Luis Manuel Otero Alcántara está preso desde el 11 de julio bajo cargos que la Seguridad del Estado ha manipulado a su antojo. Aún no hay fecha de juicio para el líder del Movimiento San Isidro, arrestado por manifestarse pacíficamente; pero entre demagogias barrioteras y modulitos de carbohidratos, el pueblo cubano ha preferido olvidar al mulato “marginal” que desbrozó el camino a la acción popular más rotunda que Cuba se ha permitido en 62 años. La dictadura intenta sepultar en una prisión de máxima seguridad a ese incómodo símbolo de la resistencia ciudadana, mientras conduce la atención hacia otras víctimas de la represión que podrían rendir frutos en las lides internacionales.
El caso de Hamlet Lavastida ha eclipsado por completo el suplicio de Luis Manuel Otero. La práctica del destierro para neutralizar a los opositores, como se hacía en tiempos de la Corona Española, ha acaparado interés y solidaridad, aunque muchos no sepan a ciencia cierta quién es el exiliado, conocido casi exclusivamente en el círculo del arte contemporáneo.
Hamlet es un creador de amplio currículum, merecedor de becas internacionales y con lazos familiares en Europa. Es un chico tranquilo que según sus propias declaraciones jamás se había interesado por la política, hasta que se le ocurrió promover la idea de marcar billetes cubanos con las siglas del Movimiento San Isidro y el grupo 27N. Quiso Hamlet atacar a la Revolución en el plano simbólico, a pesar de que él mismo tendría que regresar a la Isla una vez concluida su beca en Alemania.
El premio a su osadía fueron tres meses encerrado en Villa Marista. La Seguridad del Estado aprovechó el “error de juicio” de un artista con pedigrí para darle a los medios algo que perseguir. Rápidamente se pronunciaron importantes personalidades a nivel internacional, mientras el autodidacta de San Isidro, el iconoclasta que bailó semidesnudo en 23 y L, el buscador de Mella, el que sueña una Cuba libre, se diluía en el relato cotidiano de un pueblo desmemoriado.
Tristemente, Luisma ha pasado de moda. Ni la glamorosa distinción de la revista TIME, ni las nominaciones del tema “Patria y Vida” al Grammy Latino han conseguido mover la opinión pública en interés de un artista esencialmente político que se marchita en otra huelga de hambre a la que nunca debió haber llegado.
La oposición, los medios extranjeros y hasta el barrio de San Isidro, que ha sido blanco del grosero populismo de Díaz-Canel, han olvidado que el escenario político nacional se movió casi 180 grados gracias al activismo de Luis Manuel. Han olvidado que, por su firmeza de principios, lo golpearon y metieron en el calabozo varias veces; que violaron su intimidad y lo calumniaron públicamente; que lo sacaron por la fuerza de su casa y por la fuerza lo recluyeron en un hospital, violando en su persona hasta los fundamentos de la ética médica.
La gente ha olvidado que antes que Hamlet Lavastida fuera condenado al exilio también Luis Manuel conoció el desarraigo, porque al salir del hospital no le permitieron volver a su casa en San Isidro, al hogar tantas veces agredido donde retó al Poder desde un garrote vil; donde una multitud embriagada de odio y estupidez defendió la Revolución rasgando sus dibujos inocentes que denunciaban la crueldad de vender confituras en dólares en un país de niños pobres, hijos de padres pobres que malviven en pesos cubanos.
Luis Manuel ha perdido mucho para que Cuba gane un poco. Hoy está preso porque el régimen lo quiere muerto y Cuba lo ha olvidado. Si las personas no se interesan por él, mayor será el margen de maniobra de los esbirros para asegurarse de que su imagen nunca más se parezca a la libertad. El castrismo está desviando hábilmente la atención hacia otros temas para que las redes no ardan contando los días de la huelga de hambre. Hay un silencio incómodo y funesto alrededor de lo que sucede. Es injusto, inaceptable, y nos coloca en un sitio vergonzoso como nación.
La rebeldía que ha sacudido al régimen en los últimos tiempos está estrechamente ligada a Luis Manuel Otero Alcántara. Lo demás es distracción y anécdota, bofetón con guante de seda, un bluff arriesgado para alejar el foco de lo que realmente importa. El 11 de julio dejó claro que los artistas e intelectuales son bienvenidos a la protesta, pero no imprescindibles.
Los imprescindibles son los hombres y mujeres como Luis Manuel: gente que no habla bonito pero anda con el alma en carne viva; que entiende que a estas alturas diálogo y mierda son la misma cosa; que no guarda un pasaporte visado en una gaveta para huir si la cosa se pone fea con la seguridad del estado; gente que se lo está jugando todo porque Cuba es todo lo que tienen.
Es hora de poner las cosas en su lugar.