En la Nochebuena de 1865, seis veteranos de guerra se reunieron en Pulaski, Tennessee. No tenían mucho que celebrar. Todos habían participado en la guerra civil del lado del sur esclavista, el bando perdedor, y hacía apenas ocho meses desde que el general Lee había firmado la rendición.
Los estados sureños estaban bajo ocupación militar, y no habían pasado ni tres semanas desde que la esclavitud había quedado oficialmente prohibida en EE. UU. No parecía el mejor momento para fundar una organización que iba a ser sinónimo de racismo hasta el día de hoy: el Ku Klux Klan.
Dicen los historiadores que aquellos seis veteranos del sur confederado no tenían ni idea de lo que iba a ser el Klan. Que cuando se juntaron y buscaron aquel nombre tan raro (venía del griego kyklos, círculo) querían formar una especie de fraternidad, un club “de entretenimiento, sin motivaciones políticas”.
Pero, independientemente de cuál fuera su intención inicial, lo cierto es que tardó muy poco en convertirse en un instrumento de terror. Primero llegaron las “bromas”, los “sustos” a los afroamericanos que habían ganado su libertad, y muy poco después la violencia pura y dura.
Vestidos con túnicas y máscaras para impedir que las tropas federales los identificaran, los “caballeros” del Ku Klux Klan tenían toda suerte de rituales y títulos rimbombantes como “Gran Dragón” o “Gran Cíclope”. Montados a caballo, con sus antorchas encendidas, recorrían el sur intimidando a los negros que se atrevían a votar o, con más audacia todavía, a presentarse a unas elecciones.
Para el verano de 1867, ya habían crecido lo suficiente como para celebrar la primera gran convención de “el Imperio Invisible del Sur” y escoger a su primer “Gran mago”, un antiguo general confederado.
En la disputada elección presidencial de 1868, el KKK se dedicó aún con más empeño a intimidar votantes
Mientras el clan se extendía a todos los estados sureños, el país estaba en tensión. El gran debate nacional del momento era la llamada “reconstrucción”: el camino que habían de seguir los estados derrotados para recuperar sus plenos derechos.
En la disputada elección presidencial de 1868, el KKK se dedicó aún con más empeño a intimidar votantes. En Luisiana, más de mil afroamericanos fueron asesinados, y en Arkansas hubo unos dos mil homicidios relacionados con los comicios. El propio general que había sido elegido líder y “Gran mago” del Ku Klux Klan trató de disolver la organización después de aquellas elecciones por su tremenda violencia.
Esa campaña de intimidación tan abierta y salvaje acabó por volverse contra el grupo. En 1871, horrorizado por las historias que llegaban del sur, el Congreso aprobó una “ley del Ku Klux Klan” que permitía al presidente suspender algunas garantías constitucionales y enviar tropas a combatirlos directamente.
Ulysses S. Grant la usó para detener a cientos de sus miembros y declaró la ley marcial en nueve condados de Carolina del Sur. El KKK fue desapareciendo en los siguientes años, aunque los expertos creen que fue más por la consecución de sus objetivos que por la presión del gobierno federal.
Durante la década de 1870, el norte fue perdiendo interés en la “reconstrucción”, y para su segunda mitad, el mismo Partido Demócrata que había provocado la guerra civil ya gobernaba de nuevo en todo el sur y estaba construyendo el sistema de segregación que marginaría a los afroamericanos durante las siguientes décadas.
El Ku Klux Klan quedó un poco adormilado, pero listo para resurgir en cuanto hubiera necesidad de defender con la violencia el supremacismo blanco. Una oportunidad que se presentaría de nuevo en 1915.
El KKK revive desde el cine
El 8 de febrero de 1915 se estrenó la primera gran superproducción del cine estadounidense. El nacimiento de una nación era, básicamente, una película en la que el héroe era el Ku Klux Klan: tres horas de caballeros con túnicas salvando a jovencitas. Una reinterpretación de la guerra civil en la que los norteños son opresores y los negros son a la vez malos, tontos... y ni siquiera son negros. Son actores blancos poniendo gesto de bobos con la cara pintada de betún, persiguiendo mujeres blancas.
