LA HABANA, Cuba. — Es asombroso que a estas alturas muchos cubanos, demasiados, sigan creyendo las mentiras y patrañas con que los bombardean en los medios oficialistas.
Hasta hace unos años, cuando el Estado tenía el monopolio de toda la información, podía entenderlo, pero ahora que disponemos de Internet, aunque sea cara y lenta, resulta inexplicable la persistente credulidad de muchos de mis compatriotas, rayana con el cretinismo y la abyección.
Si bien nadie cree y provocan burlas los sobrecumplimientos productivos y la recuperación económica que pintan en el periódico Granma y el NTV, muchos pretenden ignorar la represión contra los opositores y se tragan sin chistar los embustes que les cuentan los periodistas oficialistas cuando dan sus muy manipuladas versiones de la situación internacional.
Eso está ocurriendo actualmente con el caso de la invasión rusa a Ucrania. Por estos días, he escuchado a muchos compatriotas —y no solo incondicionales del castrismo, sino también a algunas personas que no ocultan su desacuerdo con el régimen— que justifican la invasión como “un acto defensivo de Rusia para proteger a los rusoparlantes del Donbás de la agresividad de los ucranianos”.
Hace unos días me sorprendió y sacó de quicio un amigo inteligente y culto que, aunque no se traga la versión oficial, me dijo que trataba de “no apasionarse y ser objetivo” al juzgar los hechos en Ucrania. “Porque no me negarás que el nazismo es muy fuerte en Ucrania”, me dijo.
Así, tuve que armarme de paciencia y refrescarle la mente a mi amigo acerca de cuestiones que él, que estudió en la antigua Unión Soviética y leía ávidamente las revistas Sputnik y Novedades de Moscú hasta que las prohibieron en Cuba, debe conocer mejor que yo.
Ese nazismo de los ucranianos del que tanto habla el zarévich Putin no existe. Es un nacionalismo exacerbado, tanto como el ultranacionalismo de los rusos que aspiran hoy a recomponer el imperio de los zares chantajeando al mundo con sus armas nucleares.
El acendrado nacionalismo de los ucranianos se justifica por todo lo que padecieron primero bajo los zares y luego bajo el régimen soviético.
Es comprensible que en 1941 muchos ucranianos acogieran como libertadores a los alemanes que invadieron la Unión Soviética si se tiene en cuenta que solo unos años antes, entre 1932 y 1934, durante la hambruna genocida provocada por la colectivización forzosa que ordenó Stalin, murieron más de cuatro millones de ucranianos en lo que es conocido como el Holodomor.
Aspirando a la independencia de Ucrania, Stepan Bandera y el grupo que dirigía, la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN, por sus siglas en inglés), se aliaron a Alemania, pero pronto se desencantaron al ver que no conseguirían su objetivo y rompieron con los nazis.
Hasta quince años después del fin la Segunda Guerra Mundial guerrillas de la OUN siguieron combatiendo a los soviéticos. Hoy, muchos ucranianos siguen admirando a aquellos guerrilleros que lucharon por la independencia y, en menor medida, a Stepan Bandera (asesinado por la KGB en 1959) cuya figura perdió enteros debido a sus métodos terroristas y su antisemitismo.
Putin olvida a los millones de ucranianos que murieron combatiendo a la Alemania nazi y quiere presentar al gobierno ucraniano como si fuese una pandilla de banderistas. Cuando habla de desnazificar a Ucrania lo que se propone es sustituir al gobierno democráticamente electo de Volodimir Zelenski por un régimen títere del Kremlin que acepte mansamente, luego de la anexión de Crimea, que le arrebaten también el Donbás.
Por cierto, el partido de Zelenski (que es judío) derrotó a la ultraderecha nacionalista en las últimas elecciones celebradas en ese país.
En el gobierno ucraniano puede haber corrupción, pero no más que en el gobierno de Putin, que no oculta su compadreo con los oligarcas que ahora chillan por las sanciones occidentales.
Mucho más hacia la extrema derecha que Zelenski está Putin, a solo un paso del fascismo, con sus delirios imperiales por recomponer la Gran Rusia. Pero trate de explicarle eso a muchos cubanos, intoxicados por las mentiras de Granma y el NTV, que aún no se han enterado de que la Unión Soviética dejó de existir hace más de treinta años y siguen creyendo que el camarada Putin enarbola la bandera roja del comunismo.