Carlos Cabrera Perez
Cuba permanece muda ante el conflicto ruso-estadounidense por Ucrania, pese a que compromete su soberanía y política exterior, admitiendo que la isla reedite su antaña condición de ring de boxeo geopolítico, fuente de empobrecimiento y dependencia.
La crisis interna de Cuba, donde cubanos de todas las tendencias políticas reclaman libertad y democratización, oponiéndose al encarcelamiento y largas condenas de los rebeldes del 11J y el 15N, desaconsejan cualquier postura errónea en política exterior, especialmente cuando contribuye al creciente desprestigio gubernamental.
Una amenaza velada de Moscú a Washington, de desplegar tropas en la isla y Venezuela, como réplica a la postura de la OTAN, en la crisis de Ucrania, no ha tenido respuesta de La Habana, que parece instalada en suicidas juegos de Guerra Fría, aunque menoscabe su cacareada soberanía.
La ágil respuesta norteamericana, advirtiendo que su reacción sería fulminante, agravó el inmovilismo cubano, dejando en evidencia al gobierno Díaz-Canel-López-Calleja, que sigue carente de Inteligencia política y de capacidad de reacción en cuestiones claves internas y externas.
La Habana mantiene relaciones diplomáticas con Rusia, Ucrania, la mayoría de países de la OTAN y Estados Unidos y no debe tolerar que Moscú la trate como una colonia de ultramar; por dignidad, memoria histórica y supervivencia política, en un mundo que no ha reordenado sus esferas de influencia, tras la caída del Muro de Berlín.
El gobierno cubano debió reaccionar inmediatamente, aclarando su postura sobre el amago ruso; pero como lleva meses jugando a intentar dar celos a Estados Unidos a ver si consigue un salve, ahora no solo soporta que Moscú disponga del suelo patrio, como si fuera suyo; sino también la ágil respuesta de Washington que su respuesta sería fulminante.
Un país pequeño, empobrecido y dependiente sacaría más ventajas de una relación fluida y mutuamente respetuosa con el vecino Estados Unidos, que fantaseando en torno a una alianza táctica con Moscú, que ya usó a la isla en el otoño de 1962 y en 1979 la abandonó a su suerte; cuando el Kremlin comunicó a Raúl Castro Ruz que se acababa el pan de piquitos y que Moscú ya no creía en lágrimas, desatando la Operación Pandora.
La afrenta rusa sucede a dos conteos de protección previos del embajador ruso al gobierno cubano por la picaresca oficial de diagnosticar falsamente a turistas de su país con Covid-19; advirtiendo que no podía volver a pasar y cuando asistió a la entrega de una donación de alimentos, aclarando que era un regalo de Moscú, que no podía venderse, como hacen las autoridades cubanas con parte de la ayuda humanitaria que recibe.
En ambas ocasiones, el gobierno Díaz-Canel-López Calleja enmudeció, como hace ahora con la bravuconería rusa de desplegar tropas en Cuba, pisoteando su soberanía e intentando reeditar un esquema que empobreció a la isla, con un presupuesto militar desproporcionado.
Cuba está agotada y necesitada de limosnas mundiales, como las 100 toneladas de arroz vietnamita y un lote de guaguas japonesas ensambladas en Colombia que -en breve plazo, engrosarán el variado cementerio de chatarra rodante que exhibe- pero ello no justifica el silencio oficial ante un anuncio geopolítico de envergadura, ante el que solo cabe una respuesta clara y firme.
El gobierno cubano, obsesionado con retener su cuestionado poder a cualquier precio, obvió la ventaja del equilibrio que concede sus vínculos con todos los actores de la crisis, pero optando por el silencio solo reafirmó su dependencia y debilidad y en vez de aprovechar la ocasión, se pone a jugar a la rueda rueda con Nicaragua, Irán y Venezuela.
Con aliados como el trío de Managua, Cuba no necesita adversarios.