ILEANA FUENTES
En 1969 la policía de la ciudad de Nueva York realizó una redada –un suceso recurrente, a pesar de ser ilegal– en un club gay llamado Stonewall Inn, que desató graves disturbios durante varios días en protesta por dicho asalto. Al año siguiente, para recordar el atropello policial, miles de personas se dieron cita en la calle Christopher de Greenwich Village en Nueva York, en lo que sería el primer desfile de orgullo gay en los Estados Unidos.
Dada la creciente celebración de orgullo gay año tras año, y la recordación de los disturbios de Stonewall (los Stonewall Riots) a través de los estados de la Unión, en 1999, 30 años después de Stonewall, el presidente Bill Clinton proclamó el mes de junio como “Mes de Orgullo de los Hombres y Mujeres Homosexuales”. Existe también la observación de octubre como “Mes de la Historia LGBT”, que además de celebrar la identidad LGBT, ahonda en destacar los derechos civiles de la población LGBT y la historia de su lucha y logros a nivel nacional e internacional.
Según se explica en la literatura oficial, el mes de orgullo gay pretende reconocer, mediante sus múltiples actividades, el impacto que la población lésbica, gay, bisexual y transgénero, a título individual y colectivo, ha tenido en la historia local, nacional e internacional. El mes de orgullo gay se celebra en casi todos los países democráticos del mundo, incluyendo Europa, Asia, América Latina y Australia-Oceanía. En África, solo en Sudáfrica se observa; intentos recientes en Uganda y Suazilandia han sido rechazados, sin lograr desmontar los profundos prejuicios que existen no solo allí, sino en el resto del continente.
Antes de Stonewall, y según afirman los historiadores Dudley Clendinen y Adam Nagourney, los homosexuales eran “una legión secreta de personas, de cuya existencia se sabía pero que no era tomada en cuenta: se les ignoraba, eran objeto de burla, y hasta se les despreciaba. Los homosexuales eran, a todas luces, invisibles (…) no contaban con señas –ni físicas, ni culturales, ni lingüísticas– que les permitieran identificarse entre sí. Pero, a partir de Stonewall, y de la resistencia violenta que inspiró, cambiaría todo: cambiaría la vida de millones de hombres gay y lesbianas y la actitud de la sociedad [heterosexista] hacia ellos. Los homosexuales comenzarían a hacer pública su homosexualidad, exigiendo respeto de los demás…” Clendinen y Nagourney hablaban de Estados Unidos, pero lo mismo podría decirse de otros países, y ciertamente podría decirse sobre Cuba.
En Cuba, antes de 1959, la homosexualidad era tolerada e incluso, en la capital se disfrutaba de sus diversas manifestaciones en la cultura y en las artes. Los que vivieron esa Habana aseguran que había clubes gay en la ciudad en los años cincuenta. Pero en el país, en general, la homosexualidad –sobre todo la masculina– era tabú, un defecto, un pecado, una enfermedad de la que había que curarse, algo secreto, algo vergonzoso, algo que era mejor “tapar”. La gente fina les llamaba “afeminados” o “amanerados”, pero no olvidemos que somos el país que acuñó los insultos de referente sexual: maricón, pájaro, bujarrón, loca, puta, tortillera… epítetos de odio para ofender y humillar.
No sorprende enterarse de cuántos hombres homosexuales, en los años cuarenta y cincuenta de la Cuba republicana, se casaban con alguna novia y tenían hijos para “tapar”. Muchos de ellos, cuando llegaron al exilio, se divorciaron y asumieron su identidad sexual y una nueva vida. Las lesbianas no se veían tan obligadas a camuflarse: no despertaba sospecha si una mujer no era casada; se asumía que ningún Romeo había pedido su mano, y quedaba como solterona para vestir santos.
Que hayan surgido los campamentos de las UMAP en 1965, y acontecido la expulsión de profesores y alumnos de los claustros universitarios acusados de “conducta impropia”, tampoco nos debe sorprender. Hay que repensar si el documental PM fue cancelado por representar la antigua vida burguesa, o la persistente permisibilidad sexual de la vida nocturna habanera. El rechazo a la población homosexual lo arrastramos desde mucho antes de la Inquisición hasta nuestros días. Solo fue necesario que la homofobia se instalara en el poder seglar absoluto (ya estaba instalado, como la misoginia, en la Iglesia). Los hombres revolucionarios: tabaco, botas y machismo. Las mujeres revolucionarias: boina, fusil al hombro, y bebé en brazos. Heterosexualidad oficial. Patriarcado o Muerte: Venceremos.
Es reciente la recopilación de datos y la organización de archivos que narren e ilustren la historia individual y colectiva de la población gay. El horrible maltrato del que ha sido –y sigue siendo- víctima, sus geniales logros, sus contribuciones a la sociedad, sus grandiosos talentos. Para la documentación cubana ya existe uno: el Archivo Cubanecuir. Iniciado en formato digital en 2019 por una joven trans cubanoamericana de 26 años, y que llegó de once años al exilio, para Librada González Fernández, Cubanecuir pretende funcionar “bajo una necesidad más destituyente que constituyente, que busca subvertir los rituales institucionales hegemónicos, así como las políticas (patriarcales) de privatización del cuerpo y su memoria consustancial”.
Según la investigadora, el Archivo Cubanecuir “es un gesto, un manifiesto que impugna la norma y las jerarquías, y permite imaginar (y no sólo) otras políticas del cuerpo. Es un laboratorio que potencia otras formas de subjetivación, incluso modos disidentes de entender lo cuir”. La colección Cubanecuir se propone (re)construir y cartografiar una memoria colectiva oculta.
Afirma el investigador y crítico cubano Edgar Ariel (como parte de su reciente entrevista a González Fernández) que: “La memoria cuir en Cuba es fragmentada, marginal, excéntrica, en gran parte agredida (destruida en algunos casos) por un sistema tecnopatriarcal que legitima el semisilencio historiográfico”.
Repasando las diversas entradas de Cubanecuir en Facebook, me encontré datos e historias que ya conocía, historias personales y colectivas a las que una trabajadora cultural como yo ha tenido acceso durante muchos años: Néstor Almendros y su documental Conducta Impropia (1983); Reinaldo Arenas y su magistral obra; los horrores de las UMAP; entrevistas a marielitos recogidas en el documental En sus propias palabras (1980), de Jorge Ulla; Eduardo Davidson, creador de La Pachanga, y autor de Los Hermanos Pinzones; el gran Virgilio Piñera y la amenaza de Fidel Castro a los intelectuales; el transformista Julio Chang, vendedor de ostiones en el Barrio Chino de La Habana, y su personaje lírico “Madame Musmé”, que triunfó en 1958 en el Club Intermezzo y luego triunfaría exiliado en México y Estados Unidos; la historia de Enriqueta Faber, que asumió la identidad de su difunto marido para estudiar medicina y como “Enrique Faber” vivió hasta que las autoridades lo/la descubrieron; y muchas otras historias. Cubanecuir será un proyecto-archivo infinito porque lo que falta por documentar y contar es mucho. Mucho.