Incapaz de afrontar el pago de su deuda, la parásita economía cubana se hace cada vez más dependiente de las remesas de los exiliados.
EMILIO MORALES
El pasado 10 de junio, el Gobierno cubano dio otro golpe bajo a los cubanos de dentro y fuera de la Isla, al anunciar que a partir del próximo día 21 no se podrán ingresar dólares norteamericanos en efectivo en las cuentas en dólares asociadas a las tarjetas en Moneda Libremente Convertible (MLC). Dichas tarjetas son utilizadas por los cubanos para comprar productos de primera necesidad en las tiendas dolarizadas, controladas por la mafia militar que manda en el país. En esas tiendas, los productos se venden a un sobreprecio de al menos 240%, según el costo al que fueron adquiridos en el exterior.
Previo al anuncio, las autoridades cubanas recibían la mala noticia de que el Club de París las obliga a pagar lo acordado en 2015, cuando negociaron un nuevo arreglo de la deuda, en el que se condonaron de 8.500 millones de dólares. La prensa nacional ha dicho que el Gobierno ha recibido un año más de gracia, debido a las dificultades generadas por la pandemia. Pero lo cierto es que esta vez el Club de París no se creyó el cuento del embargo ni de las sanciones impuestas por el Departamento de Estado y el del Tesoro de EEUU, y la respuesta fue corta y precisa: o pagas o caes en default.
Los países acreedores del Club de París no son tontos, y han visto cómo el régimen cubano ha invertido en los últimos seis años (2015-2020) un total de 17.614 millones de dólares, cifra descomunal en un país que no tiene recursos para comprar medicinas ni alimentos. Las inversiones en el sector turístico cubano pasaron de 1.575 millones de dólares a 4.139 millones, lo cual representa un crecimiento del 162.75%.
En este mismo período, el régimen obtuvo ingresos de 20.130,75 millones de dólares por conceptos de remesas en efectivo llegadas desde el exterior.
Al mismo tiempo, la industria turística ha tenido un fuerte declive en el arribo de visitantes al país, acelerado y acrecentado con la pandemia. En 2015, la tasa de ocupacion hotelera fue de 46.3%. Luego continuó con el declive y en 2020 cayó abruptamente, hasta un 14.7%.
¿Cómo es posible entonces que en 2020, en plena pandemia, el Gobierno cubano haya tenido el año de mayores inversiones en el turismo, con $4.139 millones de dólares? ¿Cómo es posible que el país haya dedicado el 45.5% de las inversiones a una industria paralizada, mientras la población sigue fuertemente impactada por la falta de alimentos y medicamentos? ¿Para qué construir más hoteles cuando la tasa de ocupación hotelera es la más baja en los últimos 30 años? ¿Por qué no pagar la deuda a los deudores, incluidos los países del Club de París? ¿Por qué no comprar las dosis necesarias para inmunizar a 11 millones de personas y ayudar a estabilizar el país económicamente? ¿Por qué arriesgarse a perder las pocas líneas de crédito que le quedan?
¿Qué pasaría si Cuba cae en un default?
La primera consecuencia de caer en default es que, de forma automática, ninguna organización internacional, ningún banco privado y ningún inversionista va a dar una línea de crédito a la Isla. Cuba se convertiría automáticamente en un paria de los mercados financieros internacionales, si no lo es ya. Por tanto, sería casi imposible conseguir créditos, y si se hace, estos vendrían con unas tasas de interés muy altas.
En default, los acreedores podrían embargar los activos que Cuba tenga en el exterior, o perseguir transacciones financieras para congelarlas y saldar las deudas. En el plano judicial, un país en default queda expuesto a eventuales represalias de países en los que residen los acreedores, lo cual pudiera derivar en embargos comerciales, ordenes de confiscación de activos, etc.
Por otra parte, sienta un precedente muy negativo como destino de inversión. La imagen de mal pagador cortaría toda oportunidad de atraer capital y haría crecer la calificación negativa, de país de alto riesgo para invertir. Eso, cuando en América Latina Cuba disputa ya a Venezuela el primer lugar como país mal pagador.
Con la medida implementada por el Banco Central de Cuba, de no aceptar depósitos de dólares estadounidenses en efectivo en las cuentas en MLC, la cúpula mafiosa intenta obligar a los ciudadanos a depositar cualquier otra divisa en dichas cuentas en dólares para aplicarles un gravamen por el canje de moneda y seguir dando el chupe de vampiro que usualmente suele dar en el negocio controlado de las remesas.
Como es sabido, la parásita economía cubana se hace cada vez más dependiente de las remesas que envían los cubanos exiliados. Hoy, prácticamente la mayoría de los ingresos de la economía nacional descansan en las espaldas del exilio y en la de los médicos contratados en el exterior, a quienes les roban el 80% de sus salarios.
La incapacidad que tiene el arcaico modelo económico cubano de poder generar capital, sumado a la mentalidad feudal y esclavista del régimen, hacen que su principal activo sea el exilio. Hoy en día el exilio cubano se ha convertido, sin quererlo, en el brazo financiero de GAESA. Las remesas en efectivo van a parar a las cuentas bancarias de sus subsidiarias y nunca llegan a manos de los cubanos. Esta es una de las razones por las cuales fueron sancionadas las empresas financieras militares. Al no poder realizarse transacciones de remesas entre empresas norteamericanas y estas empresas sancionadas, el Gobierno cubano ha echado mano a chantajear al exilio y a la población, dándoles un ultimátum para depositar dólares en efectivo en las cuentas en MLC asociadas a las tarjetas magnéticas.
A partir del día 21 no se podrá depositar más dólares en esas cuentas. Sí se podrá depositar cualquier otro tipo de divisas, quedándole entonces al exilio la opción de tener que enviar transacciones directas o enviar físicamente divisas que no sean dólares. Con este paso, el régimen persigue tres objetivos: 1. Burlar las sanciones impuestas por el Departamento de Estado y el Departamento del Tesoro de EEUU; 2. Mantener a GEASA en el control de las remesas; y 3. Mantener al exilio cubano como su principal brazo financiero.
Sin dudas, esta medida ha exacerbado el nivel de frustración no solo de la población cubana, sino también del exilio. Pretender chantajear a ambos a través de este crimen financiero puede llegar a generar una reacción del exilio de trancar el envío de remesas.
A fin de cuentas, dada la alta dependencia que tiene la economía cubana de las remesas, quien tiene el verdadero control de la economía nacional, hoy, es el propio exilio. Por tanto, ¿qué pasaría si el exilio tranca el negocio de las remesas? ¿Cuánto duraría la trampa de la cúpula militar mafiosa? ¿Qué pasaría si además de que el exilio tranque las remesas, los campesinos trancaran la producción de alimentos? ¿Qué pasaría si los médicos en el exterior exigen su salario íntegro? ¿Qué pasaría si los choferes del transporte público no van a trabajar? ¿Qué pasaría si los médicos y enfermeras se quedan en sus casas? ¿Qué pasaría si el resto de los trabajadores estatales también se quedan en sus casas? ¿Podrá el régimen encarcelar a 11 millones de personas?
El jueves pasado, en la Mesa Redonda de la Televisión Nacional, durante las explicaciones que la presidenta del Banco Central y otra alta directiva de la institución daban a los televidentes —muy nerviosas las dos, por cierto—, una lluvia de críticas al Gobierno y a sus líderes caía a la derecha de la pantalla, en el canal de YouTube por donde se transmitía en vivo el programa. ¿Será este el preámbulo de lo que viene?