Castro y Maradona, al vertedero
Castro fusilaba y encarcelaba; Maradona, además de drogarse y embriagarse sin medida, se dopaba y golpeaba a sus compañeras brutalmente
El totalitarismo castrista le ha hecho creer a los cubanos que Fidel Castro, la Revolución y, como derivado, Cuba, han estado siempre en el foco de la atención mundial y que la admiración que generan es ilimitada. El castrismo, contradictoriamente, siempre incentivó el tradicional chovinismo de los cubanos ─“la última Pepsi Cola del desierto”, dirían los venezolanos─ y su contraparte el internacionalismo.
La propaganda oficial, única existente, condujo a la mayoría de la población a conceptuar que ese éxtasis universal de parte de personalidades públicas a favor de la experiencia cubana era gratuito, desconociendo que, en gran medida, era consecuencia de un entramado de beneficios mutuos estructurados en base a entidades como el Instituto de Amistad con los Pueblos (ICAP), que conferían a sus elegidos, talentosos o no, reconocimientos y bendiciones oficiales como el permiso de salida del país otorgado por Fidel Castro a una menor de edad solo por ser amante de Diego Maradona.
De la influencia y capacidad de seducción y coerción de estas entidades gubernamentales castristas ─no debemos olvidar el Premio Casa de Las Américas que compraba simpatías con premios y estancias interminables en playas como las de Varadero─, así como del propio Fidel Castro he escrito en más de una ocasión y creo prudente repetir una anécdota que he contado con anterioridad y que viví en la Venezuela que destruyeron Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Mis amigos Balvino y Marta Navarro, dos cubanos particularmente solidarios que me recibieron a mi llegada a Valencia, conocían a un dirigente deportivo venezolano en la disciplina de Arco y Flecha. Este personaje, que viajaría a Cuba para los Juegos Centroamericanos, pidió reunirse con nosotros y nos habló de su disposición de llevar clandestinamente a Cuba cualquier cosa que contrariara al régimen.
A su regreso de Cuba no contactó con nosotros, aun más, nos evadía hasta que un día Navarro lo encontró y le reclamó por su supuesta cooperación. El hombre afable y cordial de la última entrevista había desaparecido. Nos dijo que había estado equivocado, que Castro lo visito en su habitación de hotel en la madrugada, que era un tipo fantástico y que le había ofrecido la jefatura de la disciplina de Arco y Flecha en el Centroamérica y el Caribe.
Lo compraron, pero otros se regalaban, como la periodista Isa Dobles, que sirvió a Castro hasta que tuvo la experiencia chavista. Los cubanos en la Isla y algunos en el extranjero creen que la solidaridad con el régimen es por amor y comprensión, ignorando que la mayoría de las veces el régimen compra lealtades o simplemente chantajea a sus víctimas, como se afirma ha hecho con numerosas personalidades internacionales.
El hecho que sea de conocimiento público la complicidad de Fidel con el adicto y pederasta Maradona tal vez les aclare a muchas personas de buena fe que la posición del astro deportivo en relación a la Cuba castrista no era desinteresada, sino de mutua conveniencia, con independencia de las simpatías que este famoso adicto podía sentir hacia el totalitarismo insular. Maradona y Castro fueron un par de miserables. Ambos abusaron de sus prerrogativas de forma brutal. Castro fusilaba y encarcelaba; Maradona, además de drogarse y embriagarse sin medida, se dopaba y golpeaba a sus compañeras brutalmente.
La muerte del astro futbolístico conmovió a su fanaticada, una muchedumbre enceguecida por sus habilidades y ciega también ante sus miserias. Maradona, como ciudadano, dejo mucho que desear; nunca fue un buen ejemplo para las generaciones emergentes y respaldó a regímenes como los de Venezuela y Cuba, violadores sistemáticos de los derechos humanos.
No es posible separar al astro deportivo del miserable que se drogaba. Tampoco es razonable que sus fanáticos sientan hacia este sujeto una admiración que ignore sus faltas. Cierto que en las últimas décadas se aprecia un fuerte deterioro de algunos valores, sin embargo, hay corrientes reivindicativas a favor de sucesos penosos y condenables que deberían servir de ejemplo a la fanaticada en general, que las más de las veces tiende a ignorar los defectos y vicios de sus ídolos, como fueron los casos del abusador, pedófilo y drogadicto Diego Maradona y del despiadado dictador Fidel Castro.
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