CMA: ¿Cuántos documentos fueron?
HL: Son dos; me hicieron firmar también uno que no tenía supuestamente constancia jurídica: básicamente que estaba colaborando con ellos para, si hay algún grupo de instituciones hostiles a la Revolución, yo ayudarlos con eso. Y los otros documentos, que fueron al principio, son mis declaraciones. Yo tenía que repetir mis declaraciones, pero siempre las hacía con el tono heberto-padillezco de arrepentimiento. Estaría bueno que ellos lo saquen. Yo creo que es un arma que pueden usar si yo sigo cerca del activismo político y la inquietud política, social y cívica de ese país. Podrían decir: este hombre está totalmente descartado porque es colaborador de nosotros. Pero saben qué: a mí realmente no me afecta tanto, porque mi compromiso real es con la creación, con el mundo simbólico, estético, y eso se le puede sacar a una persona con una carrera política, pero los artistas pueden ir con un pullover de Nirvana o Pink Floyd mientras los políticos tienen que guardar las formas. No es lo mismo un artista borracho que un político.
Ellos juegan con eso de que, para que se descarte en ti lo político, te hacen firmar documentos; pero bienvenido el teatro. Evidentemente ahí hay una dramaturgia, y me acordaba mucho de esos muertos, especialmente de Arenas cuando hablaba de la filtración de las paredes y decía así: «Por supuesto, cualquier papel que haya que firmar lo voy a firmar; hay que salir de ese infierno». Él lo dijo claramente.
CMA: ¿Hubo un momento donde empezaste a intervenir la realidad artísticamente, con conciencia de utilizarlo para algo nuevo? Si pasó, ¿te hizo más confortable o te alivió de algún modo la experiencia?
HL: Sí, eso te da un poco la idea del mártir: dar testimonio. Como decía Rodolfo Walsh: dar testimonios en tiempos difíciles. Es cierto, reconforta un poco; pero son varias lecturas, no es ni paralela, ni horizontal, ni diagonal. Es semicircular en todas sus variantes, cósmica. Tu estás viendo eso desde el punto de vista literario, de la memoria, de una memoria que no ha desaparecido, porque muchísimas personas antiguamente me han dicho: «Tu obra ya no tiene sentido: vino Obama, esto se va a resolver. Te va a quedar como una especie de investigación de lo dinosauriesco del pasado policial en Cuba». Pero no, sigue en pleno funcionamiento. No sabía que Villa Marista tenía tanta efectividad, incluso en infraestructura —de hecho, está en construcción ahora mismo.
Hay muchas lecturas, incluso desde el punto de vista simbólico, del imaginario, de los colores que usan. Decían que habían hecho «profilaxis» conmigo, y casualmente el color de las rejas es un ocre que yo usé mucho en mi serie Cultura profiláctica. A veces pensaba que era una especie de deep fake de mi obra… Por un problema de asociación uno llega a entender lo que pasa: los colores, las autoinculpaciones, los textos, las cosas, las palabras, las terminologías… porque un interrogador se llama «instructor», un preso se llama «detenido». Usan toda la serie de eufemismos de los que habla mi trabajo. Formas mínimas de tortura psicológica que se usan, y de las que también son parte, voluntaria o involuntaria, los detenidos…, que ya vienen traumatizados por estos procesos o por procesos nuevos que están viviendo. Te empiezan a decir lo que te puede pasar; empiezan a hacer sus propias indagaciones sobre lo que va a pasar […] Y por otro lado lo interesante es el tratamiento especial. Yo me di cuenta de que había cierta excepcionalidad en mi caso: venían a verme a cada rato, una vez me llevaron comida muy bien elaborada: chícharo, arroz, pollo. Los que estaban en la celda conmigo se quedaron sorprendidos.
CMA: ¿Los presos que estaban contigo estaban por motivos políticos o por otras cuestiones, o por lo primero disfrazado de lo segundo?
