Mucho y muchos hablan en estos días de la estampida de casi la mitad del equipo de beisbol cubano sub-23 en México. Aunque la cantidad de cimarrones-gladiadores escapados es un número para reflexionar, quizás lo más importante es la parte cualitativa: lo que representan, y que nos dicen más allá del deporte mismo.
Bien sabemos cómo la pelota está en el DNA del cubano. Todo empezó en aquel lejano 1860 con algunos marinos norteamericanos que en sus ratos de ocio podemos imaginarlos en las empolvadas callejuelas y parques de Matanzas y La Habana divirtiéndose solo con una pelota y un madero. Nemesio Guillo, tras jugar en Mobile, Alabama, traería las reglas a Cuba en 1864. Junto a su hermano Ernesto, fundarían el primer Club de Béisbol de La Habana, siendo los pioneros de una organización como tal en América Latina.
De por qué el beisbol predio tan rápido en la Isla, la mayoría de los historiadores están de acuerdo que fue una manera de diferenciarse de la metrópoli, además de lo entretenido que resulta jugarlo. De eso da fe la prohibición colonial de jugar beisbol, por considerarlo antipatriótico y aburrido. Todo lo que hizo aquel edicto del capitán general no fue otra cosa que darle carta de cubanía al beisbol como deporte nacional. Hasta los mambises comenzaron a jugar en la manigua.
A tal punto está arraigado el deporte de las bolas y los strikes en Cuba que el lenguaje no escapa a su influencia. Una prueba de ciudadanía cubana tendría que preguntar estos significados: lo cogieron fuera de base: estaba en la bobería; es out por regla o out vestido de pelotero: no sabe ni hace nada; cogido robando: sorprendido por algo o por alguien; campeón de la gorra a los spikes: persona capaz; se llevó la cerca: hizo algo grande, meritorio. Y así pudiéramos continuar hasta casi el infinito.
Otros articulistas han escrito profusamente sobre las causas del declive de lo que fue, y casi ya no es, nuestro pasatiempo nacional. Hoy día parece ser el futbol profesional, donde no hay cubanos “traidores”, lo que se populariza en la Isla. El futbol, ciertamente, es más barato: una pelota y un par de metas donde meter la pelota. También lo podría ser la pelota si consideramos el “taco” y el “cuatro esquinas” hermanos menores, practicas minimalistas de quienes algún día serán grandes jugadores de beisbol.
El aspecto que desearía considerar es, precisamente, el desmontaje con prisa y sin pausa de todo lo que Cuba fue. Unas veces por desidia y otras por intereses políticos y comerciales, la historia de sesenta años de comunismo es el cambio de nombres, de significados, comidas típicas, tradiciones culturales y religiosas, y hasta deportivas. Estas últimas dejaron de ser competiciones fraternas, limpias, para convertirse, como en todo totalitarismo, en expresión del supuesto desarrollo social y económico del régimen.
Ese proceso de deculturalización, si cabe el término, hace años entró al béisbol al no trasmitir la mejor pelota del mundo, ni topar con equipos de nivel. Cuando comenzó la competencia con verdaderos profesionales, se desinfló el mito y la bola comenzó a mostrar sus costuras.
La fuga masiva de estos jóvenes peloteros es un punto de inflexión para el pasatiempo cubano: a partir de ahora, como fue el 11J, los mayorales del deporte no podrán dormir tranquilos. Desde este instante, el régimen contara a los que regresen, no a los que se queden. Han acusado a los llamados desertores de apátridas, vendidos por quien sabe cuántos platos de lentejas. La realidad es que en Cuba es imposible vivir, y hasta muy difícil jugar pelota. Nadie escapa del confort y de un futuro promisorio.
Sobre esos jóvenes caerá todo el peso de la maquinaria propagandística, y no podrán ver a sus familias en años. Tomar la decisión no debe haber sido batear y coger pelotas, como no lo fue para los miles de jóvenes el 11J salir a la calle y pedir libertad. La estampida de México podría considerarse el principio del fin del verdadero deporte esclavo cubano. Esos muchachos han rescatado la dignidad de cientos de deportistas que no han podido, o no han querido por cualquier razón escapar de la Isla-cárcel. Será necesario que la historia los recuerde como lo que son más allá de sus virtudes atléticas: un símbolo de rebeldía.
El beisbol, por su simbolismo de cubanidad, es una metáfora de lo que llamaron revolución cubana. Su declive es expresión alegórica del final de una época. Con un juego de béisbol en julio de 1959 entre la policía y el ejército pareció inaugurarse el proceso.
No está lejano el día en que en el Estadio del Cerro, como debió seguirse llamando y no Latinoamericano, se celebre un encuentro entre los equipos Cuba A y Cuba B, con estrellas cubanas de las Grandes Ligas y otras de la Serie Nacional. Entonces podremos estar seguros de haber salido de la noche más triste y larga que recuerda nuestra historia. Habrán comenzado, para todos los compatriotas, tiempos mejores.