Lo que ocurrirá el próximo 15 de noviembre es bastante predecible si se toma en cuenta el discurso y la actitud del régimen contra los moderadores de la plataforma Archipiélago. El bombardeo ideológico es diario, a toda hora, con argumentos tan falaces que el día que Cuba regrese a la democracia la justicia no se ocupará solamente de los esbirros de la Seguridad del Estado. Muchos periodistas tendrán que responder también por su complicidad criminal con el castrismo en un momento de suprema urgencia para la nación.
Aunque muy pocas personas creen lo que dice la televisión cubana sobre la Marcha Cívica que ha sacado de sus casillas a la dictadura, el nivel de virulencia apreciable en las calumnias mal fabricadas contra el dramaturgo Yunior García resulta, cuando menos, inquietante. Los ataques a su domicilio, las publicaciones de ese repugnante libelo que se hace llamar Cubadebate, y el empecinamiento en relacionarlo con cubanos exiliados que han luchado toda su vida contra el régimen comunista, no solo buscan desprestigiar al joven, sino convertirlo en blanco de un odio que se viene ensayando desde 1959.
El castrismo sigue reaccionando con embestidas ante la solicitud de un diálogo imprescindible para la supervivencia del país. Quienes engordan en oficinas y autos climatizados no parecen intranquilos porque Cuba haya entrado en un conteo regresivo acelerado. A su indiferencia se suma el desprecio por un grupo de cubanos que intenta remediar el descalabro nacional con acciones pacíficas, apelando al entendimiento por encima de cualquier provocación, y obteniendo por toda respuesta despidos laborales, amenazas de golpizas o promesas de cárcel.
La dictadura se esfuerza en desperdiciar esta oportunidad de resolver la crisis sin que el país termine deshecho. Insiste en la estrategia, cada vez menos eficaz, de organizar fiestas populares para mostrarle al mundo que quienes apoyan la “proeza socialista” superan en número a los ciudadanos inconformes que llevan adelante la iniciativa del cambio. Sin embargo, ignora que esa franja de pueblo que puede estar o no a favor del sistema porque es fácil de controlar a golpe de ron y pan con timba, no se siente tan propensa al circo como en otros tiempos.
Los cubanos están hartos de jolgorios presupuestados para disimular la miseria y hacerle juego a la propaganda. La apatía popular fue especialmente notable durante los pobrísimos festejos del 26 de julio pasado, cuando a pesar de la pandemia pusieron bafles en algunos parques y organizaron ferias de tres por kilo para vender la calamitosa producción nacional. Solo los alcohólicos, locos e indigentes de la zona hicieron caso de la música bailable, ofreciendo un cuadro tan penoso como elocuente.
Las personas cruzaban los parques aprisa, sin dedicar atención a tan inapropiado espectáculo. Los sucesos del 11 de julio habían quebrantado el alma de los cubanos con una mezcla de rabia y tristeza que perdura hasta hoy; una mezcla que no se disuelve en algarabías revolucionarias.
El pueblo ha superado el hartazgo habitual. Algo mucho más destructivo se manifiesta principalmente entre compatriotas, pero en cualquier momento puede volver proa hacia ese enemigo común que todos tienen bien identificado, aunque todavía no se decidan a atacarlo con la fuerza de un solo pueblo. El castrismo sigue tensando la cuerda del malestar social pese a saber que entre las colas, el desabastecimiento y la inflación la gente anda desquiciada, en modo Terminator, y le da lo mismo morir o matar.
Esas imágenes de burócratas armados con garrotes que han aparecido en las redes sociales, lejos de amedrentar están acomplejando a la gente. Responder con agresiones a la razonable petición de Archipiélago podría malograr las intenciones pacíficas y desviarlas por un camino muy peligroso. Si esa amplísima fracción de pueblo que el castrismo cree domesticable con pachanga y fritura decide tomar las calles nuevamente, la violencia será extrema. Muchos aguantarán los golpes que la revolución de los humildes propinará con odio fascista; pero otros no van a permitir que les rompan un hueso y responderán en consecuencia.
Aún hay tiempo de impedir que el presente de Cuba sea más luctuoso de lo que ya es. Archipiélago ha colocado una propuesta sensata sobre la mesa. Lo que demandan es tan justo y apremiante que no han logrado hacerlos desistir a pesar del terror y el cargo de “Sedición” imputado a jóvenes manifestantes del 11 de julio, para que sirva de escarmiento a quienes pretendan rebelarse contra el poder.
La marcha del 15 de noviembre será la acción conjunta de miles de ciudadanos que no tienen nada que perder, porque en Cuba la vida y la libertad no son lo que deberían. Malvivir es también una forma de morir. No solo tapias y barrotes conforman una cárcel. Los cubanos están presos en una circunstancia que ha durado demasiado. Les asiste todo el derecho de exigir que eso acabe, y lo harán de la manera más cívica posible.
Archipiélago se ha conducido con transparencia y ecuanimidad frente a un discurso cada vez más hostil. Todo acto de violencia que empañe la marcha del 15 de noviembre irá a la cuenta del castrismo, autorizado de antemano por la misma voz que dio la orden de combate el 11 de julio.