FRANCESC PEIRÓN
Demasiado tarde para llorar. Aquel tipo peleón y bravucón, aquel lobo que fue el 6 de enero, este pasado viernes era un cordero en su comparecencia frente a la juez que le impuso condena tras reconocer su culpa.
Robert Palmer participó en el asalto al Capitolio y, en su chaqueta con la bandera estadounidense, se le distingue en las imágenes vaciando un extintor sobre los policías y lanzándolo contra ellos en un par de ocasiones, además de otros objetos.
De nada le sirvieron las lágrimas. Ni la súplica de clemencia con el argumento de que al presidente Trump y a otros organizadores de la protesta por el falso robo electoral, y el intento de usurpar la victoria de Joe Biden en las urnas, no se les ha responsabilizado por su conducta.
“No pienso que este hecho le haga merecedor de una pena más baja”, replicó la magistrada Tanya Chutkan. Le impuso cinco años y tres meses de cárcel por el cargo de atacar a los policías con un arma. Esto significa el castigo más duro hasta ahora entre los 700 procesados por la acción involucionista y un aviso para los otros 140 que están acusados de delitos similares.
“Todos los días escuchamos informes sobre facciones antidemocráticas, personas que traman una potente violencia para el 2024”, señaló la juez en alusión a las próximas elecciones presidenciales. “Tiene que quedar claro que intentar impedir la transmisión pacífica del poder y agredir a las fuerzas del orden va a recibir un castigo, no quedándose en casa, ni viendo Netflix, ni haciendo lo que se hacía antes de ser detenido”, recalcó.
La señal de alerta activada por esta juez no es algo aislado. Al albur de la cumbre internacional en defensa de la democracia que organizó el presidente Biden, estos días se habla y mucho en Estados Unidos de un artículo que Barton Gellman publicó en The Atlantic con el título El próximo golpe (de estado) de Trump ya ha comenzado . Sostiene Gellman que en retrospectiva, cuando se acerca el aniversario del asalto al Congreso, “la insurrección adquiere el aspecto de un ensayo”.
Eso solo sería la preparación para lo que se avecina, avisa este artículo premonitorio, que consiste en la toma de poder por los ultraderechistas en puestos clave de estados decisivos para proceder a anular la voluntad popular e imponer electores que acaten el sí, señor autocrático. “Estamos en una emergencia democrática en Estados Unidos”, sostuvo Richard L. Hansen, profesor de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de UC Irvine, en respuesta por correo electrónico. “Se necesitarán esfuerzos de republicanos, demócratas y otros con principios para salvarnos de un potencial robo electoral en el 2024”, añadió.
El primer fundamento del calificado como creciente movimiento antidemocrático en EE.UU. se halla en aquel cerco a la ciudadela legislativa. Unos emails difundidos esta semana por la comisión de la Cámara baja que investiga el asunto desvelaron que el propio hijo de Trump (Don jr.), congresistas republicanos y relevantes comentaristas de la derecha más conservadora, entre ellos estrellas de la Fox como Sean Hannity o Laura Ingraham, escribieron a Mark Meadows, entonces jefe de gabinete en la Casa Blanca, suplicando que influyera en el presidente para que compareciera y pusiera fin al ataque.
Estos textos ponen de relieve que gente muy cercana a Trump no solo lo veía a él como la figura central de la revuelta, sino que también lamentaron el trágico curso que adquirió.
Transcurridos los meses, Hannity e Ingraham han convertido sus programas en un blanqueo de esa protesta y por los que desfilan legisladores que han olvidado sus miedos.
Dejó de ser una insurrección. Fue una visita turística. Los muertos son mártires y los detenidos, presos políticos. Así lo pregona el expresidente, incapaz de aceptar la realidad, y así lo asume un Partido Republicano que cierra la puerta a la verdad y acata el dictado del jefe.
En la novela 1984 de George Orwell, Winston Smith ha de ser torturado para afirmar que “dos más dos son cinco”.
Entre los republicanos no se ha precisado la aplicación del suplicio para que abrazar el mito sin fundamento –salvo en el ego del perdedor– de que Trump ganó y desde las cloacas del Estado le tendieron una trampa. La contraofensiva dentro del GOP (Grand Old Party) ha sido tan débil que el 60% de los republicanos dice en las encuestas que las elecciones de noviembre del 2020 fueron robadas. “La razón por la que tantos republicanos creen en el robo es porque Donald Trump ha mentido repetidamente sobre esto. Es muy peligroso para la democracia estadounidense”, subrayó Hansen.
“Un sistema democrático depende de que los derrotados acepten el resultado electoral como legítimo. Sin esto, el potencial para la violencia y el robo se incrementa”, auguró. Y remarcó que, en estos momentos, todos los que se atreven a plantar cara a Trump son forzados a dejar el puesto o sufren las amenazas. “Es una situación muy preocupante”, insistió.
La profesora de Ciencias Políticas de Harvard Theda Skocpol incidió en que este movimiento va más allá de Trump. “Las cosas se han movido hasta el punto de que muchos dirigentes republicanos y cargos electos ya forman parte”, afirmó en The New York Times .
El campo de batalla son los estados oscilantes, donde el resultado de las presidenciales puede cambiar de una cita a la otra, en los que los conservadores controlan las legislaturas estatales, como Arizona, Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. En todos y cada uno de ellos se están desarrollando iniciativas para limitar el derecho al voto, siempre en perjuicio de los no blancos, disponer de capacidad para revocar lo que digan las urnas, bajo cualquier pretexto que no les guste, y decidir a dedo quién es el siguiente presidente.
Muchos de los que tenían capacidad de certificación electoral en esos estados eran republicanos, pero actuaron a partir de lo que establecen las leyes y la Constitución y certificaron la victoria de Biden. El golpe en marcha, según Gellman y otros, se basa en que los leales al trumpismo ocupen esos cargos.
“Estamos más cerca de la guerra civil de lo que a cualquiera de nosotros le gustaría creer”, predice la profesora Barbara F. Walter en su libro How civil wars start , que sale publicado en enero y que avanzó The Washington Post .
“Nadie quiere creer –aclara Walter– que nuestra querida democracia está en declive. O que se dirige hacia una guerra. Pero si fueras un analista de un país extranjero que observa los acontecimientos de Estados Unidos, de la misma manera que miramos lo que sucede en Ucrania, Costa de Marfil o Venezuela, harías una lista de verificación, evaluando cada una de las condiciones que hacen probable una guerra civil, y encontrarías que Estados Unidos, una democracia fundada hace más de dos siglos, ha entrado en un terreno peligroso”.
Mientras, los demócratas parecen silbar. A pesar de controlar todo –Gobierno, Senado y Cámara baja–, son incapaces de sacar adelante una ley federal que proteja el derecho al voto.
Tal vez en el 2024 será muy tarde y no valdrá echarse a llorar.