HL: Es muy difícil saberlo. Ellos [los agentes] me decían a mí que no estaba ahí por nada artístico ni político, sin embargo, las preguntas siempre eran sobre el 27N, sobre el Movimiento San Isidro, sobre Tania Bruguera, Coco Fusco, sobre la gente que conocemos, artistas…, sobre qué hice en Polonia…. Entonces no puede ser que me acusen de instigación a delinquir si me están haciendo preguntas políticas. La mayoría de la gente que está ahí está acusada de delitos contra la seguridad del Estado; otros, por cohecho; personas que se van en balsa; otras asociadas a tirar piedras después del 11-J. No lo entienden como nada político: hay una despolitización dentro del órgano de investigación política más violento que hay en Cuba.
Los otros presos que hay ahí contigo te empiezan a meter ruido en el sistema. La desestabilización psicológica viene en muchos casos de ellos, voluntaria o involuntariamente, no sé. Hay mucha gente que trabaja con ellos, pero hay esa doble frecuencia, la del terror simbólico de la palabra. Te empiezas a hacer preguntas, a imaginar futuros posibles, salidas posibles, pero nunca nadie vio la posibilidad de que me sacaran del país. Parece tan irreal; es las antípodas de lo que te proponen, que es cárcel o seguir estando allá adentro […]. Eso me lo empezaron a sugerir a mediados de agosto, entonces uno tiene que hacer lecturas sobre las lecturas de ellos, porque no se sabe nada allá dentro.
CMA: Hubo un momento en que nos llegó la información de que tú pediste ayuda psicológica. ¿Eso es dicho en qué contexto? ¿Lo necesitabas propiamente o lo habías dicho como una bengala que uno tira en la oscuridad?
HL: Son varias cosas. La ayuda psicológica tiene que ver eso, la metáfora de la bengala, pero también es real, porque yo tenía en el momento en que la pedí un temor total que nunca había sentido en mi vida: es el miedo total, que no sé con qué se puede comparar. Tal vez con relatos que he leído de la Guerra Civil Española, de los últimos momentos de un fusilado, que no era mi caso, pero te llega, te invade ese terror total que nunca había experimentado en mi vida.
Yo he escuchado el relato de muchos balseros que se iban por Santa Fe, y lo menos que sentían era miedo, sino la esperanza de ir a otro lugar. Muchos de ellos fallecen, pero no tienen ese miedo, que me llevó a temer que podría sufrir algún colapso sicológico. Yo cuando niño tenía alucinaciones, y lo vi como un antecedente. Yo estaba muy alerta en la noche, y a veces sentía voces que no sabía si eran reales o no. Una de las cosas que me hizo reconfirmar que necesitaba ayuda psicológica fue uno de los detenidos, que por mi situación me lo recomendó. La respuesta de los oficiales era que no podía ser; las doctoras también me decían que eso estaba muy difícil. Finalmente accedieron y tuve una conversación con una psicóloga que realmente no creo que tuviera muchos elementos para ayudarme.
Eso fue casi al final, pero sí lo dije, y lo necesitaba, porque una de las cosas que te da la incertidumbre es que tú piensas que no vas a salir de ahí, y si sales vas a salir a una prisión —que para muchos de los prisioneros que estaban ahí la prisión es la libertad, porque tienes un teléfono a cada rato, te puedes poner tu ropa normal, no tienes seis pasos en diagonal para caminar.
Yo pensé en hacer algo, ponerme pesado para que me llevaran a prisión; pero pensaba: estoy aquí, en La Víbora, estoy cerca. Al menos aquí hay algo cerca; el abogado puede venir. De lo contrario me podían mandar para una prisión en Las Tunas… ¿Ahí cómo mi mamá me iba a ver? Entonces resistí, me porté súper bien; ellos dicen que yo tuve un comportamiento excepcional, disciplinado, porque hubo gente que llegó conmigo, que antes había estado en prisión, y no soportaron eso. A los 15 días hablaban solos de madrugada, tocaban la puerta y pedían que los trasladaran a una prisión común. Hay gente que lo quiere, que hace lo imposible, porque al menos pueden caminar un poco más y coger algo de sol. Yo cogí sol como cuatro veces nada más en los meses que estuve. No es en un patio, sino en el mismo techo, dentro de un cuadrado con las mismas dimensiones de las celdas, tres metros por dos. En Google Maps, desde la vista satelital, se pueden ver los cuadrados blancos, que son los soleadores, que parecen como cajas de donde sale el aire.
