CUUBANECUIR, EL ARCHIVO QUE
ASPIRA A REUNIR LA MEMORIA LGTBI DE CUBA Y EL EXILIO
La trans cubano-americana Librada González lleva dos años reuniendo libros, vídeos, diarios, postales, cartas y testimonios
NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR
Librada González Fernández es una cubano-americana de 27 años que hace un par de años empezó a recopilar documentos que retratan la vida de la comunidad LGTBI en Cuba y el exilio. El resultado es un archivo, bautizado como CubaneCuir, que ya reúne 400 piezas entre libros, fotografías, postales, cintas de vídeo, diarios, testimonios etcétera que incluyen seis décadas de castrismo y abarcan también los tiempos de Fulgencio Batista. González explica, en una videollamada desde Nueva York, que quiere documentar la vida cotidiana, los logros y las alegrías además de la represión. Ha participado el miércoles 9 en un debate sobre archivos LGTBI en el Instituto Moreira Salles de São Paulo al hilo de la exposición de la fotógrafa Madalena Schwartz, que en los setenta fotografió la escena travesti de la metrópoli brasileña.
González, que llegó a Miami a los 11 años con su madre, un hermano y nombre de varón, se inspiró en el Archivo de la Memoria Trans en Argentina, que también estará representado en el debate del IMS. “En Cuba aprendí a ser quien soy y en EE UU abrí los ojos a lo queer”, dice. Y cuenta que la idea del archivo empezó a germinar a partir de sus visitas a la biblioteca pública tras mudarse a Nueva York. “Hice una búsqueda de Cuba queer y encontré Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, y poco más”, dice en referencia al libro del escritor cubano expulsado de su patria por ser homosexual que se suicidó en el exilio. “Me pareció muy transfóbico y racista, aunque el libro me encantó”, dice. Surgió entonces la necesidad de buscar documentos que retrataran a las trans desde su propia mirada, no la de terceros.
Hacia noviembre de 2019 nació el archivo. Decidió llamarlo CubaneCuir, nombre que combina a sus compatriotas no binarios (que no se identifican como mujeres ni hombres) y la españolización del vocablo queer, que en inglés puede significar raro, maricón o gay.
Meses antes había regresado por primera vez a la isla y allí fue testigo de la violenta represión policial el 11 de mayor de 2019 de una manifestación en defensa de los derechos LGTBI en respuesta a la prohibición de la versión cubana del desfile del orgullo gay, la Conga contra la homofobia. En aquella visita conoció personalmente a muchas de las personas trans a las que había tratado en grupos de Facebook, de Instagram o de WhatsApp. La disolución violenta de aquella protesta alumbró nuevos grupos en redes con cientos de miembros, cuenta.
Para ella, Cuba solo se puede entender desde la suma de la isla y el exilio. Aunque buena parte de los documentos han sido donados por cubano-americanas en Nueva York, en enero de 2020, poco antes de que la pandemia paralizara el mundo, viajó de nuevo a Cuba ya con la idea de recopilar más material. Era su segundo viaje desde que salió, el primero había sido un año antes.
A medida que empezó a recopilar las piezas fue aumentando un sentimiento agridulce. Algunas personas a las que ha abordado se sorprenden de su interés por guardar aquellos objetos cotidianos o pequeños recuerdos de glorias pasadas. Explica que las fotografías de Bobby de Castro, un transformista que triunfó en los cincuenta, realizadas por Armand, un famoso fotógrafo, llegaron a sus manos porque al morir la artista de sida, en los ochenta en Miami, su madre no quiso conservar aquello. Se lo dio a alguien a quien prefiere no identificar que ahora lo ha donado a CubaneCuir.
Atesora también “el documento traumático” en el que en 1971 régimen oficializó la homosexualidad como una enfermedad en el marco del primer Congreso de Educación y Cultura, un boletín clandestino repartido en La Habana en los noventa que explica cómo prevenir el sida, una publicación queer llamada Huellas o la única cinta con una actuación televisiva de Bernie Brandall, que huyó de Cuba a finales de los cuarenta para triunfar como artista travesti en EE UU y otros países.
González, que se gana la vida como escaparatista tras haber estudiado danza y teatro, también ha oído aquello de “para qué vas a guardar esa huevería, me dicen”. Pero ella insiste en que “todas esas cosas son patrimonio, son historia, y muchas de esas personas queer no se sienten dignas” de que sus pertenencias formen parte de un archivo. De la misma manera que algunas son generosas porque no valoran los objetos como patrimonio, otras en cambio le encomiendan el cuidado de objetos. “Algunas me hacen donaciones porque soy la única que ha mostrado interés. No es que sea una visionaria, pero ¡es tan obvio!”, dice esta trans que mantiene el archivo en cajas libres de ácido, carpetas y aire acondicionado.
El archivo está por el momento en fase de ser catalogado y digitalizado. González sueña con el día que pueda subirlo a Internet y ponerlo al alcance de cualquiera. Mientras, prepara su próximo viaje a la isla. Difícil que vea a su padre porque él no quiere saber nada de ella desde que se convirtió en Librada, nombre que adoptó por sus referencias a la libertad, por la santa barbuda y en homenaje a una profesora de la escuela.
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