Para Arturo, de 43 años, la calle es un campo de batalla. En las tardes, al llegar a su destartalado apartamento en un suburbio pobre al sur de La Habana, luego de doce horas remolcando una rústica carretilla de madera con racimos de plátanos, ristras de ajos y piñas maduras, Arturo se arrodilla frente al altar y le ruega a Obbatalá que lo proteja de las enfermedades. Dos veces a la semana coloca al pie del altar caramelos y sobras de comida. Luego se santigua con un ramo de hojas secas. Y sopla el humo de un tabaco barato a sus deidades.
La vida de Arturo, como la de la mayoría de los cubanos, es particularmente dura. Debe mantener a su esposa, a cuatro hijos y a su suegra. “La última vez que me compré un par de zapatos fue hace tres años. El dinero que lucho es para mi familia. Puedo ser mal esposo, pero intento ser un buen padre”, dice, sentado descalzo, en short y sin camisa en la puerta del apartamento interior donde vive.
El único lujo que se permite es beber ron de cuarta categoría. “Si no me tomo cuatro buches me vuelvo loco. Cuba ahora mismo es una selva. Solo los más fuerte sobreviven”, señala, mientras se empina un sorbo de ron casero de un botellín plástico. Es el trago de los olvidados.
Arturo quiere que las cosas en su país cambien. “La revolución nunca llegó a las barriadas pobres. Toda esa partía de descarados del gobierno jamás pasan por barrios como el mío. Ya estoy cansado de ser un carnero y trabajar doce horas diarias pa’ vivir como un esclavo”.
En La Habana hay zonas en San Miguel del Padrón, Centro Habana, Habana Vieja, Guanabacoa, Marianao y Arroyo Naranjo donde el agua potable se distribuye cada cuatro días, la gente come poco y mal y sus condiciones de vida son un infierno chiquito. En esos barrios se venden drogas duras y blandas, una muchacha se prostituye por 500 pesos y una buena noticia depende de ganar un parlé en la ilegal lotería conocida como la bolita.
Arturo reconoce que la pandemia “está arrasando en La Habana”. Pero su dilema es simple: “O me arriesgo a coger el coronavirus, o mi familia se muere de hambre”. Al igual que un segmento amplio de cubanos, no tiene suficiente jabón para lavarse las manos a menudo ni detergente para lavar con frecuencia la ropa. El nasobuco (mascarilla) que usa no es el adecuado. “Y vivimos seis personas en un apartamento de dos habitaciones. El gobierno habla mucho de protegerse, pero en el año y medio que dura la pandemia nunca han vendido nasobucos baratos, tampoco líquidos desinfectantes”.
El primero en contagiarse de Covid-19 en casa de Arturo fue el padre de su mujer. “El viejo comenzó con una tos seca en la noche, malestar por todo el cuerpo y le faltaba el aire. En el policlínico de Párraga no había oxigeno ni medicinas. Le dieron un pomito de Nasalferón y nos dijeron que a la mañana siguiente esperáramos una ambulancia. Por gusto. La ambulancia nunca vino. Tuvimos que llevar al viejo en el camión de un amigo para el hospital Julio Trigo. Cuando llegó ya era cadáver”, recuerda Arturo.
Su esposa, su suegra, sus hijos y el propio Arturo dieron positivo de Covid-19. “Nunca pasó un médico por la casa para atendernos. Han pasado dos semanas y no me han dado el resultado del PCR. El doctor nos dijo que hiciéramos el confinamiento en casa, pues no habían camas en los hospitales ni en los centros de aislamiento. En mi casa no tenemos condiciones. ¿Tú crees que yo puedo estar dos semanas sin salir a la calle con el refrigerador sin comida? Tuve que salir pa’l fuego a buscar el baro (dinero). Cuba va hacer el primer país del mundo en eliminar el coronavirus. Pero no con vacunas, sino por inmunidad colectiva. Creo que más de la mitad de los habaneros tenemos o ya tuvimos el Covid».
