RAFAELA CRUZ

En los días previos al VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), el Ejecutivo cubano hizo un sprint para reencausar la agricultura. Había que recomponer rápidamente el desbarajuste causado con la implementación de la Tarea Ordenamiento, pues el resultado de esta ya se estaba notando en las tarimas "demasiado" vacías de los agromercados habaneros.

 

Para apagar el fuego, una comisión presidida por el vicepresidente Jorge Luis Tapia recorrió las provincias escuchando las demandas de los agricultores, mientras paralelamente, el Gobierno reunía un grupo de expertos y científicos que propusieran vías para "resolver el problema de la producción de alimentos en Cuba", según palabras de Miguel Díaz-Canel.

 

Todo aquello culminó en un gran conclave donde el "presidente" Canel dio a conocer una serie de medidas acordadas para —suponemos que ahora sí— arreglar la agricultura cubana.

 

Engañosa o estúpidamente —puede ser esto último teniendo en cuenta el analfabetismo económico del "presidente"—, Díaz-Canel presentó las nuevas medidas como si fuese lo mismo resolver el disgusto causado en el campesinado con la Tarea Ordenamiento, y resolver el problema inveterado de la agricultura nacional.

 

Pero aunque el presidente-designado no lo sepa, son cosas totalmente distintas.

 

Lo que quieren los campesinos, simplemente, es volver a obtener ganancias, ganancias que se esfumaron cuando, con la Tarea Ordenamiento, el Gobierno aumentó los precios de los insumos que le vende a los campesinos para que puedan trabajar muy por encima de lo que aumentó lo que les paga a estos por sus producciones. Resolver el tema de los campesinos es tan sencillo como invertir tal situación.

 

Solo hay que fijarse en las decisiones anunciadas para comprender que lo que se está rectificando es solo la cuestión muy puntual del bolsillo de los agricultores: se bajan las tarifas eléctricas y de agua, así como el precio de los piensos nacionales y los bioproductos —todo ello recién subido en la Tarea Ordenamiento— y, como premio de consolación por el disgusto causado, se permitirá la comercialización de carne bovina —de manera muy limitada— al que cumpla el compromiso estatal.

 

Con esto efectivamente se disminuye el costo de hacer producir la tierra y por lo tanto tendrán más beneficios los que la labran, pero en nada se corrige o siquiera se alivia el problema esencial de la agricultura cubana: la improductividad.

 

El Gobierno cree —o hace creer— que la agricultura no produce por un factor humano. "Hay reservas de trabajo no explotadas", dicen cómodamente desde sus butacas y carros climatizados los politicastros del régimen. No admiten que para producir más se necesita inversión y recursos, algo de lo que los campesinos carecen a causa del sistema monopolístico estatal, pues admitirlo implicaría aceptar la necesidad de cambiar el sistema, lo que al castrismo no le conviene.

 

El abracadabra actual es el siguiente: se creó un problema poniendo en números rojos a los agricultores; cuando esta crisis se hizo obvia en el aumento del desabastecimiento, apareció el Gobierno y presentó medidas que rectifican el problema que él mismo acababa de crear; pero presenta estas disposiciones como si fueran la solución no solo a ese problema, sino solución también de la cuestión global de la agricultura cubana.

 

Hacen creer al pueblo que con estas medidas mejorará la agricultura y con ella la alimentación, cuando en el mejor de los casos, lo que se hará es regresar a la improductividad que existía antes de la Tarea Ordenamiento.

 

Aparte de ganar tiempo usando magistralmente la maquinaria propagandística, una vez más el castrismo logra vender el problema, el mismo, como si fuera la solución.

 

La diferencia con homólogas situaciones anteriores es que esta vez sabemos cuánto costará el jueguito, pues la ministra de Finanzas y Precios ventiló lo que desembolsará el erario público para pagar las nuevas medidas con que subvencionarán la improductividad de la agricultura bajo el modelo castrista: 3 .400 millones de pesos, 300 pesos más que le quitan a cada cubano.

 

Parece que si algo tiene claro el castrismo es que no le es buen negocio que haya suficiente comida en la Isla. Mientras los cubanos dediquen la mitad de sus ingresos a alimentación y la mitad de su tiempo a colas, la idea de la mera sobrevivencia será una constante en sus cabezas, lo que es mucho mejor a que piensen en el Movimiento San Isidro, la UNPACU o el carro nuevo de Humberto López.

 

DIARIO DE CUBA