CAPRI Y TAORMINA DEL SIGLO XIX
Hace 200 años, Italia era el paraíso de quienes no podían vivir libremente su sexualidad. Hoy, la coalición Draghi se divide por la última polémica sobre el colectivo LGTB
El gran 'closet italiano':
Cuando la libertad sexual era viajar de Berlín al sur
Por Javier Brandoli. Roma
Hubo un tiempo en el que la libertad sexual era viajar al sur. En Suecia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos las relaciones de gais y lesbianas eran un delito y una muestra de degradación moral que sociedades avanzadas no se podían permitir. Entonces quedaba el 'closet' italiano, más por pobre que por tener un alma aperturista, en el que refugiarse. La homosexualidad convivía entonces en Europa empotrada en un armario, salvo espacios donde se aireaban las puertas. El turismo parece un fenómeno de las últimas décadas, de la globalización; pero el ser humano ha viajado siempre del frío al calor y de la rigidez de las reglas morales a la posibilidad de ser uno mismo. Era un viaje también entre ricos y pobres, porque la pobreza abría la permisividad de la carne entre los de distinto o mismo género. A finales del siglo XIX e inicios del XX, los nórdicos -hoy con fama de progresistas- convirtieron Italia en un paraíso donde vivir su sexualidad reprimida. Lugares como Capri o Taormina eran refugio del rico e intelectual mundo gay.
“En el siglo XIX y principios del XX existía un pacto social entre el Estado italiano y los homosexuales. A cambio de ofrecerles una relativa impunidad, el Estado exigía que no cuestionaran la supremacía del modelo de vida heterosexual. La doble vida no sólo era posible y tolerada, sino socialmente fomentada”, explica María Belmonte en su libro 'Peregrinos de la belleza', que trata de los nórdicos que se enamoraron de la cultura italiana y griega en los últimos siglos. La tradición, en un momento donde el tema LGBT vuelve a ocupar el centro mediático en Italia y buena parte de Europa, es también esta historia menos conocida.
Italia hoy, como pasa ahora en otros países de Europa como Hungría y Polonia, vive su particular polémica sobre el colectivo LGBT. La tramitación en el Senado de la llamada propuesta de ley Zan, que prevé castigar hasta con cárcel los ataques o expresiones homofóbicas, ha generado una tormenta política dentro de la extraña amalgama política del Gobierno tecnócrata de Mario Draghi. Populistas e izquierda apoyan la norma, con algunas desavenencias en matices; mientras, todo el bloque conservador se opone a la ley o a alguno de sus aspectos. En todo caso, los ultraconservadores niegan que su posición sea por rechazo al colectivo homosexual y apelan a que esta polémica obedece a un debate interesado de la izquierda.
Dentro del mensaje de la extrema derecha italiana, que navega a muchas aguas en este tema para no generar incendios innecesarios, algunas voces apuntan a recobrar los valores de la “tradición” para oponerse a los derechos civiles de lo que ellos califican como imposición de ideología de género. Pero la tradición italiana no siempre fue como marca la Iglesia católica o sus costumbres, no ya en la antigua Roma sino en la historia más reciente del país.
A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, el sur de Italia era un espacio de libertad al que acudían muchos homosexuales y lesbianas del norte de Europa y Estados Unidos. “Taormina (ciudad de Sicilia) había llegado a ser junto a Capri (isla frente a Nápoles) uno de los destinos predilectos de los homosexuales acomodados en busca de amistades socráticas, atraídos por la legendaria belleza de los hombres italianos”, escribe Belmonte. La autora, que hace un repaso en la obra por la atracción de múltiples intelectuales europeos por Italia y Grecia en los siglos pasados, explica: “Goethe se permitió admirar los torsos desnudos de los gondoleros venecianos y se sintió impresionado por la naturalidad de las amistades homosexuales en Roma. Hay un grabado satírico de finales del siglo XIX que representa a un turista, entrado en años y carnes, negociando con un muchacho el precio de una visita a la Gruta Azul de Capri”.
La libertad sexual italiana era por entonces una marca del sur de Europa y algunos lugares del norte de África respecto al conservadurismo noreuropeo. La unificada Italia por la Casa Saboya devolvió a la legislación el delito de sodomía (que había sido eliminado en la mayor parte de regiones en décadas anteriores) salvo en el viejo Reino de las Dos Sicilias, donde la norma no se aplicó. Eso convirtió a dos ciudades especialmente, Capri y Taormina, en punto de encuentro de la comunidad gay y lesbiana occidental.
La sodomía fue finalmente suprimida del código penal italiano en 1889, en el denominado Código Zanardelli, y no sería de nuevo incluida hasta casi el inicio de la II Guerra Mundial por el fascismo de Mussolini. Il Duce, pese a que el acoso al colectivo LGTB fue duro en las calles, miró para otro lado, incluso en el nuevo Código Penal de 1930, hasta el pacto con los nazis de 1938, por dos razones: la primera, porque el macho italiano no podía ser homosexual, así que no hacía falta una norma para penar imposibles; y, la segunda, por no acabar con un rentable turismo que dejaba un buen dinero en las arcas. En los albores de la II Guerra Mundial eso cambió de golpe: “En San Domino, en la islas Tremiti, a partir de 1939, se creó una colonia donde se confinaba sólo a personas homosexuales”, recuerda un artículo sobre fascismo y homosexualidad de la 'Revista National Geographic'.