Yo pienso que, si uno está convencido de su crimen o de su delito, prefiere ir a la prisión: ver la televisión, hablar con los demás, qué sé yo. Porque ahí no se puede hacer nada; además de la angustia de los interrogatorios. La gente termina acostumbrándose a su interrogador y tocan la puerta para hablar con él. También se le puede pedir realizar una llamada por teléfono. En mi caso lo tuve que pedir siete veces hasta que me dejaron hablar. A mí me fueron dando las cosas a cuentagotas.
CMA: ¿Cómo comienza la negociación para tu salida y cómo se da hasta que terminas en la casa de protocolo del MININT?
HL: Desde mediados de agosto comenzaron a decir que había una posible solución de salida, pero que quizá iba a ser a mi casa, o que iban a proceder al sobreseimiento de mi causa, que es archivarla. Me pareció extraño, porque archivarla después de que me habían dicho que tenían pruebas de que yo era agente de alguien…; ahí me empezó a parecer bastante extraña la falta de seriedad y profesionalismo de esta gente. Aunque me seguían diciendo que mi investigación iba a continuar y yo tenía que seguir diciendo cosas. ¿Esto se acabó o no se acabó?, me preguntaba yo.
Me dijeron que había una posible salida al aeropuerto y que tal vez podría ver a mi mamá, pero no iba a llegar a mi casa ni a ningún lugar. Después me decían que podían mandarme a un campamento de trabajo, o con restricciones domiciliares hasta mi salida. Al final me comenzaron a preguntar qué me hacía falta para salir; yo les dije que una visa y una prórroga en el pasaporte. Estuve sin saber de eso casi un mes. En esa época cogí el COVID; me llevaron a un centro de aislamiento por el Bahía [este de La Habana], donde estuve cinco días hasta que me regresaron a Villa Marista. Me dijeron que iba a tener 14 días de confinamiento. Yo pensé que iba a estar solo, pero caí en una celda con otros compañeros. A los 14 días me sacaron y me llevaron para una casa. Yo estaba un poco asustado porque no sabía para donde iba a ir. Me dijeron: «2239, recójalo todo».
Una cosa curiosa es que en los últimos días me dejaron dibujar. Yo siempre pedía que me dejaran dibujar. Me dieron una serie de hojas. Yo dibujaba la realidad misma: las patas de las literas soldadas al piso, fragmentos. Yo estaba haciendo una especie de acumulación de cosas, y pensé que me dejarían sacar eso, pero luego me dijeron que no, que me lo ocupaban porque solo me lo habían permitido para que me sintiera bien psicológicamente. Solo uno se lo llevó mi mamá, que es como un dibujo de Arnaldo Tamayo. Al principio dejaron pasar algunos libros, pero luego con lo del COVID no permitieron más.
Después me llevaron a esa casa. Cuando iba hacia allá iba viendo las cosas pasar; pensé que sería al Combinado del Este, pero me pareció extraño porque no estaba esposado, llevaba ropa de civil. Ellos me explicaron anteriormente: «Vas a ir a un lugar donde te van a atender muy bien pero no será tu casa». Nunca pensé que sería ese tipo de casa. Era por Guanabo, aunque no sé la dirección porque antes de llegar me bajaban la cabeza. Ahí estuve como seis días. En uno de esos me dijeron que se estaba organizando todo para lo de Katherine Bisquet, y me dijeron que ella quería hacer la salida por Alemania, porque tenía una serie de cosas resueltas ahí. Kathy no podía salir, supuestamente, si no lo hacía conmigo en la Embajada alemana, y ellos se negaron rotundamente en esa Embajada porque consideraban que le iban a dar una caracterización política a nuestra salida. Sin embargo, la de Polonia, que también hizo un trabajo magnífico, tenía más la caracterización de que era un asunto familiar. Se negoció entre todo el mundo; fue una especie de negociación FARC-EP con ELN, una cosa de esas; me sentí así.
CMA: ¿Una de las monedas de cambio era que Katherine Bisquet se fuera?
