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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 11/09/2021 16:02 |
LA HISTÓRICA PROTESTA EN CUBA
La mayoría prefiere no hablar de ese 11 de julio. Temen perder sus trabajos, su libertad o su tranquilidad. Sin embargo, algunos no quieren -o no pueden- olvidar esas horas en las que el comunismo tembló. Esta es su historia
A dos meses del 11-J:
Reconstrucción del día que hizo temblar al comunismo cubano
Por Alfredo Herrera Sánchez
Han pasado dos meses desde las históricas protestas en Cuba del pasado 11 de julio. Ese día, miles de cubanos de toda condición tomaron las calles en al menos 60 localidades del país, desde las principales ciudades a pequeños pueblos del interior, para expresar un hastío común en toda la geografía antillana. Pedían respuestas a la crisis sanitaria, económica y social en la que está sumida el país. Pedían libertad para poder protestar. La magnitud y espontaneidad de estas manifestaciones, sin precedentes en las seis últimas décadas de mandato comunista, sorprendió al Gobierno cubano. Su respuesta fue brutal.
Las condiciones que avivaron las protestas siguen presentes hoy día. Cuba lidia con una de las tasas de incidencia de covid-19 más elevadas del mundo, mientras la variante delta ha terminado de rematar un sistema de salud que tuvo que recurrir a equipos de buceo para paliar la escasez de oxígeno en los hospitales. El caos sanitario -que deja en evidencia uno de los buques insignia de la revolución cubana- se ha sumado a los constantes apagones y la crónica escasez de alimentos. Pese a ser una sociedad curtida por décadas de aprietos económicos -y políticos-, muchos cubanos sienten que están al límite.
Ese 11 de julio, cientos de ciudadanos fueron golpeados o arrestados arbitrariamente. Algunos siguen bajo custodia policial. Otros están vigilados. Todos se sienten desamparados. Sin un marco legal que regule el derecho a la protesta política -algo que se extiende a otros derechos fundamentales-, el Gobierno cubano consideró legítima su respuesta represiva. La mayoría prefiere no hablar. Temen perder sus trabajos, su libertad física o, simplemente, la extraña paz que logran hilvanar dentro de la perenne crisis sistémica en la que vive el país. Sin embargo, algunos no quieren -o no pueden- olvidar esas horas en las que el comunismo tembló.
Fernando Almeyda Rodríguez es licenciado en Derecho, tiene 29 años y sí quiere contar lo que vivió.
“Si me callo significa que consiento que muchas personas estén presas injustamente, que hayan golpeado a inocentes, que haya heridos y muertos. Que todos los días tenga que aguantar el hambre, que haya familias sin comer y personas sin atención médica adecuada. Significa que consiento que Cuba se quede sin futuro para sus hijos. Mi seguridad no vale tanto”.
Durante horas, Fernando fue parte de la multitud que, entre la indignación y el júbilo, recorrió el centro de La Habana.
“Justo frente al Capitolio comenzó una marcha del pueblo. En esa masa había de todo: izquierda, centro, derecha, blancos, negros, mulatos, jóvenes, adultos, ancianos, mujeres, hombres, trans, homosexuales, religiosos, ateos, intelectuales, obreros, pequeños emprendedores privados. Una masa tan heterogénea sólo pudo conservar su unidad cuando hay un mal común suficientemente grande e inminente como para que todas las diferencias se olviden”.
Al mismo tiempo, un grupo de artistas se reunió frente al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) para pedir 15 minutos al aire y ejercer el derecho a réplica que les ha negado siempre la maquinaria propagandística del oficialismo. Yunior García Aguilera es uno de los dramaturgos jóvenes más exitosos del momento en Cuba. Sus obras cuestionan y adoran a la sociedad que lo rodea. Ese día, su puesta en escena fue real. En la calle.
“Cuando llegamos al ICRT ya no había internet, era casi imposible cualquier tipo de comunicación y en pocos minutos se movilizaron las brigadas de respuesta rápida que siguen un protocolo para enfrentar cualquier tipo de manifestación contraria al Gobierno. Fuimos rodeados por trabajadores del lugar y oficiales de la seguridad del Estado vestidos de civil. Enseguida se repartieron banderitas y empezaron a gritar consignas. Fue curioso, porque cuando gritaban, por ejemplo, 'abajo el bloqueo', nosotros gritábamos 'abajo el bloqueo'; cuando decían 'no injerencia yanqui', nosotros también decíamos, 'no injerencia yanqui'. Ellos realmente no sabían a qué se estaban enfrentando en aquel momento”.
