Los cubanos se han despedido de uno de los años más difíciles que recuerdan, para entrar este sábado en un período cargado de muchas incertidumbres. Cientos de presos políticos, la economía tocando fondo, un éxodo masivo en proceso y una pandemia que no acaba de terminar completan un panorama sombrío para la Isla. Con esas variables, el escenario es inédito y cualquier ejercicio de predicción resulta inútil.
Hace doce meses, en otro primero de enero pero de 2021, nadie podía calcular que las calles cubanas se iban a llenar de un río de gente exigiendo libertad. El 11 de julio fue la manifestación popular más numerosa y extensa que haya ocurrido en la historia de Cuba, ni los mambises en sus luchas independentistas, ni los estudiantes en su enfrentamiento contra Gerardo Machado ni Fidel Castro en la Sierra Maestra contaron con un número similar de seguidores.
Sin embargo, la espontaneidad y horizontalidad del 11J, que fue su mayor virtud porque evitó que fuera abortada o descabezada en sus primeras horas, también resultó su mayor debilidad. Carentes de un guion y de cabecillas, los manifestantes de aquella jornada quedaron acorralados por las fuerzas policiales, no lograron llegar a los puntos neurálgicos de poder y tampoco convocar a militares y policías a unírseles.
No obstante, el régimen entró en "modo pánico" y respondió como único ha sabido hacer el castrismo en sus más de seis décadas de aferrarse al poder: con represión, intentando reescribir la narrativa de lo ocurrido y blindando con uniformados las calles de todo el país. Toda ilusión de que la protesta masiva forzaría al régimen a una apertura económica o política se ha ido disolviendo a medida que pasan los meses.
En lugar de preparar un programa de flexibilizaciones, decretar una amnistía para los presos políticos y lanzar un programa para destrabar las fuerzas productivas, el Partido Comunista ha preferido atrincherarse. Miguel Díaz-Canel se ha convertido en uno de los gobernantes más impopulares de la historia nacional, incluso algunos lo ubican en el primer puesto de los mal queridos.
¿Puede un régimen agotado en lo económico, obligado a estar en permanente estado de emergencia para evitar otro estallido y carente de cualquier mística política sobrevivir por mucho tiempo? La respuesta varía en dependencia del grado de consideración con su pueblo que tenga cada grupo en el poder. En el caso de los jerarcas cubanos ha quedado claro que nada los frena en su clara obsesión por mantener el poder.
Esa testarudez y falta de grandeza son una combinación que no presagia un final pacífico para un sistema que en 63 años ha destruido la nación, generado una abultada diáspora, lobotomizado a millones de estudiantes a través de sus programas de adoctrinamiento escolar y hundido la economía hasta niveles inaguantables. No van a soltar el timón de la nave nacional por las buenas, ese es el mensaje que han enviado con fuerza en los últimos meses.
Pero el modelo actual no tiene futuro. Aunque logren prolongar su vida artificialmente, está condenado. La posibilidad de un patrocinio, al estilo de la Unión Soviética o de la Venezuela de Hugo Chávez, no se avizora; la pérdida de jóvenes profesionales que se acelerará en los próximos meses descapitalizará aún más la fuerza laboral en un país envejecido y Díaz-Canel no podrá revertir con su torpe retórica la animadversión que la gente le tiene.
¿Será este el primer día del último año del castrismo?, se preguntan muchos en las calles y casas de esta Isla. Es posible, pero ahora mismo no podemos saberlo.