La Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) ha decidido redoblar las sanciones a la Federación Mexicana por su incapacidad de erradicar el grito homofóbico de “puto” entre los aficionados durante los partidos. Los próximos dos juegos se celebrarán sin público. La FIFA prometió escalar los castigos si los insultos continúan: podría incluso prohibir la participación de la selección mexicana en el Mundial de 2022 en Qatar.
El tema en conflicto es un grito que apareció hace casi dos décadas en una liga del futbol local y luego saltó a la afición de la selección mexicana, que lo usa en los partidos internacionales. La palabra tiene mucha historia: ha sido usada de manera despectiva para referirse a los hombres homosexuales en México. Algunos fanáticos aseguran que no se usa con esa connotación —sino como una expresión que quiere decir que alguien no es valiente— y que es parte de la “tradición” futbolística. Pero otros pensamos que siempre tiene una carga homófoba, aún cuando se asocie a otros significados.
La prohibición y la amenaza de sanciones de la FIFA por el grito (que está dirigido al portero contrario cuando está a punto de hacer un saque de meta, como una manera de socavar su confianza como jugador o como hombre, para el caso) son ahora más severas, pero no son nuevas. Después de que la FIFA anunció una multa económica contra la selección mexicana y la acumulación de dos partidos que deberá jugar a puertas cerradas, esta semana la Federación Mexicana de Futbol volvió a hablar de la tarea pendiente de vencer la homofobia en el deporte y en los estadios. Lo cierto es que falta mucho por hacer. Ahora que terminó el mes del orgullo deberíamos recordarlo y emprender nuevas acciones contra la homofobia y la discriminación en el futbol y más allá de él.
Me encuentro en una posición extraña en el debate sobre el grito homófobo. Como miembro de la comunidad LGBTQI me parece que el esfuerzo por erradicarlo tiene un doble filo. Es cierto que por un lado mete a la discusión entre un sector amplio del público la duda de si está bien insultar al portero del equipo contrario con un epiteto discriminatorio. Pero falla porque, en el mejor de los casos, hará que la afición deje de gritarlo por miedo a las sanciones, no como resultado de una reflexión de los terribles efectos de la homofobia en muchísimos ámbitos de la vida de quien la padece.
En esto, creo que la FIFA ha elevado la gravedad de sus sanciones para lavarse la cara de varios escándalos de corrupción que la han rodeado desde hace ya una decada. También creo que la Federación Mexicana ha pasado de sortear el tema a intentar desesperadamente demostrar que sí hace algo.
Si tanto la FIFA como la Federación quisieran fomentar un cambio a largo plazo, no deberían de centrarse tanto en las sanciones, por ejemplo, sino en generar una discusión sobre el papel del futbol en la socialización masculina y promover ámbitos más visibles para las mujeres y de mayor inclusión a las comunidades LGBTQI dentro del deporte, al tiempo que la afición debería dejar de ser una expresión solamente patriarcal, para ser más diversa.
Y no podemos olvidar al gobierno: creo que no sería solo responsabilidad de la Federación Mexicana de Futbol prohibir que los aficionados griten ofensas; el Estado tiene una función en toda esta discusión que no está asumiendo.
Recientemente, hablé con el antropólogo José Ignacio Lanzagorta, quien hace unos años escribió un texto sobre cómo se siente la homofobia entre los hombres gay. Para Lanzagorta la palabra “puto” tiene un efecto disciplinador, separa a los “normales” de aquellos a quien estigmatiza. A menudo aparece en la escuela primaria y se usa como una sanción contra todo lo que no es percibido como masculino. El problema empeora si eres “afeminado”, o descubres que te gustan los chicos de la clase. Entonces tratas de esconderte para para no ser el “puto”, que no se burlen de ti, incluso te golpeen. Uno pensaría que con los años el asunto se compone, pero no es así.
Hace poco, lancé un pódcast sobre asuntos de la comunidad LGBTQI. Uno de los primeros episodios estaba dedicado a revisar los pros y los contras del lenguaje inclusivo. En Facebook nos llamaban aberrantes. Alguien escribió que si no sabíamos cuál era nuestro género, menos podríamos dictar algunas reglas de convivencia en el lenguaje. Los comentarios de esa naturaleza me devuelven siempre al terreno sensible del seno familiar.
Cuando se enteraron de que era gay, mis padres pegaron el grito en el cielo. Estoy seguro que querían protegerme del escarnio. Pero como no pudieron aceptar que su hijo no cumpliría con las expectativas sociales, aquel asunto se quedó sin resolver. Llegamos al único acuerdo posible: no hablar más del asunto. Buena parte de mi vida he tenido que lidiar, por un lado, con el sentimiento de culpa de no ser cómo ellos esperaban y, por el otro, con la injuria por mi homosexualidad. Esta experiencia personal podría servir de manera colectiva. Hoy le diría a mis padres: hablemos del tema. Hay formas alternativas de estar en el mundo, no son las que dictan la norma, pero sí las que nos harán más felices.
El futbol, uno de los deportes más populares de México, puede ayudar a poner el tema sobre la mesa. Y debemos hacerlo pronto.
Las barras seguirán siendo un ámbito de socialización masculina. Yo les diría a la FIFA y a la Federación: mejor inicien una campaña de sensibilización general. Por ejemplo, se debe informar que, en México, los actos de odio contra la comunidad LGBTQI han provocado al menos 209 asesinatos de 2014 a 2020. Es también crucial que se entienda que la masculinidad patriarcal no es la norma y que se alienten formas diversas de afición.
En este debate, el silencio del Estado mexicano es inaceptable. Según un informe de la UNESCO de 2020, el 75 por ciento de los estudiantes LGBTIQ en México experimentó acoso verbal e insultos en la escuela. La educación sobre la homofobia en la enseñanza básica de las escuelas públicas mexicanas es deficiente y queda a discreción de los colegios y los docentes.
En México existe un organismo llamado el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) creado en 2003, que tiene autonomía en sus decisiones, pero poco presupuesto y una limitada capacidad de sanción. Con todo, cuando ha sido necesario, se ha metido en estas conversaciones. En 2019, por ejemplo, firmó con la Federación Mexicana un convenio de colaboración para erradicar el grito discriminatorio. Conapred ofrecía asistencia técnica y capacitación. Pero el gobierno de López Obrador ha cuestionado la existencia de este órgano, disminuyendo su presupuesto y manteniéndolo sin dirección. Se trata de una estrategia general para quitar relevancia a una gran variedad de organismos autónomos que la democracia mexicana generó para poner límites al poder del Ejecutivo.
Si queremos un verdadero cambio debemos hacerlo, no por medio de la prohibición, sino por la educación, el debate y el fortalecimiento de la capacidad del Estado para generar ciudadanos con mejores herramientas para lidiar con estos asuntos. Por eso este debate es crucial en el futbol y al mismo tiempo lo trasciende. Algo así nos habría aliviado un enorme dolor a mis padres y a mi, por ejemplo.