Vladimir Putin: de dictador asesino a fascista estalinista
Por si fuera poco, y como buen dictador, Vladimir Putin no permite la prensa libre ni la oposición en Rusia, y los declara abiertamente enemigos número uno.
MADRID. - "Desnazificar" Ucrania y "proteger a personas de los abusos y del genocidio que son objeto por parte del Gobierno ucraniano desde hace ocho años". Este es el nuevo disparate que se ha inventado el dictador ruso Vladimir Putin para invadir Ucrania en la madrugada de este jueves 24 de febrero. Disparate si tenemos en cuenta que la Ucrania que intenta "desnazificar" está presidida por un judío que ganó unas elecciones democráticas con el apoyo de más del 70% del pueblo ucraniano. Además, Volodímir Zelenskyy, actual presidente, es un rusoparlante del Este de Ucrania, al igual que esa 'minoría rusa' a la que Putin dice, pretende proteger.
Con la Invasión, ataque sin precedentes desde la II guerra mundial, Rusia viola el Protocolo de Minsk: acuerdo para poner fin -alto el fuego inmediato- a la guerra en el este de Ucrania, firmado por representantes de Ucrania, la Federación Rusa, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, el 5 de septiembre de 2014.
El dictador ruso lo había dejado claro en su discurso a la nación para oficializar el reconocimiento del Kremlin para la independencia de las autoproclamadas repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, en el este de Ucrania. «Fue un error permitir a las repúblicas dejar la Unión Soviética». Y se lamentaba, porque «el colapso de la Unión Soviética supuso el saqueo de la riqueza de Rusia y dejó en una posición muy difícil al país». Y este diciembre, en medio de la tensión por la proximidad de las tropas rusas en la frontera de Ucrania y la amenaza inminente de ataque insistió: «Para mí, la disolución de la URSS, al igual que para la mayoría de los ciudadanos, fue una tragedia».
En medio de esta "nostalgia fascista estalinista" se impone el pensamiento retórico ortodoxo de los "comunistas de la vieja guardia". Ellos ven en Putin al elegido para invadir Ucrania porque dan por hecho que la OTAN planea emplazar misiles nucleares en las narices del imperio ruso. Algo que no justifica saltarse el Derecho Internacional, violar la soberanía de un país y, mucho menos, masacrar a la población civil inocente.
Sin embargo, la realidad nos demuestra que Putin es un dictador nacional populista, un espía burócrata formado en las filas del KGB, un desencantado de la mentira socialista que le ofreció la oportunidad de amasar la fortuna multimillonaria que disfruta. Putin se beneficia de los grandes magnates del gas y el petróleo, protege a los principales capos de la mafia rusa y, sobre todo, saca grandes tajadas a los banqueros, banqueros que se ven hoy sacudidos por la caída de sus acciones en bolsa y las sanciones de la Comunidad Internacional.
Por si fuera poco, y como buen dictador, Vladimir Putin no permite la prensa libre ni la oposición en Rusia, y los declara abiertamente enemigos número uno. De ahí que la sombra del terrorismo de estado deambula los pasillos del Kremlin.
Una de las últimas acusaciones fue el envenenamiento del exagente ruso Serguéi Skripal y su hija Yulia, el 5 de marzo de 2018. Ambos fueron hospitalizados en estado crítico en Salisbury (Inglaterra). Dos días antes habían sufrido la intoxicación por gas en un parque. Gas militar de fabricación rusa. Padre e hija salvaron la vida gracias a la pronta intervención médica. El Gobierno británico apuntó al presidente ruso, Vladimir Putin, como responsable del envenenamiento.
Otro oscuro asesinato fue el de Alexandr Litvinenko, antiguo agente ruso, que falleció en un hospital londinense en noviembre de 2006 por envenenamiento con polonio 2010, una sustancia altamente radiactiva. Litvinenko se había entrevistado con dos compatriotas rusos, Andréi Lugovói y Dmitri Kovtun, en un hotel antes de ser envenenado. Posteriormente los dos (agentes) fueron hospitalizados en Moscú con síntomas de radiación. La policía alemana halló trazas radiactivas en el piso de la exmujer de Kovtun en Hamburgo.
La periodista Anna Politkóvskaya enfermó en septiembre de 2004. Había bebido un té en el avión que la llevaba a la república caucásica rusa de Osetia del Norte. Sobrevivió. Pero en octubre de 2006 un pistolero la asesinó frente a su piso en Moscú. En septiembre de 2004, el candidato de la oposición en las elecciones presidenciales ucranianas, Víctor Yúschenko, fue envenenado durante una comida con una toxina que desfiguró su rostro en plena campaña electoral. Médicos austriacos confirmaron que Yúschenko había ingerido una dioxina del tipo TCDD, altamente cancerígena. Le costó la vida enfrentar al líder proruso, Víctor Yanukóvich, otro incondicional de Putin.
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