Fidel no hizo, como Luis Manuel, una huelga de hambre. Fidel Castro forzó a los suyos a hacer autofagia y la autofagia no puede ser beneficiosa.
Cuba, 62 años de autocanibalismo
Estuve pensando distinguir con otro título a estas líneas. Quería hacer notar desde el inicio que “Una huelga de hambre no se hace por inapetencia”, que quienes se niegan a ingerir todo tipo de alimento no lo hacen por alguna inconformidad con los sabores o con la presentación del plato que se tiene a la mano, y sobre la mesa del comedor. La negativa tampoco responde a la mayor o menor cocción de la carne; ya sabemos muy bien que, si la “fibra animal” fuera el único alimento posible, entonces la grandísima mayoría de los cubanos terminaríamos en la abstinencia. Y es que la carne es nuestra gran añoranza, y nuestra mayor utopía.
Que me decidiera yo a nombrar el texto de otra forma nada tiene que ver con los asados ni con las freideras aceitadas y repletas de proteínas animales; carne de vaca, carne de cerdo, mucha carne, y langostas o pargo asado. La cosa va un poco más allá de la desnutrición y los “caprichitos”, que si de tal cosa se tratara podríamos asegurar que los cubanos vivimos en abstinencia perenne. Los cubanos ya nos hemos acostumbrado a la miseria, aunque quizá sea mejor hablar de resignación, eso que nosotros, tras la triste “epopeya” de Angola definimos, en portuñol, como la “resingaçao do pobo cubano”.
Los cubanos nos hemos acostumbrado a la parquedad de nuestras alacenas, de nuestras mesas, a la sobriedad de los platos. Los cubanos ni siquiera recordamos como deben usarse los cubiertos, y da lo mismo que el cuchillo se coloque a la derecha o la izquierda del plato; el cuchillo ni siquiera se usa y resulta inútil, insólito, en esa mesa cubana que exhibe raramente la proteína animal, esa proteína que si algún día llega, se toma entre los dedos para llevarla a la boca, y se mastica con premura, con alevosía para que no se escape, jamás con deleite…, aunque sí con la boca abierta.
Los cubanos, en grandísima mayoría, nos acostumbramos a la moderación, y hasta se perdió la costumbre de “poner la mesa”, de cubrirla con un mantel, de colocar ordenadamente los cubiertos y de usar servilletas. Los cubanos se aferraron a la cuchara para comer muy rápido lo que sea, porque de los tragos amargos hay que salir con prontitud, y si la cosa se pone difícil se pueden usar las manos en lugar de los “cubiertos”, comer pizza en la calle, …cuando había pizzas.
En Cuba no se come, en Cuba se zampa, en Cuba hay cierta “resingaçao” en todo, en la comida, en la alta política, en la política de medio pelo, y también en la baja, sin embargo, hay un muy raro retintín con la huelga de hambre; por acá la inanición voluntaria se considera una irreverencia, un atentado y no contra el individuo que la asume. La huelga es siempre contra la nación, contra el gobierno que dirige a la nación, pero solo depende, al menos ahora, del momento de la historia en que se asume la huelga.
Todo está en dependencia de quien asuma la huelga y bajo qué gobierno. En la historia que pretende fijar el discurso oficial no es lo mismo una huelga de hambre comenzada en estos días, a otra que ocurrió en los años treinta o en los cincuenta del pasado siglo. Para los comunistas cubanos no es lo mismo la huelga de hambre de Evo Morales, quien nació en Bolivia, que la de José Daniel Ferrer, porque tampoco es lo mismo el MAS que la UNPACU. Muy diferente es, para el poder cubano, la huelga de Julio Antonio Mella a esa otra que abandonó Luis Manuel Otero Alcántara, aunque ambos tengan bellezas muy mediáticas y despierten el deseo de conocer algunas de sus intimidades.