Yunior ya se había visto las caras con la intolerancia oficial. El 27 de noviembre de 2020, fue uno de los rostros de la protesta que reunió a cientos de artistas y jóvenes intelectuales frente al Ministerio de Cultura. El dramaturgo sirvió de portavoz del grupo en un diálogo forzado con las autoridades para reivindicar a una generación de creadores asfixiados por la omnipresente doctrina socialista -un episodio que, a la postre, también acabó en violencia y represión-. Después de esa experiencia, volvía a las calles. La respuesta siempre es la misma.
“Cada vez avanzaban hacia nosotros en una actitud mucho más agresiva. Decidimos sentarnos en el suelo para dejar en evidencia que estábamos allí de forma no violenta”.
Secuestrados por el camión de la basura
En esa misma calle 23 del Vedado habanero también estaba exigiendo sus derechos Leonardo Otaño. El joven historiador católico todavía no da crédito a lo que vivió ese día.
“Me habían rodeado y entonces decido arrodillarme a rezar. Soy católico, soy laico católico, y en ese momento lo que pensé fue: 'si aquí me caen a golpes prefiero que me lo hagan rezando porque sé que eso no va a generar en mí ninguna reacción violenta'”.
El intercambio de gritos y consignas cada vez era más intenso. Finalmente, policías vestidos de civil decidieron disolver el núcleo de ese foco de la protesta de la manera más surrealista posible: 'secuestrando' a los jóvenes manifestantes en un camión de la basura. En las imágenes que dieron la vuelta al mundo, se puede ver cómo los arrojaban sin miramientos al remolque de uno de los camiones con los que se recogen los escombros de La Habana. Yunior lo recuerda desde dentro.
"Le preguntábamos si tenían hijos, si no estaban preocupados porque estuviesen siendo reprimidos por unos esbirros como ellos"
“Varios oficiales de la seguridad comenzaron a cargarnos y fuimos lanzados violentamente hacia ese camión como si fuéramos sacos de escombros mientras gritaban: ¡este pueblo no los quiere! ¡gusanos! y otros improperios típicos de los años 80. No sabíamos hacia donde íbamos, no nos permitían usar los teléfonos, no nos permitían ponernos de pie. Nos sentíamos secuestrados en aquel camión. Conversábamos con los dos represores que iban en actitud muy violenta encima del camión.
Les preguntábamos si acaso lo que estaba ocurriendo no les recordaban a aquellas historias que escuchábamos de los tiempos de Batista; que si acaso ellos no se sentían como aquellos esbirros del tiempo batistiano que reprimían a los jóvenes estudiantes que protestaban".
"Ellos no hablaban, ni siquiera se atrevían a decir un solo argumento. Le preguntábamos si tenían hijos, cómo pensaban sus hijos, si no estaban preocupados porque sus hijos en algún otro punto de la ciudad estuviesen siendo reprimidos por unos esbirros como ellos. Y no hablaban. Simplemente se mantenían agresivos, con la mirada perdida en el vacío. Quizás dentro de ellos si había una especie de batalla en su interior, haciéndose tal vez esas mismas preguntas, pero respondían como máquinas, cumplían órdenes. No estaban dispuestos a tener ningún tipo de conversación o diálogo, ni siquiera a mostrar argumentos en defensa de lo que estaban haciendo".
A medida que transcurrían las horas, las manifestaciones aumentaban por todo el país. Grupos de WhatsApp, Telegram y Facebook sirvieron para concertar criterios y establecer puntos de reunión. En paralelo, el Gobierno -desbordado en los compases iniciales por lo espontáneo y súbito de la protesta- desplegaba su respuesta con movilizaciones policiales, fuerzas antimotines y oficiales infiltrados de civil. A los soldados -que obligatoriamente deben cumplir con el servicio militar- les entregaron palos para hacer frente a la turba. En la tarde, el presidente Miguel Díaz-Canel ordenaría a sus simpatizantes que salieran a las calles para “defender a la revolución". Fernando Almeyda recuerda cómo La Habana se iba convirtiendo en un trágico tablero de ajedrez.
“Fuimos de Prado al parque 13 de Marzo, de ahí al parque Máximo Gómez, de ahí nos replegamos a Centro Habana. San Lázaro, Malecón, Belascaoaín, Carlos III, hasta finalmente llegar a calle Ayestarán, límite que no pudimos rebasar. Si en el Capitolio y durante todo el trayecto trataron de detenernos, ahí la orden fue aplastarnos y masacrarnos a como diera lugar".