Un médico que trabaja en primera línea cuenta que las condiciones laborales del personal sanitario son pésimas. “Muchos médicos y enfermeras han pedido licencia. Nos dan cuatro o cinco mascarillas para un mes, cuando las mejores mascarillas deben usarse no más de diez horas. Tampoco hay guantes suficientes, desinfectantes, jabón para lavarse las manos, jeringuillas ni medicamentos. Estamos trabajando hasta veinte horas diarias. La gente se duerme de pie. Todos los hospitales en La Habana están colapsados. Las vacunas no han tenido la efectividad esperada. Desde hace tiempo el gobierno debió pedir ayuda internacional”, confiesa el médico habanero.
Desde enero el número de casos en Cuba aumenta por mes. A principio de junio, las autoridades sanitarias reconocieron que las variantes Delta y Delta plus, más contagiosas, estaba circulando en el país. El número de infectados creció de mil a tres mil diarios, después a cuatro mil y en la primera decena de julio los contagiados por el Covid-19 superaron los siete mil casos cada día. Tras las multitudinarias protestas populares reclamando libertad, la brutal violencia policial y las contramarchas de partidarios del régimen, el número de contagiados supera los ocho mil casos diarios. El martes 27 de julio se marcó un nuevo récord: 9,323 infectados.
Una especialista de higiene y epidemiologia reconoce que la pandemia “ha desbordado los servicios hospitalarios, se han agotado las reservas de insumos médicos e incluso no contamos con suficientes médicos para atender a los 86 mil 684 pacientes que se encuentran ingresados. Muy pocos países del mundo tienen una infraestructura hospitalaria para atender a tantos enfermos a la vez. Se ha establecido un nuevo protocolo. Que los enfermos leves y moderados, mientras no presenten síntomas, estén confinados en sus casas y los médicos de la familia o del policlínico de su circunscripción, vayan a sus viviendas para atenderlos”.
La especialista niega que el Ministerio de Salud Pública esté encubriendo información sobre los colapsos hospitalarios y el número de fallecidos por Covid-19. Pero el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, con sede en Madrid, denuncia que el régimen de la isla está ocultando información sobre la pandemia y falsificando los certificados de defunción para camuflar la cifra real de fallecidos. En las redes sociales, decenas de cubanos, a lo largo y ancho del país, han revelado testimonios de negligencias médicas, hospitales desbordados que no cuentan con medicamentos ni equipamientos necesarios y también falta el oxigeno.
Una señora residente en Ciego de Ávila, vía WhatsApp, dice que “lo que se está viviendo en esa provincia es un infierno. En una ciudad de unos 69 mil habitantes, como es el caso de Morón, de cada diez personas es probable que tres o cuatro estén contagiados. Todos los días el gobierno local reporta que mueren más de 20 pacientes diarios. Pero hay pruebas de que son muchos más los fallecidos, pues los hospitales están colapsados. La gente se está muriendo en sus casas sin atención médica, como si fueran perros”.
Las autoridades mantienen en el más absoluto secreto el número de contagiados y fallecidos que ya se habían vacunados. Según la especialista de higiene y epidemiología, a expertos médicos les sorprende que en provincias como La Habana, que el próximo 30 de julio habría vacunado con sus tres dosis a un millón setecientos mil habitantes de la capital, más del 60 por ciento de la población, el número de contagiados se haya duplicado y supere la etapa anterior a la vacunación. “Es cierto que la vacuna no impide que te contagies, pero sí impide que la enfermedad sea grave y que los pacientes fallezcan”, aclara, aunque desconoce el número de contagiados y personas fallecidas después de estar vacunadas.
Un doctor habanero atestigua que son decenas los pacientes contagiados de Covid-19 que están en estado crítico en salas de terapia intensiva y algunos han fallecido. «Eso me preocupa. Tal vez la eficacia de las vacunas ha sido sobreestimada o no es efectiva ante las variantes Delta y Delta Plus”. Lucy, vecina del municipio Arroyo Naranjo, expresa que «mi hermana se había inyectado las tres dosis de Abdala y hace una semana falleció».
El rebrote de la pandemia coincide con una severa crisis económica y sistémica, apagones, corrupción, falta de libertades y desabastecimiento generalizado. La tormenta perfecta que prendió la mecha del 11J.