El presidente Woodrow Wilson, el mismo que había impedido trabajar a funcionarios blancos y negros en la misma oficina, proyectó la película en la Casa Blanca y se le atribuye haber dicho después: “Es como escribir historia con luz. Mi único reproche es que es todo terriblemente cierto”.
No era el único que lo pensaba. Mientras lo novedoso del montaje cautivaba a millones de espectadores, un predicador de Georgia barruntaba cómo aprovechar el tirón para su causa.
William Joseph Simmons preparó cuidadosamente un plan para resucitar el Ku Klux Klan con el impulso de El nacimiento de una nación. Unos días antes de su estreno en Atlanta, una de las grandes ciudades del sur, se juntó con algunos amigos y prendió fuego a una cruz en la cima de un monte para declarar que el Klan había vuelto.
Luego contrató publicidad para promocionar esa “refundación” en los periódicos en los que aparecían los anuncios de la película. Por último, el propio día de la premiere organizó un desfile a caballo junto a sus encapuchados para “saludar” el acontecimiento.
Con la ayuda de publicistas profesionales, Simmons construyó un “nuevo” KKK que era más numeroso y más poderoso. Se extendió más allá de su base en el sur incorporando nuevas variantes de odio y supremacismo.
Además de su desprecio por los afroamericanos, el Ku Klux Klan de los años veinte atacaba a los judíos, a los católicos y en general a los inmigrantes que habían llegado por millones en los años anteriores. Era un movimiento blanco, protestante, anticomunista y de clase media acomodada.
En su segunda vida, el “klan” llegó a los cuatro millones de miembros y tuvo una gran influencia política. La imagen de 50.000 de sus miembros desfilando por Washington D. C. en agosto de 1925 es poderosa, pero más aún lo es saber que miembros del KKK gobernaron algunas ciudades y estados o se sentaron en el Senado. Todo mientras su organización combinaba la celebración de picnics y fiestas con sus tradicionales actividades de intimidación: ataques racistas, agresiones a médicos que practicaban abortos o a mujeres solteras que quedaban a solas con hombres.
La Gran Depresión de los años treinta acabó por adormecer una vez más al klan, pero no tardaría mucho en despertar
Tal vez fue su discurso moralizante el que hizo que el “segundo klan” acusara tanto el golpe de David Stephenson. Solo unos meses después de su triunfal marcha sobre Washington, el KKK tuvo que digerir la incómoda noticia de que uno de sus líderes más importantes había sido condenado a cadena perpetua por violar y matar a una chica de veinte años.
Muchos miembros abandonaron la organización horrorizados, y la Gran Depresión de los años treinta acabó por adormecer una vez más al klan, pero tampoco esta vez tardaría mucho en despertar.
El klan regresa al sur: la última resurrección
El primer KKK había nacido en 1865 en el sur de EE. UU. cuando parecía que los afroamericanos podían alcanzar los mismos derechos que los blancos, pero desapareció en cuanto se impusieron las leyes de segregación que, en la práctica, los mantenían sometidos. En la década de 1950, cuando los veteranos afroamericanos de la Segunda Guerra Mundial empezaron a exigir el fin de ese sistema, el Ku Klux Klan renació casi de inmediato como un movimiento extremadamente violento de blancos de clase obrera.
Los cincuenta y los sesenta fueron una sucesión de leyes y sentencias judiciales que prohibían la discriminación sobre el papel, pero los líderes del KKK sabían muy bien que una cosa es lo que dice la norma y otra muy diferente la situación real. Un siglo antes, las reformas constitucionales de la posguerra también habían consagrado la igualdad entre razas, pero sus abuelos las habían convertido en papel mojado a través de amenazas, agresiones y desobediencia.