HL: No solo Katherine, Carolina Barrero también: que yo pudiera hablar con cualquier persona, y convencerlos de eso. Si yo hubiera tenido más acceso a personas, me hacían llamar a todos los que pudieran tener que ver con el caso. Insistieron mucho en Katherine y Carolina. También decían que Carolina había ido a Cuba por órdenes mías, como si yo fuera una especie de jefe e ideólogo… Veían mucho mi capacidad de influencia sobre Carolina, no sé de dónde sacaron eso. Y como ya habían dicho que Carolina era la influencia sobre Tania Bruguera, al parecer deben asumir que Tania es un teniente, Carolina, una teniente coronel, y yo, un coronel. Ellos me consideraron a mí mucho más poderoso que Tania [se ríe]…
La negociación se llevó así, creo que fue bastante efectiva. Me dejaron hablar con Tania también por teléfono, pero siempre con la presencia de dos oficiales. Yo estaba en un cuarto que era sencillamente una cama con aire acondicionado y un closet y un baño. Ventanas cerradas, no se podían abrir, y tenía que tocar la puerta para todo.
Ahí me atendieron muy bien, entre comillas; me dio un poco más de vergüenza: la situación en la que yo estaba, y la situación en que está Cuba hoy en día. Allí me daban langosta, camarones, una comida excelente… Me daba vergüenza porque, cuando fui para el centro de aislamiento, yo iba en el carro mirando a la gente en las famosas colas, rapiñando la poca comida que hay en ese país… Comprando calabazas, unas cebollas que cada vez son más pequeñas…
Uno se da cuenta de que en Cuba hay riqueza, pero no la tienen los cubanos, sino los miembros del MININT y las Fuerzas Armadas. Ellos tienen gasolina, celulares, automóviles; pueden ir a cualquier velocidad; la Policía les para, y ellos hacen una seña y no pasa nada. Ahí uno ve la arbitrariedad del poder en Cuba, que está en el elemento militar, que para mí es una de las mayores desgracias que ha sufrido esa isla desde que llegó el poder español. Una de mis ideas es despojar a ese país, de una vez y por todas, de ese omnímodo poder militar.
En Cuba no hay pobreza, hay pobreza para el pueblo. Ellos no son pobres, por eso se sienten tan bien armados y tan bien estructurados en sus ideas. No solamente tienen las armas, sino también los recursos. Y sus salarios son más altos que los salarios de los médicos. Yo mismo oí una conversación de un teniente coronel: «Recuerden que ustedes ganan más que un médico, por eso tienen que hacer su trabajo bien». Te das cuenta de que es muy fácil en esas condiciones defender un proyecto. Es como la visita de[l presidente Miguel] Díaz-Canel a San Isidro: después de meter a todo el mundo preso sale en la televisión diciendo que es un espacio de La Habana completamente disciplinado. Después de que tienen a Esteban [Rodríguez], Maykel [Castillo] y Luis Manuel [Otero] presos. Claro que es fácil limpiar y sanear.
CMA: El totalitarismo, a donde llega, borra la experiencia concreta. Si Díaz-Canel llega a San Isidro borra San Isidro: él no puede asistir a ningún lugar de Cuba. Lo que pasa con el castrismo y su deriva es que no puede acceder al país; cuando ellos se presentan en algún sitio, el país desaparece, se vuelve una representación que ellos propician y venden como propaganda. Ellos no pueden pisar San Isidro por más que se paseen por allí.
Una pregunta que quiero hacerte: ¿Tus pertenencias, te las devolvieron?
HL: Sí, todo. Ellos me dijeron que habían creído en mi arrepentimiento y en mi rehabilitación política. En definitiva, ya, decidieron hacer eso, creyeron en eso. Ayer me levanté y vi la realidad y pensé que era un sueño dentro de otro sueño. Estar allá dentro te quiebra la noción del tiempo. Yo pensé mucho en Santa Teresa de Jesús allá dentro, en Miguel Hernández, en Oscar Wilde, en los rusos… Sergei Tretyakov… sobre todo artistas; el propio Martí, Reynaldo Arenas, que enfrentaron a esa realidad desde la dimensión poética. Como diciendo: si Oscar Wilde aguantó dos años… Uno empieza a resignarse.
