La migración ilegal de cubanos hacia Estados Unidos ha aumentado de forma considerable en el presente año fiscal, iniciado el 1 de octubre de 2020. En apenas cinco meses, 67 balseros han sido interceptados por la Guardia Costera del país norteño, una cifra que supera la cantidad de migrantes cubanos (49 en total) que intentaron alcanzar las costas estadounidenses durante el año fiscal 2019-2020.
El cerco continúa cerrándose sobre ciudadanos que viven el conteo final de una prolongada espera. Lo saben, pero a veces la impaciencia es más poderosa que la esperanza, y la ansiedad por ver caer al régimen puede disparar en reversa y convertirse en la triste certidumbre de que a “esto” le queda todavía un tiempo más; tiempo que se descuenta de nuestras vidas desvalijadas, deseosas de aprovechar el vigor, las ambiciones e ilusiones que aún perviven.
La dictadura se desmorona, pero la única fuerza que podría acelerar el proceso está buscando otros cauces para fluir. Los cubanos apuestan, una vez más, por la huida. Prefieren morir en el mar que en esta nada que nos engulle y no es nuestra, en definitiva. Nada nos retiene en este páramo, a excepción de los afectos; un atenuante que aporta escaso consuelo cuando tienes que verlos sufrir penurias de todo tipo, mientras la dictadura dolariza la economía y militariza las calles.
Tan adverso se ha vuelto el escenario que es comprensible el hartazgo latente en una carta publicada el pasado 8 de marzo por MujercitosMagazine, y dirigida a Miguel Díaz-Canel. Una carta de renuncia que más bien constituye el acto de dejación de la Isla por parte de los cubanos; al menos de aquellos que voluntariamente han reconocido su incapacidad para seguir resistiendo, y piden el destierro oficial del país que les dio cuna y condición de ciudadanos, aunque esta última nos sea negada de plano por la dictadura, que acepta como nacionales solo a quienes se alinean con su discurso.
Destierro piden los cubanos y la idea, así de pronto, pudiera parecer ofensiva. Equivale a una rendición, una declaración masiva de cobardía; pero es todo lo que podemos ofrecer como pueblo, dadas las circunstancias. Estamos demasiado cansados para emprender otra revolución. En lugar de emigrar a cuentagotas, abriendo y cerrando el grifo según la administración de turno en la Casa Blanca, tal vez lo mejor sea formalizar una petición ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, con copia al Parlamento Europeo y al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, para explicar los motivos del destierro voluntario al cual se someterían decenas de miles de cubanos con tal de vivir decentemente.
Tal vez así entiendan los apologetas del castrismo cuán inmoral resulta acusar de injerencia a cualquier país que intente ayudar al pueblo de Cuba en su lucha por la libertad, mientras se guarda silencio ante la superioridad militar de un régimen que además de haber anulado la instituciones democráticas y secuestrado los medios masivos de comunicación, produjo tres ejércitos para reprimir el mínimo atisbo de rebeldía popular.
Las naciones desarrolladas o en vías de desarrollo que se dicen amigas del pueblo cubano, aunque se escuden tras tanteos diplomáticos para no llamar por su nombre a la dictadura, le harían un gran favor a los hijos de esta tierra si ofrecieran cada una varios miles de visas dirigidas a profesionales y técnicos que quieran emigrar junto a sus familias.
Eso sí representaría una ayuda inestimable, con ganancia para ambas partes. El talento de los cubanos ha sido explotado, mal reconocido, peor remunerado y finalmente atrofiado por las políticas del castrismo; pero en otros países florecería con naturalidad. La sola sensación de libertad y autonomía serían abono suficiente para dar lo mejor de sí.
Ya no queremos donaciones de la Unión Europea para fomentar la agricultura y la alimentación sostenibles, ni fondos para el desarrollo de la educación y la cultura. Esas dádivas se pierden en la turbia contabilidad del régimen; no tienen ningún impacto en la vida material y espiritual del pueblo cubano. El conglomerado militar que administra la Isla como si fuera su finca privada invierte la mayor parte de ese dinero en proyectos que benefician a la élite gobernante; mientras el país se hunde cada día más en la miseria.
Los cubanos no podemos hacer nada al respecto, por las razones que sean. Se nos prohíbe protestar pacíficamente, dialogar con las autoridades o aceptar ayuda de naciones democráticas para reconstruir desde cero el estado de derecho quebrado hace sesenta años. La huelga general sigue flotando en el limbo de los deseos, y el acontecer nacional es tan atroz que la posibilidad de morir ahogado en el Estrecho de la Florida duele menos que el agobio de vivir bajo una dictadura que nos quiere pobres e ignorantes para asegurarse la perpetuidad.
Antes que se dañe lo bueno que aún queda de este pueblo, valdría la pena intentar plantarlo en otros confines. Si no somos capaces de superar nuestro miedo, y el castrismo no dejará de ser el agresivo tumor maligno que ha sido siempre, mejor optar por el destierro y salvar así una parte de Cuba, que de todos modos está más viva hoy en su diáspora que en su seno.