En 1951, el Klan puso una bomba bajo la cama del presidente de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color en Florida y lo mató a él y a su esposa. El día de Navidad de 1956, dinamitó la casa de otro activista en Alabama que el día anterior había pedido públicamente la desegregación del transporte público. Salió ileso, pero sufrió otros cuatro intentos de asesinato en los siguientes seis años y fue linchado junto a su mujer por intentar matricular a sus hijas en un instituto donde solo había blancos.
Por desgracia, la violencia supremacista contra los afroamericanos que olvidaban “cuál era su sitio” era un lugar común en el sur desde hacía siglos. Sin embargo, el Ku Klux Klan atrajo mucha más atención y rechazo en todo el país cuando empezó a atacar a los activistas blancos.
En 1961 se organizaron expediciones de “jinetes de la libertad” en la que jóvenes blancos y negros viajaban juntos por el sur profundo y trataban de usar determinados espacios públicos que, por sentencia judicial, ya no podían estar segregados. Cuando sus dos primeros autobuses llegaron a Alabama, a uno le prendieron fuego y a otro lo abordó un grupo del KKK que se lio a golpes con los pasajeros ante la pasividad de la policía. Pero iba a ser mucho peor.
En 1964, dos activistas blancos y uno negro regresaban a Misisipi después de haber viajado al norte. El KKK los tenía identificados por su tarea registrando a votantes afroamericanos, y uno de sus miembros, que era policía, los paró en un control de carretera la noche del 21 de junio. Los detuvo en comisaría el tiempo suficiente como para que sus compañeros del Klan prepararan la emboscada. Cuando se marcharon, los sacaron de la carretera y los llevaron a un lugar apartado para dispararles.
El estado de Misisipi se negó a procesar a los miembros del KKK por asesinato y fueron juzgados por violación de los derechos civiles
El FBI lanzó entonces una enorme investigación que dio con sus cuerpos en seis semanas. Como dijo la viuda de uno de ellos, “el asesinato de un negro en Misisipi no sale en las noticias. La alarma nacional solo ha sonado porque mi marido y Andrew Goodman son blancos”.
El estado de Misisipi se negó a procesar a los miembros del KKK por asesinato, así que tuvieron que ser juzgados por el delito federal de violación de los derechos civiles. Ninguno de los condenados pasó más de seis años en prisión, y el principal responsable, uno de los líderes del Ku Klux Klan en la zona, salió libre porque uno de los miembros del jurado se negó a condenarle por ser ministro baptista.
Solo 30 años después del crimen el estado de Misisipi rectificó, reabrió el caso y lo procesó. Resultó condenado a 60 años por homicidio.
Si el asesinato de los activistas en 1964 puso el foco nacional en la barbarie del KKK, menos de un año después otro de sus crímenes acabó de sellar su destino. Viola Gregg Liuzzo era una mujer blanca, madre de cinco hijos, que dejó su hogar en Detroit para apoyar la lucha por la igualdad de derechos civiles en Alabama. Mientras conducía junto a otro activista por la autovía, un grupo de miembros del Klan disparó contra ellos en al menos 14 ocasiones. La mujer murió instantáneamente.
Al día siguiente, el presidente Lyndon Johnson se dirigió a la nación por televisión para anunciar la detención de los responsables y definió al Ku Klux Klan como “una sociedad de encapuchados intolerantes” que no eran leales a EE. UU. Los llamó “terroristas” y, en plena guerra, los comparó con los comunistas de Vietnam del Norte.
El presidente, un sureño del estado segregacionista de Texas, también llamó a los miembros del Klan a abandonar la organización “antes de que sea demasiado tarde”. Solo unos meses después, un jurado formado solo por blancos condenó a los responsables del crimen.
Tal vez fuera por la advertencia del presidente Johnson o porque el crimen puso al KKK en el punto de mira del famoso Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes, pero la organización empezó una decadencia que continúa hasta hoy. Con sus problemas, la sociedad sureña ha evolucionado hasta estar cada vez más lejos del Ku Klux Klan, y por eso hoy esa sociedad secreta es solo un pequeño grupo de racistas violentos disfrazados con sábanas. Lo mismo que antes, pero con menos miembros.