Empiezas a pensar en los peores casos: en la resistencia polaca de 1944, que se metía debajo de los subterráneos, durante meses esperando a que los nazis salieran, cosas así… En subir la jerarquía de lo peor que te puede pasar: los campos de concentración. Allí dije: ven acá, creo que me hace falta asistencia psicológica. Todo el tiempo empecé a mezclar Gestapo con Stasi con todas esas cosas que uno ha leído. Te vuelves una especie de acumulador; empiezas a ver un sedimento de situaciones coercitivas y represivas policiacas.
Te das cuenta del poder de la policía política en Cuba sobre las instituciones. Ellos siempre insisten [en] que hay separación de poderes y que es la Fiscalía la que toma las últimas decisiones; pero al final me confesaron que la Fiscalía no podía. Me dijeron algo así como: «Ni se atrevan». Qué va a existir separación de poderes en Cuba, si los miembros de la Fiscalía son del Partido. Que la Fiscalía quede en La Habana Vieja y Villa Marista en La Víbora no es separación de poderes. La separación de poderes es que los miembros del Tribunal Supremo no sean del Partido.
CMA: Hay una cosa muy importante a nivel conceptual, que también incluye una respuesta práctica. Mucha gente se lo está preguntando. ¿En qué condiciones se dio la salida, el destierro? ¿Hay alguna especie de acuerdo pactado sobre volver o no volver?
HL: A mí me insistieron en que, si mi arrepentimiento no era real, si todo había sido una simulación, me iban a esperar en el aeropuerto, y Villa estaría ahí para mí. Por otro lado, técnica y explícitamente me pusieron dos prórrogas en el pasaporte, hasta el 2024. Eso les da el marco de maniobrabilidad, como también pasa en China, Rusia y Bielorrusia, para decir que tú no vas a ser expulsado. Técnicamente no estás siendo expulsado por Inmigración. Tu problema es un problema familiar, mínimo. Pero si yo reiteraba mi hostilidad hacia el Gobierno cubano me prometieron que me esperarían y me llevarían de nuevo para Villa Marista. Eso te dice que tu camino es el camino del exilio, como sucedía en la Roma de Augusto y de Tiberio. Hasta que Tiberio muera, o hasta que César Augusto u Octavio muera. Esa es tu fecha. Ellos juegan con eso, con que en los documentos diga otra cosa.
Sí me lo dijeron. Si no me lo hubieran dicho tal vez no estaría de acuerdo con esa manera de interpretar que ha habido [«destierro»], pero sí me lo dijeron y me lo hicieron explícito.
Por supuesto, que uno hace una evaluación de la vida que se puede tener en ese país, y para mí el mundo cultural en Cuba ha terminado, está atravesado por un debate directo, que no es un debate estético, sino un debate sobre las libertades fundamentales de los cubanos, sobre los derechos civiles, sobre los derechos constitucionales. O no, porque la Constitución está manejada por la estructura omnímoda del Partido Comunista. Hay artistas presos en Cuba. Yo les insistí a ellos en que si alguien me formó a mí no fue la CIA ni el Departamento de Estado, fue el sistema de enseñanza artística en Cuba. Tengo título de [la Academia de] San Alejandro y del ISA [Instituto Superior de Arte de La Habana]. Tengo muchos exprofesores que siguen siendo mis amigos, y uno ve la medida del abanico que han abierto, y las posibilidades de reprimir a cualquier tipo de persona, tanto a una persona que no tiene filiación con el mundo de la cultura como a un artista. Ahí está lo que sucedió con el Decreto 349.
Yo creo que no hay otras opciones respecto a Cuba para una persona como yo. Y ellos te están señalando el camino del exilio cuando cinco carros te llevan a ti y a tu pareja al aeropuerto, con una moto atrás, y más de 20 oficiales; cuando tú no entras al aeropuerto por la puerta normal, sino por atrás, por donde entran los presidentes y los ministros. Tus maletas pesan el cuádruple de lo permitido, y ellos te la dejan pasar.
