Cuando hablamos de la presencia LGTBQ en el cine, la pregunta más indicada no es “¿cuándo empieza?”, sino “¿cuándo empieza a hacerse visible?”. Y la respuesta es “desde bien pronto”.
No se trata solo de que directores pioneros como F. W. Murnau viviesen su sexualidad todo lo abiertamente que se les permitía a finales del siglo XX, sino de ejemplos como Anders al die Andern (1919), considerada como la primera película con un protagonista abiertamente homosexual (Conrad Veidt, la futura inspiración para el rostro de Joker).
En 1931, y también desde Alemania, Muchachas de uniforme ofrecía otro vistazo fuera de la heterosexualidad obligatoria. En este caso, a través de la historia de una joven lesbiana que se rebela contra el opresivo ambiente de un internado.
Pero esta relativa permisividad no podía durar. Tras llegar al poder, los nazis trataron de destruir todas las copias de estos dos filmes (afortunadamente, no lo consiguieron), mientras otras cintas como Michael (Carl Theodor Dreyer, 1924) caían en el olvido. Hollywood, por su parte, se plegaba ante el código Hays de autocensura eliminando a los personajes LGTBQ salvo en funciones de villanos o alivios cómicos.
Así, mientras que Alas (1927), la primera ganadora del Oscar a Mejor Película, había mostrado sin complejos a una pareja de chicas, el cine estadounidense posterior a 1934 solo ofreció visiones de la experiencia no heterosexual a través de subterfugios o mediante trabajos underground.
Como ejemplo de lo primero, podemos señalar la obra de directores como George Cukor. En cuanto a lo segundo, queda patente en cintas como Fireworks (Kenneth Anger, 1947) o Pink Narcissus, rodada por James Bidgood, en el más estricto secreto, durante siete años (1963-1970).
El cine español, por su parte, tuvo el raro caso de Diferente (1962), vehículo de lucimiento para el bailarín Alfredo Alaria que sorteó milagrosamente la censura pese a algunas escenas (ese martillo neumático...) que no dejaban nada a la imaginación.
Durante la década de 1970, el auge de los ‘nuevos cines’ europeos y el debilitamiento de la censura en EE UU contribuyeron a aliviar esta asfixia.
Mientras películas como Víctima y Un sabor a miel (ambas de 1961) contribuyeron a acelerar la despenalización de la homosexualidad en Gran Bretaña, cineastas como Rainer Werner Fassbinder, Luchino Visconti y Pier Paolo Pasolini alcanzaban unas cotas de franqueza imposibles de imaginar en años anteriores.
Al otro lado del Atlántico, por su parte, la revolución se encarnó en Cowboy de medianoche (1969) y Los chicos de la banda (1970), cintas que contribuyeron a llevar la homosexualidad (siempre masculina, nos tememos) a las carteleras mainstream. Además, ambas gozaron del aprecio de crítica y público, llegando la primera a ganar el Oscar a Mejor película.
En España, este fenómeno no se produjo hasta la Transición y la década de los 80, cuando algunos cineastas gays tomaron partido, bien desde la serie B destroyer (Eloy de la Iglesia en Los placeres ocultos, 1977), bien desde el cine ‘de autor’ que cultivaban Iván Zulueta (Arrebato, 1979) y el Pedro Almodóvar de La ley del deseo (1987).
Llegados los 80, la comunidad LGTBQ se enfrentó a un cataclismo dentro y fuera de la pantalla, con la pandemia del sida diezmando a sus miembros ante la pasividad (cuando no la abierta hostilidad) de las instituciones.
Esta situación tuvo como consecuencia la aparición del ‘New Queer Cinema’, un subgénero del cine indie desde el que directores (Todd Haynes, Gus Van Sant, Gregg Araki) y directoras (Rose Troche, Maria Maggenti) ofrecieron un punto de vista centrado en la experiencia cotidiana y la combatividad política.
Una vez más, no era conveniente hacerse ilusiones: si bien el éxito de Philadelphia en 1993 levantó el tabú hollywoodiense sobre el sida (lanzando, de rebote, la carrera de Tom Hanks), los personajes no heterosexuales siguieron siendo excepciones poco visibles en el cine mainstream.
Y si, ya en el siglo XXI, este estado de cosas va mejorando, es más debido a series como Queer As Folk, Pose, Euphoria o Sex Education que a la gran pantalla. Las excepciones, como Retrato de una mujer en llamas o Théo & Hugo: París 5:59 llegan, una vez más, de Europa.
De esta manera, mientras los viejos conflictos siguen aún sin dirimirse, el cine se enfrenta a uno nuevo: la representación transgénero, siempre controvertida y que ha tenido lugar dignamente en contados filmes, como la estadounidense Tangerine (2015) o la chilena Una mujer fantástica (2017). El camino ha sido largo… y lo que nos queda.