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General: Cinco fracasos de una revolución
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De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 09/05/2021 14:32
CUBA 62 AÑOS DE DICTADURA
Qué fue de los propósitos primigenios proclamados: la libertad, la soberanía y la justicia social. Bajo la premisa de mantener la unidad, cualquier discrepancia, por mínima que fuera, se consideró una traición, una colaboración con el enemigo en medio de una plaza sitiada.

Cinco fracasos de una revolución
POR REINALDO ESCOBAR
Si nos guiamos por los textos fundacionales y programáticos de ese fenómeno llamado Revolución cubana puede resumirse de forma general que sus propósitos primigenios proclamados fueron la libertad, la soberanía y la justicia social. Los ciudadanos libres en una nación soberana donde imperara la justicia podrían llevar a cabo dos tareas más: la satisfacción de las necesidades siempre crecientes de la población y la formación de ese hombre nuevo que debería ser culto, solidario, honesto, cívico.
 
La libertad
Que 1959 fuera bautizado con el nombre de "Año de la Liberación" presuponía que se daba por terminada la ausencia de libertades cívicas y políticas que predominó a lo largo de la sanguinaria (aunque breve) dictadura de Fulgencio Batista. Pero ya en julio de ese propio año se comenzaron a confiscar los más importantes periódicos de circulación nacional, y en septiembre de 1960 pasaron a manos del Estado los circuitos de radio y televisión. A partir de ahí toda la prensa sería oficial.
 
La promesa de realizar elecciones libres en menos de 18 meses se vio definitivamente truncada el 1 de mayo de 1960, cuando en un discurso Fidel Castro hizo su peculiar definición revolucionaria de lo que era la democracia y una pregunta retórica se convirtió en consigna y en ley: "¿Elecciones para qué?". En ese mismo acto, por el Día de los Trabajadores, apelando a "las amenazas del imperialismo yanqui", Castro advirtió de que la prioridad del momento era la defensa de la Revolución, lo que propició una extensiva militarización de la ciudadanía a través de la formación de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
 
Tras la disolución del Congreso de la República, ejecutada en la primera semana del triunfo revolucionario, y la eliminación de los partidos políticos, la erradicación de la diversidad política se consagró en 1962 con la creación de una entidad denominada Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). De corta duración, las ORI no demoraron en convertirse en el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, que en 1965 comenzó a llamarse Partido Comunista de Cuba. Única, monolítica e indiscutible organización política permitida.
 
La temprana introducción de la ideología marxista trajo consigo un feroz ateísmo. Asistir a la iglesia, bautizar a los hijos o portar símbolos religiosos se convirtió en una conducta "negativa". Todas las expresiones de asociación civil, gremiales, sindicales, estudiantiles, raciales, de género o vecinales fueron sustituidas por las nuevas organizaciones de masa, cuyo fin único sería servir de polea de transmisión entre las "orientaciones" emitidas por la máxima instancia del Partido y la población.
 
Los derechos de asociación, manifestación y de huelga pasaron a ser vistos como obsoletos. Bajo la premisa de mantener la unidad, cualquier discrepancia, por mínima que fuera, se consideró una traición, una colaboración con el enemigo en medio de una plaza sitiada. Fusilamientos, largas condenas, exclusión social de todo tipo contra los opositores y descontentos marcaron toda la década de los 60, donde no faltó la rebeldía armada, la conspiración, los sabotajes y los atentados.
 
Finalmente se dictaron leyes que criminalizan la discrepancia política. El Código Penal, aprobado en 1987, describe delitos como "propaganda enemiga", desacato y otros que penalizan la libre expresión cuando esta contradice los postulados políticos del régimen. La Ley 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, más conocida como la "Ley Mordaza", promulgada en 1999, penaliza con largas condenas a quienes "suministren información" que ayuden al enemigo.
 
