ERNESTO PÉREZ CHANG
“Más bajo no se pudiera caer”, pueden decir algunos sobre el peso cubano frente a las divisas extranjeras, pero sucede que continuará descendiendo en caída libre porque nada de verdadero valor se puede comprar con él en las tiendas de la Isla. Incluso en el mercado negro, donde ahora mismo se necesitan al menos 75 CUP para adquirir un dólar estadounidense o más de 85 para obtener el imprescindible MLC, la supervivencia de los cubanos está condicionada por la tenencia de divisas.
El año nuevo no trajo tasa de cambio nueva ni favorable a quienes no tienen acceso a las monedas fuertes. Ni siquiera la tasa de canje actual, que por mero antojo o azar hemos fijado en tres veces el valor oficial, reflejaría lo que en realidad ha sucedido con la moneda nacional.
Porque a juzgar por los niveles de productividad —de los peores en más de 20 años—, por la desolación de los comercios, y por los altos precios de unos productos básicos —como el papel higiénico, el huevo y la leche— que hace tiempo se convirtieron en mercancías de lujo y tráfico clandestino, la tasa de cambio ya debería haber superado el récord marcado en los años 90 del siglo pasado cuando los cubanos más “solventes” —en aquel momento con salarios que solo excepcionalmente superaban los 500 pesos—, llegaron a pagar hasta 150 por ese billete verde del “enemigo capitalista”, tan esencial en la “construcción del socialismo”.
Hoy muy pocos en Cuba pueden decir con honestidad que viven de su salario o que están satisfechos con lo que ganan honradamente. La realidad es que por mucho que ingresen en moneda nacional esa relativa “bonanza” se encuentra limitada por las escasas posibilidades que ofrece el peso cubano, tanto así que algunos lo han llamado “agropeso”, “agrocup” (porque apenas sirve para comprar en el puesto de la esquina), “moneda de los pobres” o “cupito”, como despreciativo derivado de las siglas que lo identifican en el sistema bancario (CUP) pero, quizás mucho más como abreviatura de “cupón”, puesto que ahora mismo el peso cubano tiene una función semejante a la de cualquier ticket de feria.
No hace falta un análisis de Bloomberg para saber que nuestra moneda es la peor valorada del universo. Basta con cruzar el mar con unos cuantos fajos de CUP en el bolsillo para darnos cuenta de que, donde quiera que lleguemos, cualquier servilleta tendrá mucho más valor práctico que ese papel emitido por el Banco Nacional.
Bastaría también con observar cómo quizás somos el único pueblo en el mundo que ve en viajar a Haití, al Congo, a Burundi —entre los países más pobres y con mayor tasa de éxodo por causas económicas y de ingobernabilidad— una posibilidad inmensa de prosperar; cómo, con los ojos cerrados, presas de la desesperación, firmamos contratos abusivos de “colaboradores de la salud”, nos separamos durante años de nuestras familias, nos exponemos a cientos de peligros en escenarios ajenos y violentos por tal de hacernos con cualquier moneda extranjera, fuerte, que nos salve de la discriminación que entraña cobrar nuestros salarios únicamente en pesos cubanos.
Discriminación y abuso, sin dudas, porque hoy la sociedad cubana ha sido dividida esencialmente entre abusadores, ilusos y desesperanzados por causa de una “estrategia económica” que no es más que la treta política de un gobierno capaz de echar mano a las medidas, disposiciones y experimentos más crueles e impopulares por tal de perpetuarse en el poder, aun cuando tales estrategias ni siquiera son terapias de choque que arrojarían resultados positivos a largo plazo —eso es otro cuento más para ingenuos—, porque son simplemente maniobras de autosalvación de una élite en el poder, implementadas al “precio que sea necesario”.
El “modelo económico” del régimen comunista y sus “experimentos” para construir alguna vez la “sociedad perfecta”, paradójicamente están diseñados para que salgamos a pelearnos entre nosotros con uñas y dientes por esos billeticos foráneos que —no importa cuántos rapiñemos— jamás nos garantizarán ni verdadero bienestar y mucho menos lujo aunque sí “modos de escape”, remedos que, en medio de tanta miseria, a algunos tontos los hace sentirse —sin pasar jamás de la sensación— libres de todo mal cuando en realidad, con cada objeto o alimento que compramos en MLC, con cada día que pagamos un hotel para creernos mejores que el vecino, con cada recarga o remesa que recibimos, cavamos nuestra propia tumba como nación.
Si hubo, hay y habrá alguna “estrategia” en toda la Tarea Ordenamiento, así como en el “reordenamiento del ordenamiento”, es la de perfeccionar cada día más las trampas con las cuales saquean nuestros bolsillos. Porque la hiperinflación que atormenta al cubanos de a pie, no preocupa demasiado a esos tan obsesionados con la construcción de hoteles para turistas fantasmas, porque no ven en los errores que estén haciendo muy mal las cosas sino la señal de que aún en las calles de Cuba, en manos de la gente, hay mucho más dinero que absorber y desaparecer dentro de ese agujero negro que ellos gustan de llamar “economía socialista”.
Así, ninguna medida del régimen que pudiera llegar como por sorpresa en estos días, prometiendo orden donde ellos mismos desataron el caos, traerá beneficios permanentes o duraderos para los más perjudicados, que son esa mayoría sin acceso directo a las divisas, los que pasan el mes y la vida toda en la “lucha”, inventándose el modo de conseguir una remesa y convertirse, quizás, en “exitosos” remesados, en verdaderos “patriotas” de estos tiempos de continuidad, es decir, disciplinados emisores o receptores de remesas cuyo concepto de prosperidad, de tocar el cielo (aunque solo sea el cielo gris de su barrio pobre), se reduce a postear en Facebook el pasadía en Varadero que regaló a su familia, la moto eléctrica que trajo de Rusia y que supone es la envidia de quienes vamos a pie, y el paquete de pollo más la caja de cerveza que compró en MLC desde Miami o Madrid.
Hay quienes comentan —más desde el deseo que por certeza— sobre la posibilidad de que en breve el banco comience a vender una cantidad limitada y controlada de MLC por persona (lo que sería una bochornosa “recaída” en el CUC) o, también, que se permitiría el uso del peso cubano en algunas tiendas MLC hasta determinado límite y para ciertos productos de primera necesidad, cuya venta igual sería regulada, esto con la intención de frenar la vorágine especulativa en el mercado ilegal de divisas, ya que tanto el límite a la exportación de moneda fuerte como la normalización de los viajes al exterior no han repercutido significativamente en el fenómeno.
También se rumora sobre otra ofensiva (otra más) contra coleros y revendedores, pero quienes vivimos en Cuba ya sabemos lo que ha sucedido con estas “rachas” y que, lejos de eliminarse esos dos eslabones sin dudas molestos, a la cadena de corrupción que rodea el comercio, como a toda la institucionalidad en Cuba, le han nacido entre los propios policías, inspectores y colaboradores, otros eslabones más complejos y difíciles de eliminar.
Sin resolver los problemas de fondo que nos mantienen atados a la perpetuidad de las crisis —lo que implicaría una reforma radical del sistema, su desmontaje más allá de la economía—, cualquier medida, ley o resolución que llegue para “arreglar la cosa” nos devolverá en breve al punto de partida, pero solo si navegáramos con suerte; y este barco lleva mucho tiempo haciendo aguas, el viento no sopla desde ninguna dirección y, para colmo de males, alguien ha escuchado susurrar al capitán que no hay salvavidas para todos.
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