Antes de aquello, Italia fue la casa/refugio de diversos famosos homosexuales europeos. La llegada del fotógrafo alemán Wilhelm Von Gloeden supuso un cambió radical social por el libertinaje con el que vivía en su casa de Taormina, Sicilia, y las fotos que realizaba a jóvenes semidesnudos que empezaron a venderse por todo el mundo. Fueron aquellos tiempos en los que muchas personas adineradas de Europa se compraron villas en la ciudad siciliana que se convirtió en destino favorito de la clase alta continental. La absoluta libertad en la que se vivía en esa esquina de Sicilia acabó generando el repudio de los sectores conservadores: “¿Qué genero de cura? ¿Qué profilaxis se puede aplicar para esa enfermedad modernísima que, nacida en Alemania, se agiganta a la sombra del escudo imperial, y quiere implantarse e incrementar sus sucursales en nuestro país”, escribió un periodista local, Humberto Bianchi, que durante años exigió en sus escritos “extirpar la homosexualidad de la isla”.
También las mujeres intentaron encontrar en Taormina un refugio para su amor lésbico: “No solo muchos hombres, sino también muchas mujeres llegaron a Taormina fascinadas por su paisaje y especialmente por las jóvenes locales. A principios del siglo XX llegó de Crimea Sofija Parnok, la poetisa rusa del amor sáfico, que ya se había divorciado de su marido para disfrutar del amor con su colega Marina Tsvetaeva. Con la compañía de varias mujeres nobles, que esperaban encontrar su lugar idílico en la ciudad como lo hacían los hombres, pronto se dieron cuenta de que las celosas madres sicilianas eran capaces de hacer la vista gorda ante el comportamiento de sus hijos, pero ciertamente no podrían hacerlo con sus hijas por lo que abandonaron sus ilusiones y la isla”, escribe Martina Palumbo en un amplio reportaje titulado 'Las aventuras de barones gais en el inicio del siglo XX en Taormina'.
Capri fue la otra isla en la que el colectivo gay europeo encontró tregua. Muchos acusaban a los viajeros venidos de fuera de prostituir a muy jóvenes pescadores y campesinos que representaban para los artistas un particular canon de belleza. El ejemplo más famoso fue Nino Cesarini, un joven obrero y vendedor de periódicos romano trasladado a la isla al que muchos retrataron o fotografiaron como modelo de belleza en sus obras de carácter homoerótico. Había en todo caso un cierto mito sobre la belleza italiana de alguna forma influido por la sombra de la Grecia y Roma clásicas. En Capri tuvo su residencia el médico sueco Axel Munthe. El reputado doctor fue uno de los primeros heterosexuales en negar que la homosexualidad fuera una enfermedad y en su famosa Villa de San Michele alojó a Oscar Wilde y su amante Lord Alfred Douglas tras salir el escritor irlandés en libertad tras dos años de cárcel en Gran Bretaña por sodomía y ultraje a la moral pública.
También vivieron en la isla el pintor alemán Paul Hoecker, el poeta francés Jacques d’Adelswärd o el pintor estadounidense John Singer Sargent, todos ellos homosexuales que tuvieron años de cierta “libertad” bajo el sol del Mediterráneo. El caso más sonado, sin embargo, fue el del famoso fabricante de armas alemán Friederich Krupp. El germano, considerado el hombre más rico de Alemania, casado y padre dos hijas e íntimo amigo del káiser Guillermo II, se construyó una villa en la isla a la que acudía con frecuencia a pasar los inviernos. “Allí mantuvo numerosas relaciones con chicos y hombres y llegó a estar muy unido a Adolfo Schiano, barbero y músico aficionado”, cuenta Belmonte.
Sin embargo, sus numerosos enemigos maniobraron para derribarlo cuando comenzaron los rumores de su vida disoluta. Primero fue el periódico francés 'Le Figaro' el que lo insinuó y después un periódico satírico napolitano, la 'Propaganda', le dedicó un artículo donde ya hablaba de su vida inmoral junto a jovencitos y le calificaba con el mote de Il Capitone ('la anguila'), que en el argot local tenía una connotación fálica. “Se han construido grutas de arte, refugios en el campo, se han establecido acuerdos en los que la gente practicaba las bajezas más repugnantes. Y toda esta gente recurrió a malas prácticas para robarle dinero al rico degenerado extranjero, y muchos mendigos se enriquecieron detrás del cerdo que pagó mil facturas. Exigimos a las autoridades italianas que intervengan, que dispersen al grupo de corruptos, que empujen a los turbios personajes de este turbio drama al manicomio o la cárcel. Nos gustaría que nuestra pluma salpique fuego en este momento para derramarla sobre la nueva Sodoma”, decía el artículo.
Un periódico socialista alemán recogió estas informaciones y acusó a Krupp directamente de homosexual y de realizar orgías con menores en Capri. Incluso, cuenta un artículo de Stefano Bolognini titulado "El escándalo Krupp", el propietario de un hotel de Berlín, al que acudía con frecuencia el industrial, reveló que la mujer del millonario alemán se alojaba en otro albergue cuando ambos iban a la ciudad mientras que Krupp usaba las instalaciones donde de vez en cuando llegaban a trabajar camareros italianos que él encarecidamente recomendaba y a los que pagaba el salario a cambio de que le hicieran compañía. El escándalo de toda esa información fue de tal magnitud que el hombre más poderoso del país, apodado el rey de los cañones, acabó suicidándose. Empezaba así el declive de aquellos años en los que la libertad sexual que se añoraba en el norte se encontraba en el sur.
|