Luis Manuel Otero Alcántara, el artista cubano que tantas veces ha sido reprimido, encarcelado (y que ahora va a cumplir tres semanas de extrañísimo y siniestro secuestro en un hospital habanero), no parece ser negro. No permita que sus ojos lo engañen. Luis Manuel no parece ser de la misma raza que George Floyd, Eric Garner o Freddie Gray. Ni parece compartir color con tantas celebridades que justamente se indignan cada vez que un afroamericano es maltratado por la policía. A los efectos de la indignación o la solidaridad que despierta, Luis Manuel Otero Alcántara parece ser blanco. O transparente.
Tiempo nos ha dado a Luis Manuel para que averigüemos su color, para enterarnos de la violencia de Estado desatada contra él. No han sido los ocho interminables minutos con que George Floyd tuvo el cuello aplastado por la rodilla de la policía de Minneapolis, cierto. Son años de ser sometido a todo tipo de maltratos y persecuciones. Años de aparecer en videos y fotografías mientras es detenido, golpeado, encerrado, y vuelto a liberar para reiniciar el ciclo de persecuciones. Años con su rostro empapelando las redes sociales, suplicando la solidaridad que con tanta presteza reciben las víctimas afroamericanas.
En todo caso, Luis Manuel Otero Alcántara es del mismo color de Juan Carlos González (“Pánfilo”), condenado a dos años de prisión por decir en un video casero que tenía hambre. Del color de Orlando Zapata Tamayo, prisionero político muerto tras ochenta días en huelga de hambre, defendiendo su dignidad humana. Del color de la activista Berta Soler, de Jorge Luis García Pérez (“Antúnez”), de Guillermo Fariñas y de tantos otros afrocubanos que luchan porque sus derechos sean respetados.
Basta el simple desplazamiento desde Estados Unidos hasta Cuba para hacer irrelevante la cuestión del color.
Cabe pensar que incluso para el movimiento antirracista no todos los negros son iguales. Que el sufrimiento de un artista o activista afrodescendiente del Tercer Mundo carece de la trascendencia que le atribuimos a un negro maltratado en Estados Unidos o en Europa. O cabe suponer que los afrocubanos reprimidos a diario han sido blanqueados, invisibilizados por el miedo. El miedo a perder el trato que la dictadura cubana le dispensa a quienes le sean favorables, o a los que simplemente eviten reparar en su naturaleza represiva y se concentren en el esplendor de los paisajes de la Isla. O en su música o sus atracciones culinarias.
O puede que los que niegan su solidaridad a los disidentes afrocubanos se sientan inmovilizados por el miedo, algo más discreto, a verse en el lado incorrecto de la Historia, el miedo supersticioso a que denunciar a un gobierno que se llame de izquierda y antimperialista los convierta automáticamente en representantes de la reacción o del racismo que, de alguna incomprensible manera, encarna Luis Manuel frente a sus represores blancos, Raúl Castro o Miguel Díaz-Canel.
Si el miedo es ideológico, la justificación de su silencio también lo será. “Luis Manuel Otero Alcántara no es reprimido por el color de su piel”, dirán. Y tienen razón. Como mismo Rosa Parks o Martin Luther King tampoco eran encarcelados o golpeados por el color de su piel. Ellos eran reprimidos y perseguidos por defender derechos que el país del que eran ciudadanos no les reconocía. Por esa misma razón es calumniado, vejado, maltratado a diario Luis Manuel Otero Alcántara, junto a cientos de conciudadanos de todos los colores y razas: por reclamar los derechos que les niegan en su país a todos los cubanos.
Pero ante una color blindness tan arraigada, no sé si tenga sentido preguntarse de qué color es Luis Manuel. O cualquier otro ser humano.