Más tarde hubo otros decretos con el propósito de anular la independencia del sector artístico (Decreto 349) y del periodismo independiente (Decreto 370). La última versión de la Constitución de la República, aprobada en 2019, consagró el carácter de único del Partido Comunista y la condición de irrevocable del sistema socialista, al tiempo que autorizó a los simpatizantes del régimen el uso de la fuerza contra quienes pretendan cambiarlo.
 
La libertad por la que habían sacrificado sus vidas los luchadores contra la anterior dictadura se redujo de esta forma a una "pretensión pequeño burguesa" sacrificada en el altar de la soberanía nacional.
 
La soberanía
Una de las banderas que con más insistencia despliega la propaganda oficial es que a partir del triunfo de la Revolución la nación alcanzó por primera vez en su historia la plena soberanía. Hábil en el manejo de los símbolos, Fidel Castro ordenó en enero de 1961 el derribo del águila que reposaba sobre el monumento a las víctimas del Maine. El 20 de mayo, que durante 56 años fue celebrado como el Día de la Independencia, fue reducido a la humillante posición de ser la fecha en que se inauguraba la seudorepública o la "república mediatizada".
 
Ya nunca más, según la historia oficial, las decisiones se tomarían en Washington. Las relaciones comerciales con Estados Unidos terminaron con la decisión de vender el azúcar a los soviéticos a cambio de un petróleo que en junio de 1960 las compañías norteamericanas radicadas en la Isla se negaron a refinar. En consecuencia,se nacionalizaron todas las propiedades estadounidenses y, como destacó en un subtítulo el periódico Revolución del 13 de octubre de 1960, fueron "nacionalizados también los bancos".
 
A partir de ese momento, las armas, el petróleo, los alimentos, los electrodomésticos, los medios de transporte, la maquinaria industrial, empezaron a venir de la Unión Soviética y de otros países del entonces llamado campo socialista. En reciprocidad a esa ayuda "desinteresada" se permitió la instalación en la Isla de cohetes de alcance medio cargados con ojivas nucleares que apuntaban a Estados Unidos, lo que convirtió a Cuba en el mayor peligro para la paz mundial.
 
Se elaboró una Carta Magna en 1976 que copiaba artículos de la Constitución de la URSS. Cuba ingresó en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en su condición de azucarera y en los más importantes ministerios las decisiones estratégicas dependían del visto bueno de un emisario del Gosplán soviético.
 
Como colofón de esa dependencia, cientos de miles de cubanos fueron enviados con uniforme militar a Angola para sostener en el poder al partido MPLA, el preferido de los soviéticos. La guerra más larga de la historia de Cuba se desarrolló en el tablero de la geopolítica soviética en medio de la Guerra Fría.
 
Cuando se derrumbó el socialismo en Europa del Este, la ya lastimada soberanía cubana era el reflejo de la soledad de Robinson Crusoe. El embargo estadounidense, que hasta ese momento era motivo de burlas oficiales por su ineficacia, pasó a ser identificado como la causa de todos los males, incluyendo la represión política. Como nunca antes, las decisiones de Washington influyeron en el país.
 
Para contrarrestar los efectos de la pérdida del subsidio soviético la nación se abrió a la inversión extranjera y al turismo internacional, con tal de no abrirse a los cubanos. Con Venezuela se produjo una rara simbiosis en la que llegó a sugerirse la unificación legal de ambas naciones.
 
Para los que mandan, las tímidas reformas eran enormes concesiones justificadas como la única forma de salvar las llamadas conquistas de la Revolución, en particular para mantener la justicia social.
 
La justicia social
Entre los muchos modelos conocidos para alcanzar la justicia social, en Cuba se optó por el clásico procedimiento de expropiar a los ricos en beneficio de los pobres. Una vez alcanzada una igualdad primaria, cada cual debería recibir en correspondencia a lo que aportara, pero los agentes económicos verían reducida su participación a la producción de bienes o a la prestación de servicios.
 
Un sistema de racionamiento impuso el igualitarismo en el consumo que supuestamente garantizaba una canasta básica para todos.
 