"Me libré de los perros y los palos. Pero me arriesgué a las balas y a las piedras. Una me dio en la frente"
"En Ayestarán y Aranguren, cuando los cuerpos de seguridad cargaron contra los manifestantes logré recular. Me libré de los perros, la detención y los palos. Pero me arriesgué a las balas y a las piedras. Una de ellas me dio en la frente. El impacto y la sangre me dejaron temporalmente ciego de un ojo. Unos jóvenes periodistas me rescataron y condujeron primero a un policlínico y luego al hospital Calixto García. Se sentía como una herida de guerra, pues, aunque yo no era soldado ni guerrillero, toda la ciudad se sentía inmersa en una batalla”.
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Esto es histórico mi gente
En la provincia de Matanzas, unos 150 kilómetros al este de la capital, municipios como Cárdenas y Colón también fueron escenario de multitudinarias protestas. En este último vive César Adriam Delgado Correa, joven licenciado en Cultura Física de 27 años que no simpatiza con el sistema que controla su país. En la tarde del 11 de julio César publicó un video de 18 segundos en Facebook en el que se le veía fundido en una manifestación que había tomado la calle Martí del municipio colombino. Mientras hacía una L con su mano derecha, César gritó a la cámara: “El pueblo entero en la calle, esto es histórico, ¡esto es histórico mi gente!”.
"¡Abajo el PCC! (Partido Comunista Cubano)”, gritó otro joven que caminaba a su lado. César lo secundó: “¡Abajo!”. Se veía feliz. Exultante. Es difícil explicar lo bien que se siente hacer lo que hizo César en un país como Cuba. Cuando las protestas en Colón tomaron un cariz violento, regresó a su casa. César no cree en esas vías de redención, ni aunque el blanco sean las 'tiendas en divisa', uno de los grandes símbolos de la desigualdad en la mayor isla del Caribe.
A unos 50 kilómetros de allí, en el municipio matancero Jagüey Grande, el periodista independiente Suney San Román Sanabria trataba de convocar a sus coterráneos.
“Cerca de las 16:00 fui hasta el parque de Jagüey, llevaba puesta una camiseta y manilla (pulsera) del movimiento 'Cuba Decide'. Un agente de la seguridad del Estado que se encontraba frente a la Casa de Cultura avisó al policía que estaba apostado en esa zona y este comenzó a correr hacia mí. Escapé del lugar, pero fui detenido cerca de la laguna de San Bernardo. Intentaron quitarme el móvil, pero no lo permití. Logré llamar a mi hermano y decirle que me estaban arrestando, todo eso en medio de un forcejeo con el policía que intentaba quitarme el celular".
"En la estación, a pesar de que no mostré resistencia, me esposaron aproximadamente una hora mientras un agente de la seguridad hablaba conmigo. Me subieron a la segunda planta y allí estuve durante más de seis horas. Todo eso en medio de un apagón, un salón oscuro, una vela y dos oficiales mujeres vigilándome. Cuando llegó la corriente, otro oficial comenzó a hablar conmigo y me cuestionaba sobre el grupo de Facebook 'Yo (Amo) JAGüEY', sobre lo que ahí se publicaba y comentaba”.
El camión que transportaba al grupo de Yunior y Leonardo Otaño se detuvo a las afueras de La Habana. Para ellos comenzaba la verdadera odisea. Leonardo, siempre con una cruz al cuello, sabía que las personas de fe nunca fueron bien vistas en la Cuba comunista. Él no iba a ser la excepción. Al llegar al vivac militar de Calabazar, un oficial ve el colgante y se le encara agresivamente.
– "Sácate la cruz por fuera", le exige el militar.
– "No, yo no estoy detenido aún. Es un proceso legal...", se niega Leonardo.
"Entonces me tiraron contra una pared a la fuerza y de modo muy violento me sacaron la cruz. Ahí el activista LGTBI y actor Daniel Triana les dice que lo que están haciendo es una violación de mis derechos de conciencia y religiosos. El policía automáticamente le dio un bofetón. Un sólido golpe en el rostro".
– "¡Cállate, mierda!", zanja el soldado.
Yunior recuerda que no se les permitió hacer ningún tipo de llamada telefónica, ni les dieron de comer y no había agua. "Nos encerraron en una celda para 12 personas. Tuvimos que beber de las duchas y los lavamanos de aquellos baños que no eran precisamente muy higiénicos".
