Corren tiempos en los que sacar una vagina en procesión y disfrazarse de Virgen María en la portada de un disco es tachado de herejía por la derecha ultracatólica. Por eso mismo es un milagro divino que Paul Verhoeven estrene Benedetta. El director holandés de 83 años ha presentado la película en la sección de Perlas de San Sebastián después de haber competido en Cannes. Sin haberle dado tiempo ni a llegar a las salas –lo hará el próximo 1 de octubre–, Rusia ya la ha censurado por "provocativa". Y seguro que no es la última condena que recibe esta obra de nunsplotation.
Benedetta es una monja del siglo XVII que de niña fue entregada por sus padres al convento de las teatinas en la Toscana, también llamadas Esposas de Dios. La cría es una creyente devota y asegura ser capaz de hacer milagros y de hablar con Jesús. Es mucho menos entusiasta, en cambio, con los votos de castidad, pobreza y obediencia. La llegada de la bellísima Bartolomea al convento, una campesina que huye de los abusos sexuales y el maltrato de su padre, pondrá en jaque la primera de sus ofrendas a Dios. En ese momento ambas inician una relación lésbica y protagonizan unas escenas de sexo que rozan la iconoclastia.
Verhoeven no ha inventado nada. La historia de Sor Benedetta llamó la atención hace 40 años de la historiadora Judith C. Brown, que la plasmó en el libro Actos impuros. La Iglesia tuvo conocimiento en 1623 de la relación de la monja y Bartolomea, y redactó un informe con todo tipo de detalles después de torturar a la última con instrumentos de la Inquisición. Poco antes, Benedetta había sido elegida abadesa por manifestar visiones y presentar heridas –estigmas– en las manos, pies y cabeza, lo que los jefes eclesiásticos interpretaron como un símbolo de divinidad. Pero ese informe sobre los actos sexuales de ambas pervirtió todo lo demás.
Brown reprodujo en su libro algunas de las líneas escritas hace cuatro siglos: "Sor Benedetta, para obtener mayor placer, ponía su cara entre los pechos de la otra y los besaba, y siempre quería estar así sobre ella", "Actuando como si fuera un hombre, se movía encima de la subordinada con tal intensidad que ambas quedaban corrompidas", "Habría puesto el dedo de su compañera en los genitales propios y manteniéndolo allí, se excitaba tanto que se corrompía".
En la película, Benedetta es representada por Virginie Efira. La actriz belga transita entre la locura, la comedia y el drama con una facilidad demencial. Efira defiende que Verhoeven "es un director muy feminista" y que no podía haber sido de otra forma para narrar esta historia. El cineasta ha explorado con humor y crítica la doble moral que existía y aún existe respecto a la sexualidad de los hombres y mujeres en la Iglesia. Que ellos se entregan al "pecado carnal" es evidente. Pero en este caso lo único que importa es el placer femenino, que se manifiesta de forma salvaje y orgásmica entre las silenciosas paredes del convento.
Efira cuenta desde San Sebastián que el rodaje de las escenas sexuales fue divertido y para nada incómodo. Podría recordar a La vida de Adèle por su explicitud, pero a diferencia de aquellas, las actrices de Benedetta no guardan rencor a su director. "Él tiene una cultura muy americana, es precavido y le extrañaba ver que nosotras estábamos dispuestas a hacer cosas que él no nos pedía. Nos dejaba dar nuestras ideas. Hay pocos cineastas que sepan descodificar la sexualidad de esta manera tan simbólica", explica la actriz.
Lujuria: el pecado de las monjas
El libro Actos impuros abordaba el lesbianismo en el seno de las comunidades de monjas de la Edad Media. La mayor parte de las jóvenes entregadas a la Iglesia procedían de familias ricas que podían "pagar" su ingreso al convento. Pero la vocación religiosa tenía poco que ver en ello. En ese encierro las religiosas percibían la tensión sexual como la tentación de la serpiente, pero mucho peor (al menos Adán y Eva eran hombre y mujer). Lo que ellas hacían o pensaban hacia otras compañeras era por embrujo del mismo demonio. O eso les decían los oficiales eclesiásticos que las condenaban a la hoguera.
Verhoeven representa el placer lésbico entre mujeres a las que solo se les permite adorar a Dios y a Jesús. En un momento, Benedetta sueña que Jesús le pide que se desnude y se acerque a él, pero lo que esconde debajo del paño no es un pene, sino una vagina. En otro momento, Bartolomea le ofrece un curioso obsequio a la monja: una figurilla de madera de la virgen tallada en forma de glande. El objeto de las plegarias se transforma así en el elemento de placer.
"Me encanta cómo aborda Paul el tema de la sexualidad femenina. Nunca lo hace desde la mirada del hombre porque desde Instinto básico sus personajes ejercen autoridad y demuestran cerebro mediante el uso y el disfrute de sus cuerpos", concede la actriz. Sí que reconoce que Verhoeven no se define como "feminista", pero que ella percibe así su cine "desde antes del me too". "No puedo considerarme feminista. Sería muy presuntuoso. Pero sí soy pro-mujer", declaró el director a El Mundo durante la promoción de Elle, en 2016.
Avaricia: la política de la Iglesia
Dentro del subgénero del nunsplotation, la película es efectiva gracias a su representación paródica de la Iglesia. Sobre todo de los hombres. En cambio, cuando la cámara mira de puertas para adentro y se centra en la relación de las monjas, el tono se vuelve sobrio. Verhoeven no solo explora la sexualidad entre ellas, sino también los sentimientos de envidia, compañerismo, crueldad y avaricia que se dan en cualquier sociedad. Por otro lado, deja claro que son víctimas del sistema más represivo que ha existido contra la mujer: las instituciones eclesiásticas. "Me pica", se queja Benedetta cuando le ponen el hábito por primera vez. "Mejor, tu cuerpo es tu peor enemigo", le dice una de las hermanas teatinas.
Más allá de su clara intencionalidad sexual, Benedetta es una afrenta contra la institución de la Iglesia, no contra la fe. Mientras que los representantes eclesiásticos se muestran avariciosos, mentirosos y crueles, la devoción de la protagonista nunca es puesta en duda. Ella reza con frenesí y, aunque con teatralidad, sus creencias son mucho más apasionadas que las de sus compañeras de convento y los hombres que manejan la política religiosa.
"No hay una crítica a la religión, sino a la instrumentalización de la fe para reglamentar la sociedad y para que el patriarcado continúe", resume Efira. Y la prueba más clara es que la película ya ha sido censurada en un país como Rusia. "Todos sabemos que su problema con la homosexualidad no empezó ayer", dice la actriz, que se considera a sí misma como creyente de "una fuerza superior". "Lo de quienes nos censuran no es fe, es dogma".