Cuba, su gobierno, desprecia hoy a sus huelguistas de hambre, y ofrece “pruebas”, que casi nunca se pueden comprobar, de las “falsedades” de esas huelgas y de sus huelguistas; no es lo mismo, para el poder comunista en Cuba, la contención del irlandés del IRA Bobby Sand, que la huelga de hambre de Pedro Luis Boitel, aunque tengan resultados idénticos. No es lo mismo una huelga de hambre que hace exigencias al gobierno británico que la que desafía a los comunistas cubanos en el poder, esos comunistas que no fueron muy dados a la abstinencia, y que comieron muy bien, incluso en el Presidio Modelo.
Luis Manuel hace una huelga de hambre real, una huelga que le dispara la hemoglobina a 16, y ese detalle hace que un gordo carirredondo y de exuberante papada, nombrado Humberto López, nos advierta en la televisión nacional, y en horario estelar, que quien hace una huelga de hambre no puede tener una hemoglobina en 16, a lo que algunos médicos respondieron advirtiendo que eso no significa que esté bien alimentado, que esas cifras se deben a una “hemoconcentración”, que es causada por la deshidratación, mientras otros hacen notar que Luis Manuel padece una “quetosis de ayuno”.
Hacer una huelga de hambre en esta isla es un atentado a la nación, sin embargo, una huelga de hambre en Irlanda del Sur puede ocupar la primera página del Granma y de todo periódico que circule en la isla, como ya sucedió cuando se hizo común aquel apelativo de “Dama de hierro” con el que se definiera a Margaret Thatcher durante aquellos días en los que Bobby Sands fue un conocido de los cubanos, y la televisión nacional, la radio, la prensa escrita. Lo mostraron con tanta frecuencia que ganó para nosotros la apariencia de un pariente.
Y Luis Manuel es, como Bobby, un hombre que exige pacíficamente, y a quien tildan de falso huelguista. Luis Manuel es, para el gobierno cubano, un mentiroso, un mercenario, un “peligro”. Luis Manuel es un peligro por hacer una huelga de hambre, aunque no embistiera a un cuartel en Santiago de Cuba. Luis Manuel es un peligro porque decidió no ingerir alimentos, y Fidel es un héroe por arremeter, armado con fusiles de asalto, contra un cuartel en Santiago de Cuba. Luisma, que así le llaman sus cercanos, se declaró en huelga de hambre, pero Fidel, en el presidio Modelo, advertía en una carta que en la noche comería espaguetis con calamares, bombones, para cerrar luego con café y un H. Upmann 4.
Fidel asaltó un cuartel y sintió el aire del mar cada mañana, y jugó basquetbol, después de matar en Santiago de Cuba; y hasta creyó, allá en Gerona, que estaba en una playa, y se cuestionó lo que podría decir Carlos Marx si se enterara del revolucionario que era Fidel Castro. Fidel asaltó un cuartel y Luis Manuel estuvo en huelga de hambre, y por su abstinencia fue sacado a la fuerza de su casa y llevado a un hospital, pero no porque les importara la vida del mulato, más bien porque les preocupara la muerte del joven, y más que la muerte, las reacciones que podría despertar su muerte.
Fidel no hizo, como Luis Manuel, una huelga de hambre. Fidel solo obligó al país que gobernó durante muchos años a comerse él mismo. Fidel forzó a los suyos a hacer autofagia, esa autofagia que, dicen quienes saben, puede resultar beneficiosa, al menos en algunos casos, para la salud del hombre. Y no voy a discutir con los que están más al corriente que yo en esos asuntos. No rebatiré a los estudiosos que consideran que, si escasea la energía, no es malo que las células se atraganten con ellas mismas, que se autodestruyan para salvarse.
No seré yo quien dude de los científicos que alaban esa especie de “autocanivalismo”. No enfrentaré a los que suponen que la autofagia puede terminar en la redención del cuerpo y de la vida, pero, al menos en el caso de un país, en el caso de mí país, no comulgaré con esa idea que legitima la autofagia, que la cree beneficiosa, incluso salvadora. La autofagia no puede ser beneficiosa. Un país no puede comerse a sí mismo, aunque muchos crean que comerse uno mismo podría ser un proceso liberador.
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