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General: Mychal Judge, franciscano, gay, primera víctima del 11S
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 11/09/2021 16:10
La extraordinaria historia de Mychal Judge,
Franciscano, Gay, Capellán de los bomberos y primera víctima del 11S
Su cuerpo fue el primero que identificaron aquel día entre los escombros de las Torres Gemelas. Así vivió y murió este irlandés en Nueva York.
eduardosuarez
A Mychal Judge el apocalipsis le sorprendió echando una cabezada en un sofá. «¡Tienes que despertarte!», le gritó un fraile, «un avión se ha estrellado contra el World Trade Center». El reloj del dormitorio aún no marcaba las nueve de la mañana pero Judge no se demoró. En su mesilla sonaban el busca y el teléfono. Al otro lado de la calle, le esperaban dos bomberos que morirían aquella mañana y un coche para llegar cuanto antes a las Torres Gemelas.
 
Judge era uno de los cinco capellanes del cuerpo de bomberos de Nueva York y estaba curado de espanto. Pero enseguida se dio cuenta de que aquel día no sería como los demás. Los bomberos se habían refugiado en el vestíbulo de la Torre Norte y fuera atronaba el impacto de los cuerpos de los suicidas sobre el pavimento. Un bombero dice que Judge salió para rezar junto al cadáver de un hombre que acababa de saltar al vacío. Otro le aconsejó que abandonara el edificio. «No he terminado», respondió demudado, «aquí aún me necesitan».
 
El instante lo grabaron las cámaras de unos franceses a los que la masacre les sorprendió haciendo un documental. En ellas se ve al capellán mascullando algo con expresión ausente. «Estoy seguro de que estaba rezando», me dice el franciscano Michael Duffy, su mejor amigo y el hombre al que Judge eligió para oficiar su funeral. «Mychal no era una persona que moviera los labios al tuntún. Yo creo que estaba diciendo una plegaria espontánea. Oía cómo se estampaban los suicidas y rezaba por ellos».
 
Las palabras exactas del capellán las ha descifrado su biógrafo, Michael Daly: «¡Jesús, por favor, termina esto ahora mismo! ¡ Dios, por favor, termina esto!».
 
Al filo de las 10 de la mañana se derrumbó la Torre Sur y una lluvia de cristales irrumpió en el vestíbulo de la Torre Norte. Al principio la nube gris lo cubrió todo. Pero el polvo se posó y dejó al descubierto el cadáver de Mychal Judge, de 68 años.
 
El capellán no sangraba pero se le había parado el pulso. La autopsia establecería después que murió por un impacto en la frente. El cuerpo fue arrastrado por dos bomberos, un policía, un ejecutivo y un miembro de los servicios de emergencia. Un reportero de Reuters fotografió el cortejo. Hubo quien comparó la estampa con La Piedad de Miguel Ángel y al capellán con un Cristo arrastrado entre los escombros.
 
El caos obligó a posar el cadáver durante unos minutos en la esquina entre Vesey y Church Street. Pero un bombero insistió en sacarle de allí: «Es nuestro capellán. Su sitio no es un callejón». Así fue como lo llevaron a San Pedro, la iglesia católica más antigua de Nueva York. Sacaron una estola de la sacristía y se la pusieron alrededor del cuello. Le colocaron en el pecho su insignia y su casco blanco y se arrodillaron junto a él para rezar. «Es difícil explicarlo pero aquello nos dio una extraña paz interior», recuerda el oficial Mike Heintz, «nos convenció de que éramos invencibles. No sé lo que pensaron los demás, pero yo creí que aquel día ya no me pasaría nada».
 
Algo similar sintió el bombero Tom Ryan, quien se detuvo por unos minutos en San Pedro para velar al capellán. «Recuerdo el olor de los cadáveres y los gritos en las calles», explica. «en medio de aquel infierno fue casi mágico entrar en aquella iglesia y ver a Mychal en el altar. Yo no soy católico pero aquél fue un momento muy espiritual».
 
