¡Si tienen huevos, vengan a buscarlo!
Luis Manuel es el cubano que más se ha enfrentado a la dictadura en tiempos recientes, poniendo su cuerpo y su psiquis
Las últimas imágenes publicadas de Luis Manuel Otero Alcántara son aterradoras. Imposible reconocer en ese hombre avejentado y frágil, al enérgico artivista que lleva años poniendo en jaque a la dictadura cubana. Han transcurrido veinte días de secuestro en un hospital vigilado estrechamente por la policía política, sin que una fuente imparcial pueda comprobar su estado real de salud, que en el video más reciente luce deplorable.
El paripé de la bandeja llena, la sonrisa y la charla con el tío son parte del espectáculo represivo que ha autorizado el régimen para demostrarles a los cubanos, y al propio Luis Manuel, que pueden matarlo y no va a pasar nada. No quedan dudas sobre la falsedad de los resultados de aquellos análisis que desmentían la huelga de hambre y sed del joven, cuando lo ingresaron contra su voluntad en el Calixto García la madrugada del 2 de mayo. No estaba bien entonces, como no lo está ahora, y la indignación que ha generado su lenta tortura en nada se parece a la que provocó su encierro durante 13 días en el centro penitenciario conocido como Vivac, en marzo de 2020.
Nada hay de glamoroso en la muerte. El aspecto físico de Luis Manuel, su degradación, su despersonalización, han sembrado una dolorosa impotencia entre sus más tenaces defensores, algunos de ellos presos desde el 30 de abril tras la protesta pacífica en el bulevar de Obispo, donde reclamaron libertad para Cuba y solidaridad con el artivista, que llevaba seis días en huelga de hambre y sed.
Desde las redes sociales amigos, colegas, activistas y periodistas independientes procuran que la causa por Luisma no desaparezca en el torbellino de acontecimientos graves que sacuden al país y absorben toda la atención de la ciudadanía. Artículos de denuncia, peticiones para recabar apoyo, convocar manifestaciones en el exterior, es todo lo que puede hacerse.
El régimen mantiene bajo arresto domiciliario a varios opositores para evitar una acción colectiva que lo obligue a dar otro lamentable show represivo, sucedido por encarcelamientos arbitrarios contra ciudadanos pacíficos. La imagen del gobierno cubano se enloda cada día más, pero los disturbios en Colombia, la paz turbulenta en Gaza y la tragedia de los migrantes marroquíes en Ceuta mantienen a la opinión internacional muy alejada del destino de los presos políticos cubanos y la violencia que el castrismo ha ejercido sobre Luis Manuel.
Para la comunidad internacional, lo que pasa en Cuba es menos importante; pero no debería serlo para nosotros. Este problema es solo nuestro, y la prepotencia del régimen nos lo ha puesto delante para probarnos. La impúdica exhibición de Luis Manuel convertido en un guiñapo, parece gritarnos: “¡Si tienen huevos, vengan a buscarlo!”. Es una provocación, y a la vez un recurso despiadado para enfrentar a Luisma con la triste realidad de que los vecinos de San Isidro no irán a sacarlo del hospital, como tampoco lo harán los periodistas, colegas, opositores y cada simpatizante que se haya ganado con su valiente activismo.
Nadie ha luchado por Luis Manuel más que sus amigos. Ni siquiera ese familiar que luce muerto de miedo en el video y repite con énfasis la frase “te estás alimentando”, para que quede claro que el objetivo de la Seguridad del Estado es hacer creer que ese joven extremadamente flaco y atontado no ha retomado la huelga de hambre. Lo matarán de otra forma, pero no permitirán que se convierta en mártir.
El gremio artístico, salvo las siempre honrosas excepciones, no se ha pronunciado ni para interceder por la vida del activista. La comunidad LGBTQ, que ha tenido en Luis Manuel uno de sus más fervientes defensores, no ha cuestionado siquiera la violación de la ética médica por parte de los supuestos galenos que atienden al artista en su cautiverio.
A estas alturas la Seguridad del Estado debe haberle preguntado a Luis Manuel, con ironía, dónde están los trescientos del 27 de Noviembre, porque verdad es que a algunos se les impide salir de sus casas, pero no hay suficientes patrullas para controlarlos a todos. Psicológicamente torturado, evidentemente sedado, Luis Manuel debe estar enfermo de desilusión y soledad, aferrado quizás a la esperanza de una pronta acción ciudadana que le daría otro sentido a tanto sacrificio personal.
El régimen, por su parte, publica los videos y deja que los irreverentes pataleen y amenacen. En redes sociales cualquiera arma un escándalo; pero el castigo por tomar las calles es severo, y ahí están los muchachos del 30 de abril para demostrarlo.
Al hijo de San Isidro lo están asesinando física, psicológica y moralmente. El suplicio puede durar semanas o meses; pero la intención es clara y el régimen parece estar dispuesto a asumir el costo político antes que liberar por las buenas a un líder potencial en medio del caos que se avecina.
Luis Manuel es el cubano que más se ha enfrentado a la dictadura en tiempos recientes, poniendo su cuerpo y su psiquis para que se ensañen los esbirros. Detractores, cobardes e indiferentes podrán decir lo que quieran; pero lo cierto es que nadie se mete a mercenario para morir en esas condiciones.
El pueblo cubano, que no merecía su sacrificio en noviembre de 2020 y tampoco lo merece ahora, prefiere inmolarse en las colas que luchar por él, o al menos prestar oídos a sus reclamos, tan justos y humanos que nos hacen lucir patéticos en nuestra humillante pasividad. Eso es lo que somos, aunque nos justifiquemos con el ajetreo cotidiano, la innegable crueldad del régimen, o el argumento de que no basta un solo Luis Manuel Otero para cambiar el actual estado de cosas. Reconocer que tenemos miedo es un acto de honestidad, pero no puede seguir siendo una excusa para cerrar los ojos y dejar que el cadáver ¡ay! siga muriendo.
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