Me dejaron salir con varias obras, cuando anteriormente no dejaban a nadie sacar mis obras de Cuba. Si ellos tenían algún problema con la imagen de Fidel Castro, en esta ocasión me dejaron sacar obras con la imagen de Fidel Castro. De eso se trata, te sientes como VIP. La operación final me dio un poco de miedo: un poco más y me suben sin pasaporte y sin visa al avión. En el aeropuerto estaban varias de las personas que me atendían; me di cuenta de lo importante de la operación, que, como dirían, fue «autorizada al máximo nivel», para no decir que fue autorizada en «Palacio», como dicen ellos. Qué curioso que hablen de «Palacio de la Revolución», que es una jerarquía monárquica.
CMA: A mí me llama la atención cómo el lenguaje a ellos siempre los desnuda; ellos no tienen control sobre eso. Hay una cosa básica que tienen que aprender: el lenguaje dice más de quien lo usa que de aquello a lo que se refiere. Y la nomenclatura de ellos, y cómo lo usan [el lenguaje], lo que hace es desacreditarlos todo el tiempo: lo racistas, lo clasistas, lo opresivos y lo dictatoriales que son. Palacio de la Revolución» es un oxímoron tremendo. Me recuerda el ejemplo del «Partido Revolucionario Institucional» [PRI] de México.
HL: O el propio hecho de «incitación a la rebeldía». Supuestamente ser un rebelde en Cuba es lo más honesto que se puede ser. Entonces habría que desmontar [el diario] Juventud Rebelde. Yo estoy asistiendo a la tradición de la llamada «Generación del Centenario»: incitar a la rebelión, a la desobediencia… son palabras que tienen un peso.
CMA: Ellos, que hablan de manera teleológica de la Revolución como un proceso único que empieza el 10 de octubre de 1868, todo justificado a partir del fin y no leyendo los procesos históricos en sí mismos. Pero hay una ruptura en 1959: todo lo que es elogiado como gesto civil, artístico o intelectual antes de ese momento, luego es condenado. Si nosotros hemos pasado por lo que hemos pasado, es por hacer cosas que en la Historia que nos dieron [en la escuela] estaban bien vistas.
HL: Ahí están sus propias contradicciones. «Palacio de la Revolución». Díaz-Canel habla de «Palacio», una condición monárquica. Unió completamente los elementos de la Revolución Francesa: el Palacio, la Monarquía… pero hay algo ausente, que es la República, lo inconquistable, la cosa pública, la participación de todos los elementos de la política.
Ellos me dijeron que no puedo volver a tener este tipo de conversación allá con nadie, ni con un gato.
Ahora recuerdo que hay un gato en Villa Marista que se llama Ramón y se come los pescados de la fuente. Los trabajadores le tiran piedras, pero Ramón lleva una pila de años ahí, me contó un preso que ha estado anteriormente.
CMA: ¿Pero Ramón es un gato que Villa quiere o que se cuela?
HL: Vive ahí, le dan comida. Me interesó mucha esa imagen —que es a partir de la escucha. «Ramón, bájate de ahí, suelta eso». Luego, en la mañana, escuché a alguien decir que le había tirado unas piedras porque se estaba comiendo los pescados del estanque. Las cosas que uno escucha…
Otra muy triste que escuché fue de una celda, de madrugada; se oía a alguien decir: «¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde está mi amigo? ¿Oficial, dónde está mi amigo?». A esa persona parece que por la mañana le dieron un toque de instrucción, y no habló más nunca. Pero oyes gritos así, desesperanzados. «¿Dónde está mi amigo?». Me recuerda a Operación Masacre de Rodolfo Walsh, cuando dice que desde ese piso oyó a un preso no decir «Viva la patria”, sino «No me dejen solo». Recordé mucho a Rodolfo Walsh.
CM: Me alegra que los referentes que utilizas son también nombres que hay que arrebatarles a ellos. Porque Walsh, que fue un tipo cercano a la Revolución cubana en los primeros años, es de esos nombres que ellos intentan capitalizar. Y es alguien que hoy en Cuba sería un periodista preso, exiliado o condenado al ostracismo. Y es bueno que nosotros tengamos claro que tenemos la posibilidad de establecer nuestra tradición, que en buena medida pasa por arrebatarle a ellos todo lo que han secuestrado.