En aquellas turbulentas décadas cuando afincaba su poder, el castrismo criminalizó la orientación sexual que no se atuviera al esquema tradicional.
REINALDO ARENAS
El dictador cubano sistematizó la homofobia en Cuba
En el edificio de la Habana del Este donde viví cuando mi familia regresó a Cuba en 1962, procedente de Hialeah, tuve unos vecinos que provenían de un pueblo de campo cercano a la capital.
Entre los varones de aquellas personas humildes, el más pequeño manifestó, desde temprano, su deseo sexual por el sexo masculino, lo cual creó una suerte de conmoción en el seno de la familia revolucionaria, de estudiantes y trabajadores comprometidos políticamente que cumplía con todas sus tareas “cederistas”, pero no sabía, ni había sido educada, para lidiar con un hijo “distinto”, “extravagante”.
El muchacho solía ser duramente castigado por el padre, y la madre sufría, pero no podía hacer mucho para evitar las golpizas y las ofensas proferidas por su marido.
La mente del joven comenzó a perturbarse, irremediablemente. Años después, ya en el exilio, me llegó la noticia de la muerte temprana de aquel vecino. Al parecer, se había quitado la vida.
El castrismo sistematizó y alentó la homofobia presente en la sociedad cubana. En aquellas turbulentas décadas cuando afincaba su poder, sesenta y setenta, criminalizó la orientación sexual que no se atuviera al esquema tradicional, hecho consustancial a todas las dictaduras totalitarias de cualquier signo político o religioso.
El documental “Welcome to Chechnya”, del director y activista americano David France, que ahora se exhibe en varias plataformas de streaming, convoca ambas circunstancias de tal horror.
En la mencionada república rusa, gobernada por el caudillo Ramzan Kadyrov, quien niega rotundamente la existencia de gays en su país, los homosexuales son cazados como animales por faltar a las prerrogativas de las creencias musulmanas extremistas, aquellas de la llamada “ley sharía” y porque no merecen vivir en la versión dictatorial de la sociedad “limpia”, alentada por la nomenclatura de Moscú, que se ha tramitado, con dureza, solo para hombres y mujeres, sin otras alternativas de orientación sexual.
Los comentaristas de la prensa corporativa de los Estados Unidos, cuando escriben sobre el documental, se refieren a Kadyrov como un personaje deleznable de la ultraderecha, violador de los derechos humanos, pero, hipócritamente, evitan mencionar el daño agregado de la ley sharía, puesta en práctica obligatoria para la sociedad chechena, donde no solamente sale perjudicada la población LGBTI, sino las mujeres.
Kadyrov ha sido explícito en su política de estado cuando dice que la democracia es una invención americana.
El documental “Welcome to Chechnya” relata, mediante la tensión del thriller político, la labor que realiza una red de activistas radicada en Moscú llamada a salvar homosexuales en peligro de represión o muerte en Chechenia, buscándoles cuotas de asilo político en otros países, tanto a ellos como a sus familiares, quienes también son vejados por autoridades o grupos paramilitares del régimen.
Las fugas, casi siempre filmadas mediante teléfonos en aeropuertos y fronteras, así como la única denuncia pública, protagonizada por uno de los perseguidos, quien ya había sufrido la brutalidad oficial, emocionan y me hacen pensar en mis compatriotas sin la suerte de contar con similar apoyo nacional o internacional en medio de la ordalía castrista de campos de concentración (UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción), congresos de educación y cultura para expurgar a los afeminados, y los propios discursos del dictador Fidel Castro alentando públicamente la homofobia. Este y otros más son capítulos de una circunstancia que no amaina y se transfigura en artimañas como el llamado CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), cuya directora, Mariela Castro, es cómplice incuestionable del legado de sus parientes.
En Cuba supe de escritores y artistas que practicaron la doble vida, la doble moral, para evitar la satanización que conllevaba declararse homosexual.
Muchos han vivido hasta ahora con arreglos matrimoniales amañados. Recuerdo al narrador exitoso y revolucionario que me confesó haber estado al borde del suicidio cuando le tendieron una trampa en el ejército, donde se desempeñaba como diestro artillero, para descubrir y castigar su deseo sexual.
Detrás de todos estos trances degradantes se mueven los órganos de la policía política, con operativos al efecto, que utilizaban fotos y otras formas testimoniales para chantajear a figuras religiosas connotadas, políticos, así como personalidades de la cultura, donde a veces eran incluidos extranjeros, si la oportunidad lo ameritaba.
Mucho antes del documental sobre la represión a la comunidad LGBTI en Chechenia, Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros revelaron al mundo un siniestro universo similar en “Conducta impropia” (1984), donde numerosas víctimas de la homofobia castrista pudieron finalmente, desde la protección del exilio, denunciar los atropellos físicos y psicológicos a que fueron sometidos por el régimen, en lo que el resto del mundo seguía creyendo y apoyaba la benevolencia de un nuevo tipo de socialismo diferente al modelo soviético.
Fidel Castro, sin embargo, no tuvo la capacidad de crear un comunismo humanista, empeño poco menos que imposible fuera de los parámetros que concede la libertad, y se ciñó al manual de aberraciones prefigurado por aquellos dictadores que debieron ejecutar, con saña, la filosofía de los fundadores marxistas, como Lenin, Stalin y una larga lista de discípulos.
Los documentales “Conducta impropia”; “Retrato inconcluso de René Ariza” (1998), de Rubén Lavernia; “Seres extravagantes” (2004), de Manuel Zayas y el largometraje de ficción “Santa y Andrés” (2016), de Carlos Lechuga, entre otras obras cinematográficas, pertenecen a la valiente filmografía donde figura “Welcome to Chechnya” y suscriben la idea de que las dictaduras totalitarias, de cualquier signo político o religioso, incluyen entre sus tropelías la homofobia, que solo podrá ser enmendada cuando sean extirpadas de raíz.
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