El policía tetrapléjico
A Judge lo identificó su amigo Steven McDonald: el policía neoyorquino al que Judge había ayudado a perdonar al adolescente que le disparó y le dejó tetrapléjico en 1986. Juntos habían peregrinado a los santuarios marianos de Lourdes y Fátima y habían llevado su mensaje de reconciliación al Ulster justo después de la masacre de Omagh.
 
McDonald y su esposa lloraron delante del cadáver de su amigo. El juez firmó un certificado de defunción encabezado por el código DM00001–01. Al capellán le correspondió el triste honor de ser la primera víctima oficial del 11-S. (Aquel día en Nueva York murieron 2.759 personas y 24 continúan, desaparecidas).
 
El funeral se celebró el sábado siguiente y reunió a la élite de la ciudad. Estuvieron los Clinton y el alcalde Rudy Giuliani. El féretro entró en la iglesia sobre los hombros de una patrulla de bomberos y millones de neoyorquinos lo vieron en sus casas. «Si hubiera muerto en una residencia de ancianos su funeral no habría sido tan grande ni tan emotivo», dice su amigo Duffy, «pero murió atrapado por un acontecimiento histórico y eso lo convirtió en un personaje de leyenda».
 
La leyenda desveló pronto un capítulo que no estaba en los primeros obituarios de Judge: su orientación homosexual, que sólo conocían algunos amigos. La liebre la levantó un artículo en un semanario gay y enfadó a sus allegados más conservadores, que lo percibieron como una calumnia de la que no podía defenderse. «No lo sabía todo el mundo», explica Ryan, el primer bombero neoyorquino que salió del armario, «pero yo siempre respeté su decisión y no se lo dije a nadie. Contarlo le habría apartado de su vocación».
 
El diario íntimo del capellán es inequívoco y da cuenta de su relación con Al Alvarado, un celador filipino al que conoció en el hospital de St. Barnabas en noviembre de 1988 y con el que mantuvo un contacto periódico hasta el día de su muerte. Es imposible saber si rompió con él su voto de castidad. Pero sí conocemos que se lo llevaba al cine o a cenar y que los dos pasaron un fin de semana en un hotelito de Vermont. Judge le hacía de vez en cuando la colada y le ayudó a mudarse a un apartamento del Bronx. Y convenció a su hermana y a su cuñado de que sufragaran sus estudios en la escuela de enfermería de Columbia.
 
La seguridad obligó a Alvarado a seguir el funeral del capellán desde una televisión del vestíbulo del convento de los franciscanos. Al menos los frailes le permitieron viajar con ellos en autobús hasta el cementerio donde descansan los restos de su alma gemela, al otro lado del Hudson. Judge no se despidió de él desde el World Trade Center.
 
Alvarado vive ahora en Filipinas y nunca ha dado ningún detalle de su relación. Hace unos años definió el tiempo que pasó con Judge con unas palabras muy elocuentes: «Me dijo al principio que no podría verme tanto como quisiera. Mi rival era Dios. Yo sé que él vivió casi toda su vida en el purgatorio».
 
Y sin embargo Judge siempre pareció un hombre feliz. Insomne, bromista y parlanchín, sus amigos lo recuerdan por su voz y por sus manos grandes, siempre listas para un abrazo o una bendición. En el bolsillo llevaba un fajo de billetes de un dólar para dar a los mendigos y bajo el brazo una agenda donde anotaba las fechas importantes. «Apuntaba los cumpleaños o los aniversarios de bodas de sus bomberos o de sus feligreses y les escribía una postal», recuerda Duffy, «no sé cómo podían leerlas porque tenía una letra terrible».
 
Huérfano de padre desde los seis años, Judge se había educado en un colegio de monjas pero iba poco a clase. Prefería trabajar de limpiabotas en el Midtown o hacer de monaguillo y comprarse golosinas con las propinas de los entierros. Siempre quiso ser sacerdote. Quizá porque conoció de niño a un franciscano o por llevar la contraria a su madre, que había militado en el IRA y exudaba un cierto resentimiento por la Iglesia.
 
