis parecen impostergables—, pueden cambiar sustancialmente las reglas del juego económicas. Justo la liberalización que Obama recomendó en su histórico viaje a Cuba en 2016.
“Otro factor a considerar es que Biden va a estar solo cuatro años, y lo que vaya a hacer lo tiene que hacer en este mandato”, señala el economista Juan Triana. “Veremos a qué está dispuesto, pero con independencia de ello, lo importante es lo que hagamos nosotros”, asegura. Si Cuba no hace las reformas que necesita, mal, da igual Biden y todo lo demás. Si las hace con éxito, la pelota empezará a rodar. ¿Será este el presidente estadounidense que levantará el embargo? Parece muy difícil. ¿Hasta dónde llegará Cuba con su reforma? ¿Viajará el expresidente Obama a Cuba en viaje de buena voluntad? Queda mucho por andar.
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