Las condiciones higiénicas de los baños en cualquier institución cubana -ya sea una escuela o un ministerio- son la métrica perfecta de la eficiencia del sistema político que controla la isla. Allí, en esos espacios reducidos y especialmente repugnantes, se ha tejido también la decepción irreversible que provoca un gobierno totalitario. Después de las celdas, llegaba el combate psicológico. Leonardo lo recuerda eterno.
“Para mí fue lo más agotador: seis horas de interrogatorio. Hubo amenazas de tipo laboral que, la verdad, uno trata de olvidar; si no te remueven por dentro y te generan miedo. Me dijeron que podía ser expulsado del doctorado que curso en la Universidad de La Habana, que me podían echar de mi trabajo en la Academia de Ciencias de Cuba".
"Me esposaron y llevaron a una celda. Allí estuve dos horas y media en una celda que fue ocupada por una persona esquizofrénica"
"Esa noche casi no dormimos, no comimos, no nos dieron cena. La celda fue un ejercicio de ciudadanía. Era increíble la diversidad. Había chicos de barrios populares intercambiando con artistas o intelectuales. Fue muy interesante porque el respeto, el encuentro y el diálogo fueron el común denominador de esa noche”.
En realidad, no existe un prototipo de enemigo para el castrismo. Da igual que seas ilustrado o pudiente, marginal o irrelevante, la regla es no alzar la voz. La autoridad reacciona mal ante la exigencia de respeto. Leonardo fue testigo cuando trató de interceder ante el abuso policial contra uno de los adolescentes presos.
– "Ustedes no pueden hacer eso, ustedes saben que él tiene derechos", les reclama el historiador.
Al oír la palabra derechos, se transformaron.
- "¡Manos atrás!", le ordenan.
"Me esposaron y me llevaron a una celda de castigo. Allí estuve esposado alrededor de dos horas y media bajo tres candados en una celda que había sido ocupada antes por una persona esquizofrénica".
– "¡Cállate! Tú sabes que aquí tienes que estar clarito, esto no es el Ministerio de Cultura", le grita la oficial mientras lo saca de la celda.
"Te das cuenta de que estás en un lugar donde no tienes derechos y no hay límites para el abuso policial”.
En la estación policial de Jagüey Grande, esa noche del 11 de julio tampoco fue tranquila para Suney San Román.
“Me quitaron la camiseta y la manilla de 'Cuba Decide'. La jefa de la policía me dijo que cada vez que me vieran con una camiseta así me la quitarían, levantarían una denuncia en mi contra y entonces me tendrían preso hasta el día del juicio. También me dijo que hay personas en Jagüey que me quieren y apoyan, pero hay otras que me odian y esas personas podrían atentar contra mí. Todo eso en un tono amenazante, con la clara intención de hacerme sentir miedo. Me dejaron ir poco después de las 2:00 de la madrugada.”
A otros la represión les llegaría en diferido. El día 15 de julio, César Delgado fue detenido en su casa como parte de la ola de arrestos masivos que las autoridades llevaron a cabo en todo el país. Se lo llevaron esposado como a un criminal. Su abuelo de 87 años al enterarse sufrió un ataque de nervios y tuvo que ser atendido. La familia está deshecha y sin muchas opciones para hacer algo.
"Solamente me permitían ir a la esquina a comprar cigarrillos o algo de comer. Iban conmigo, uno a cada lado, otro detrás"
La prisión domiciliaria es otro recurso empleado por el Gobierno para mantener a raya a los disidentes. Yunior García Aguilera es uno de ellos.
“En cuanto me liberaron comencé a ser vigilado frente a mi casa. Se trataba de un automóvil y una moto y alrededor de cuatro agentes que tenían turnos permanentes de 24 horas. Cada vez que salía, uno de ellos se acercaba y me decía que no podía salir de mi casa. Solamente me permitían ir a la esquina a comprar cigarrillos o alguna cosa de comer. Iban conmigo, uno a cada lado, otro detrás y el cuarto se quedaba mirando desde lejos".
"Era muy incómodo, todos los vecinos se daban cuenta de la situación. Yo vivo en un edificio y ellos también sufrían esa falta de privacidad, esa violación de su intimidad. Ninguno de estos vigilantes me mostró jamás un papel o una orden que justificara la presencia frente a mi casa. Sencillamente se presentaban como oficiales de la seguridad del Estado que estaban allí para eso. Para vigilarme y para impedirme salir".
El 21 de julio, Yunior pidió a través de una carta abierta un encuentro con Silvio Rodríguez.