La nacionalización de las escuelas privadas en 1961 y la creación de un sistema de educación gratuito extensivo a todo el país, que incluyó la masiva formación de maestros, puso este renglón del desarrollo social en condiciones de ser exhibido como un logro irrefutable. El posterior deterioro físico de la base material, el éxodo de los profesionales del magisterio a empleos mejor remunerados y la excesiva carga ideológica del contenido docente han demeritado a este sector al punto de que ya se habla de crisis de la educación y en la formación de valores.
 
La nacionalización de hospitales y clínicas privadas junto a la masificación de la enseñanza de la carrera de Medicina hicieron de los servicios de salud la otra joya de la corona en la vitrina revolucionaria. En la actualidad, la escasez de medicamentos y la falta de personal debido a la exportación de esa fuerza de trabajo calificada colocan entre los aspectos que más quejas provocan en la población. La crisis provocada por la pandemia del covid ha dejado en evidencia las debilidades de todo el sistema.
 
Cuando ya no quedaba nada yanqui que nacionalizar, se confiscaron las empresas y negocios de los cubanos, y en 1968 la propiedad privada quedó totalmente exterminada.
 
Durante más de 30 años la competencia se vio constreñida a una emulación basada en los méritos sociales y laborales como vehículo para obtener mejoras en la calidad de vida. En la definición práctica de esos méritos se incluyó como elemento decisivo la participación en las actividades políticas, lo que contribuyó a la expansión del oportunismo.
 
La moneda invisible que había que poseer para adquirir una lavadora, un refrigerador, un televisor soviéticos o una casa construida en el sistema de microbrigadas era hacer esos méritos en el cumplimiento de las metas de producción y servicio, participando en el trabajo voluntario, asistiendo a los mítines y asintiendo complacido ante cada nueva consigna.
 
Todo este andamiaje para sostener el modelo de justicia social establecido no descansaba en la eficiencia del sistema de producción socialista implantado en la Isla, sino en la subvención proveniente de la órbita soviética.
 
Una vez terminado este flujo hubo que volver a la realidad y aceptar la existencia de la propiedad privada, la inversión extranjera y, aunque a regañadientes, tolerar las diferencias en el nivel de vida entre los asalariados del Estado y los trabajadores del sector privado. A partir de ese momento, para adquirir algo de valor no había que certificar méritos sino tener dólares.
 
Otros temas de la justicia social que escapan del enfoque clasista, como el racismo, la desigualdad entre hombres y mujeres y la homofobia, se han quedado rezagados en el programa oficial. Como consecuencia de la propaganda triunfalista, se dan por resueltos muchos problemas que aún subsisten en esos y otros ámbitos.
 
Debido a la ausencia de representatividad con personalidad jurídica de los afectados, las demandas en esos aspectos, que no están amparadas por las instituciones oficiales, llegan a catalogarse de contrarrevolucionarias.
 
En su rol de consumidores, los ciudadanos se han quedado esperando que se cumpla la llamada "ley fundamental del socialismo", que consiste en "satisfacer de manera cada vez más plena las crecientes necesidades materiales y culturales del pueblo".
 
Las acumuladas necesidades
Se sobreentiende que las necesidades crecen gradualmente en la medida en que de forma escalonada se van satisfaciendo. Más que aumentar en número, se hacen cualitativamente más elevadas. Así debe ser.
 
Por el contrario, cuando lo que se acumula son insatisfacciones ocurre una mediocrización de la necesidad. No se puede aspirar a lo mejor porque solo cabe luchar por lo básico, lo mínimo.
 
Aquellos sueños de producir quesos que superaran a los suizos se han convertido en la agobiante pesadilla de cosechar productos agrícolas de ciclo corto. La fantasía de contar con ciudades modernas se redujo a levantar casas de bajo costo.
 
Los electrodomésticos, los muebles, la vajilla, las toallas, las sábanas, la ropa y el calzado de las familias cubanas que dependen del salario estatal han sobrepasado con creces sus estimadas fechas de vencimiento. La reposición de cualquier trasto o ajuar, la más leve reparación de la vivienda y, más actualmente, el acceso a las nuevas tecnologías y a la conectividad a las redes implica el pago de precios inalcanzables.
 
