LA HABANA - Pasar hasta ocho horas parado, a veces bajo un sol abrasador, sin baño público ni agua para beber y, para colmo, con la tensión de poder regresar con el morral vacío. Son las colas, el calvario diario de los cubanos para abastecer sus despensas, acentuado por el COVID.
"Casi estuve la noche entera para poder comprar. No es fácil este sacrificio tan grande para poder comer", declara a la AFP Edelvis Miranda, de 47 años, a la salida del mercado 15 y Línea, en La Habana.
Los ojos enrojecidos de esta ama de casa parecen cerrarse por el cansancio. Tomó su lugar en la cola o marcó, como dicen los cubanos, a la una de la madrugada y ya es casi mediodía.
Miranda dice estar "satisfecha" por la adquisición de dos litros de aceite e igual número de paquetes de pollo, picadillo y detergente.
"Valió la pena, porque compré de todo. Ahora un poco de sosiego y luego a la carga (a las colas) otra vez", apunta.
Cuba registró una inflación oficial del 70% en 2021, cuando la economía se recuperó un discreto 2%, tras un desplome de 11% el año anterior, su peor crisis económica en casi 30 años.
Las filas para comprar alimentos son una constante. La pandemia vino a agudizar la escasez y el desabastecimiento que el país ya enfrentaba por la corrupción y el endurecimiento del embargo estadounidense desde 2018, aunque no afecta para la compra de alimentos y medicinas, pero el régimen utiliza el argumento de la escasez de alimentos para manipular y victimizarse.
A esto se suman insuficiencias económicas internas y problemas con la reforma monetaria puesta en marcha hace un año, que implicó un aumento promedio de salarios de 450%, pero también el alza de los precios.
En mayo pasado, el ministro de Economía, Alejandro Gil, admitió que "las colas son molestas", pero reflejan que el régimen cubano no aplicó "terapias de choque" durante la crisis.
Convencidos de que una cola devora energías, algunos cargan con merienda, agua fría, café y hasta un pequeño banco de madera. Marcar en tres colas simultáneamente puede funcionar.
Una hora antes de la apertura, agentes de la policía organizan la fila que se extiende a lo largo de una cuadra. La imagen se repite por toda la isla.
Minutos después, el anuncio de que habrá cinco productos a la venta, una variedad poco usual, provoca saltos de alegría entre cerca de 400 personas, pero el júbilo dura poco, pues sólo hay 250 turnos. La cola se tensa.
"Llevo dos días en esta candanga (situación). Es verdad que hay escasez, que hay embargo (estadounidense), pero esto indigna", rezonga Rolando López, un jubilado de 66 años, que no quedó entre los "afortunados" para comprar alimentos.
Unos 30 resignados comienzan a organizar una fila para el día siguiente, con guardias nocturnas para "cuidar la cola".
"Es la lucha diaria del cubano. ¿Qué otra cosa puedes hacer?", dice muy molesta la ama de casa María Rosabal (55).
A las colas no escapan ni los mercados en dólares abiertos por la dictadura desde 2019 para captar divisas para sus deprimidas arcas, mejor abastecidos que el resto.
"Ni pagando en dólares, te libras de este calvario", dice una joven que prefiere no revelar su identidad. Espera su turno sentada con una amiga en la escalera del mercado Palco, el mejor de la capital. Unas 300 personas aguardan fuera. Dentro tendrán que hacer una segunda fila.
Intentando ser más "equitativas", las autoridades escanean el carné de identidad de cada persona antes de entrar al mercado, una medida que controla que no compre el mismo producto en un periodo determinado de tiempo.
Hay alimentos como el pollo que se anotan en la libreta de abastecimiento, con la que cada cubano accede a una canasta reducida de productos subsidiados.
Pese al control, "hay mucho negocio en las tiendas y hay quien se está aprovechando de la situación para hacer fortuna", asegura López.
Cuenta que colocar un billete de 100 pesos cubanos (cuatro dólares) dentro de la libreta para evitar que se registre la compra, es una recurrida artimaña por "coleros", personas dedicadas a la compra y reventa ilegal de alimentos a precios exorbitantes.
Sin tapujos, el presidente Miguel Díaz-Canel admitió recientemente que en las tiendas hay "maltratos, incumplimientos de horario" y "desvío de recursos".
Además del largo martirio, a ratos debido a demoras para pagar por fallas de internet, sin baño público o lugar donde sentarse, está la posibilidad de que el producto deseado se agote.
Fue lo que le sucedió a Lázaro Naranjo (77), que pasó dos horas para comprar pollo y regresó a casa "con la jaba (bolsa) vacía". "Eso te reduce a nada", afirma.