Apenas tenía 15 años cuando se mudó al seminario franciscano, en 1948. Por increíble que parezca, precisamente un 11 de septiembre. Al principio, sus superiores le hicieron peregrinar por localidades muy pequeñas. Pero al despuntar los 80 cumplió su deseo de regresar a Nueva York. Volvió convertido en una persona distinta. Con un pendiente en la oreja y el tatuaje de un trébol en el culo.
 
Alcohólicos anónimos
En realidad fue un cambio gradual e inducido por algunos factores. Por ejemplo, sus problemas con el alcohol y su ingreso en Alcohólicos Anónimos. «Aquello le ayudó a conocerse mejor y a aprender el valor de la autenticidad», explica Brendan Fay, uno de sus amigos gays, quien recuerda que, el día de su muerte, el capellán acababa de cumplir 23 años sin beber .
 
Allí trabó contacto con la comunidad homosexual de la ciudad, que por entonces empezaba a sufrir el impacto del sida. Judge desfiló con su hábito franciscano el día del Orgullo Gay y ofició los funerales de algunos enfermos.
 
Poco a poco su nombre empezó a aparecer en los periódicos, pero a él nunca le importó. Le encantaba presumir. Llevar a sus amigos a ver jugar a los Knicks o pasearlos con la sirena puesta en el coche de bomberos. Detalles que reflejan al Mychal Judge que sólo conocían sus allegados. A veces eufórico o mundano. A veces propenso a la tristeza o a la depresión.
 
En el otoño de 2001 un dominical irlandés elevó al capellán a los altares con un titular, y la mecha prendió entre algunos católicos estadounidenses, que iniciaron una campaña para hacerle santo. El Vaticano advirtió de que no abriría ninguna causa de beatificación. Tampoco los franciscanos, cuyo provincial neoyorquino explicó que prefieren recordar a Judge como un fraile con tantos defectos como virtudes. «Si no fuera homosexual ya sería santo», se queja Fay, que recuerda las relaciones tirantes de su amigo con la jerarquía.
 
¿Hacia los altares?
Es una opinión que no comparte el franciscano Duffy, quien no quiere ver a Judge en los altares: «Es bueno hacer santos a personas corrientes, pero sería un error poner a Mychal por encima de otros frailes. Supongo que los gays necesitan un héroe y lo utilizan a él. No me gusta pero tampoco me gustó enterarme de que un soldado había escrito su nombre en una bomba que arrojó en Irak. Mychal se enfadaría mucho si lo supiera», dice.
 
Por ahora, la jerarquía ignora el movimiento por la santidad del capellán de los bomberos de Nueva York. Pero sus seguidores reparten estampitas con su nombre y advierten de que se atribuyen al menos cinco milagros a su intercesión. Entre ellos está la curación de un niño que sufría autismo y la del bebé de un bombero al que le diagnosticaron hidrocefalia en el vientre de su madre. Dos sectas católicas ya reconocen a San Mychal Judge y una ha llegado a bautizar en Dallas un templo con su nombre. A ellos no les importa venerar al santo gay del 11-S.
 
Judge era un hombre muy querido en Nueva York. Pero en ningún lugar como entre sus bomberos. La noche antes de morir les acompañó en la inauguración de unas instalaciones en el Bronx y su homilía suena premonitoria. «Hacéis lo que Dios os ha llamado a hacer. Os presentáis, ponéis un pie delante del otro y hacéis vuestro trabajo. Al subiros a esa escalera, vosotros no lo sabéis pero Dios os está llamando. Os necesita y a mí también».
 
Este texto se publicó por primera vez en el suplemento ‘Crónica’ de ‘El Mundo’ el 11 de septiembre de 2011.


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De: cubanet201 Enviado: 12/09/2021 11:52


 
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