“Si todavía me queda, después del 11 de julio, una mínima esperanza de diálogo, quiero que sea contigo. No te imagino lanzándonos a un camión de basura ni defendiendo tiendas con un palo en la mano. Yo te invito. Regálanos esos 15 minutos que nos negaron en el ICRT. No hacen falta cámaras ni micrófonos. Solo nosotros y nuestros fragmentos de verdades. No sé si esos 15 minutos hagan que recuperes tu unicornio. Pero quizás nos ayudes a no perder definitivamente el nuestro”.
El célebre trovador cubano accedió y, al día siguiente, los agentes permitieron a Yunior llegar al encuentro pactado en redes sociales, aunque le siguieron hasta los estudios Ojalá. Allí, el joven dramaturgo y el viejo cantautor dialogaron durante 70 minutos. Las esposas de ambos participaron. Para Yunior, trascendió lo siguiente.
“Fuimos capaces de confrontar nuestras diferencias desde el más absoluto respeto y preferimos concentrarnos en nuestras coincidencias… Nos enfocamos en cómo aportar, ahora mismo, al bien de la sociedad cubana en su conjunto. Silvio se comprometió… a abogar por la liberación de todos los presos que participaron en las protestas. Dio su palabra, de modo convincente, de que hará todo lo que esté a su alcance para lograr ese objetivo”.
“…hablamos de incomprensiones entre edades diferentes, entre intereses y entendimientos diferentes. Demasiado doloroso para mí que se declaren fuera; no puedo aceptar ese fracaso ni en nombre del dolor por las incomprensiones. Yo también las sufrí y jamás llegué a sentirme fuera… Tiene que haber más diálogos, tiene que haber menos prejuicios; menos ganas de pegar y más deseos de resolver la montaña de temas económicos y políticos pendientes; menos costumbre de escuchar a quienes hablan lo mismo con las mismas palabras, década tras década… Pidieron que llamara a alguien y que pida amnistía para todos los presos... No sé cuántos habrá, dicen ellos que cientos. Pido libertad para los que no fueron violentos y cumplo con la palabra empeñada. Ellos no tienen nada que cumplirme porque nada pedí”.
Yunior mantiene su fe en la lucha pacífica y pide diálogo
“Yo creo en el diálogo entre cubanos, el libre acceso a la información, a que mostremos ideas distintas para llegar a consensos, a que defendamos ese derecho a salir a las calles de forma pacífica para decirle al Gobierno que estamos en su contra y que, definitivamente, queremos un nuevo pacto social. No estamos de acuerdo con la visión que han dado en los medios de comunicación. No se ha dicho la verdad, han mentido, han desacreditado a los manifestantes, los han llamado a todos vándalos, confundidos, mercenarios”.
Mientras, César todavía sigue preso, como muchos otros que se manifestaron ese día de vértigo. 'Delincuentes' de la noche a la mañana por expresar lo que sienten en las calles o las redes. Le raparon el pelo y le afeitaron la barba. Ha perdido peso porque pasa hambre en prisión. El 25 de julio cumplió años. Lo trasladaron a una cárcel de la ciudad de Matanzas y nadie sabe qué pasará con él.
Silvio dio su propia versión en su blog personal:
“…hablamos de incomprensiones entre edades diferentes, entre intereses y entendimientos diferentes. Demasiado doloroso para mí que se declaren fuera; no puedo aceptar ese fracaso ni en nombre del dolor por las incomprensiones. Yo también las sufrí y jamás llegué a sentirme fuera… Tiene que haber más diálogos, tiene que haber menos prejuicios; menos ganas de pegar y más deseos de resolver la montaña de temas económicos y políticos pendientes; menos costumbre de escuchar a quienes hablan lo mismo con las mismas palabras, década tras década… Pidieron que llamara a alguien y que pida amnistía para todos los presos... No sé cuántos habrá, dicen ellos que cientos. Pido libertad para los que no fueron violentos y cumplo con la palabra empeñada. Ellos no tienen nada que cumplirme porque nada pedí”.
Mientras, César todavía sigue preso, como muchos otros que se manifestaron ese día de vértigo. 'Delincuentes' de la noche a la mañana por expresar lo que sienten en las calles o las redes. Le raparon el pelo y le afeitaron la barba. Ha perdido peso porque pasa hambre en prisión. El 25 de julio cumplió años. Lo trasladaron a una cárcel de la ciudad de Matanzas y nadie sabe qué pasará con él.
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