El transporte y las vías de comunicación por tierra son un caos; la aviación nacional prácticamente no existe, al igual que la marina mercante o la flota de pesca; el abastecimiento de agua y electricidad no ofrecen señales de mejorar; la producción de azúcar y café, otrora ejemplar, se encuentra a niveles del siglo XIX; la ganadería expresa su pobreza en la dificultad para adquirir carne y leche. Incluso los mercados en moneda libremente convertible se ven desabastecidos de las mercancías más elementales.
 
De todas partes le llegan a los gobernantes la exigencia o el ruego de abrir los cerramientos burocráticos, de liberar de trabas las fuerzas productivas, pero en lugar de permitir que los emprendedores produzcan y comercialicen sin restricciones, los vampirizan con excesivos impuestos, les niegan un mercado mayorista y les impiden importar recursos.
 
En el recién concluido Octavo Congreso del PCC se confirmaron los mismos errores de privilegiar la empresa estatal socialista y pretender controlarlo todo a través de la planificación. Parece que desconocen que así solo se logra que las necesidades de la población se acumulen y crezca la insatisfacción.
 
Salinización de suelos, fértiles terrenos inundados de malas hierbas, industrias obsoletas que contaminan el ambiente. Si el aire, la tierra, los ríos y los mares pudieran articular palabras, también se estarían quejando, pero quienes peor han salido de esta larga e infructuosa experiencia de más de seis décadas son las personas.
 
El hombre nuevo
Si todo lo desastrado hubiera traído a Cuba el mejoramiento humano, podría decirse que valió la pena pagar el precio. Muy por el contrario, de aquella "arcilla fundamental" salieron más emigrantes que militantes. La escoria de aquel crisol donde se forjaba "el hombre nuevo", el subproducto logrado, era un ser adocenado y simulador, incapacitado para discrepar del poder, sin voluntad ni iniciativa.
 
Para formar ese modelo de persona el Estado controla de forma total el sistema de educación a todos los niveles, monopoliza los medios de comunicación y mantiene en un puño el aparato productor y difusor de bienes culturales.
 
El riesgo que se corre es inmenso, pues de esta endogamia ideológica solo puede devenir un perjuicio intelectual, un deterioro espiritual, una rotura de los valores morales y, de establecerse a largo plazo, puede terminar siendo catalogado con justeza como un daño antropológico.
 
La parodia de hombre nuevo obtenida en ese experimento de ingeniería social quizás sea menos terrible que el espécimen ambicionado, pero sigue siendo triste. Abandonar el país se ha convertido para las dos generaciones nacidas bajo este sistema en un test de autoestima. La creencia (acertada o errada) de que se puede salir adelante y tener éxito en una sociedad competitiva es la clave que identifica a los que se van.
 
Bajo esta lógica despiadada, los que se quedan son los conformistas que prefieren ser mantenidos por un Estado paternalista sin arriesgar nada, los resistentes que fundamentan su sobrevivencia en la ilegalidad y los cuatro locos que creen que pueden cambiar las cosas.
 
Si, como se ha repetido, la formación de ese hombre nuevo era la mayor ambición de los revolucionarios, no queda otra que admitir que el incumplimiento de esa meta es la mayor de las frustraciones del proceso. Ni los más optimistas alabarderos del régimen se atreven hoy a afirmar, seis décadas después, que ya vive entre nosotros ese personaje culto, solidario, honesto, cívico y libre que se auguró en la anunciación revolucionaria.
 
El calificativo de fracasada para la Revolución cubana se justifica porque la libertad fue desterrada de raíz, la soberanía se redujo a los discursos, los empeños de justicia social quedaron incumplidos, la producción y el disfrute de bienes materiales han quedado bajo mínimos y aquella mejor persona, que supuestamente protagonizaría el escenario público, no acaba de aparecer en este presente.
 


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