LA HABANA, Cuba. — El 12 de marzo de 1962 los cubanos amanecimos con el anuncio oficial (Ley 1015/62) de que a partir de ese momento, y por el tiempo que fuese necesario, los alimentos se venderían de forma racionada. Al día siguiente, una Junta Nacional para la Distribución de los Alimentos, creada por disposición del Consejo de Ministros, dictó las primeras regulaciones.
La Libreta de Abastecimiento de Productos Alimenticios, como eufemísticamente se le denominó al documento que entregó el castrismo a cada familia para poder comprar en las bodegas, era la versión cubana de las cartillas de racionamiento que surgidas en la Unión Soviética y sus países satélites tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A la Libreta de Productos Alimenticios se sumaría poco después una escuálida Libreta de Productos Industriales para adquirir — a veces teniendo que escoger entre un artículo u otro— la ropa, los zapatos, los pocos efectos electrodomésticos rusos que hubiese y, una vez al año, los juguetes para los niños.
En Cuba no hubo un conflicto bélico prolongado y destructivo que justificara el racionamiento, sin embargo, el régimen alegó que el desabastecimiento que se empezaba a padecer era debido al “bloqueo y la guerra económica a que era sometida Cuba por parte del gobierno norteamericano y la contrarrevolución”. También dejó claro que racionar los alimentos era la única forma de impedir el acaparamiento y la especulación.
Y hasta hubo zoquetes, como Che Guevara —que celebraron el racionamiento— que achacaron el aumento del poder adquisitivo de las personas a la revolución y lo consideraron una forma de conseguir la equidad y la justicia social, nivelándonos a todos (los de a pie, se sobreentiende) al ponernos a comer lo mismo.
Lo que nadie pudo imaginar fue que aquel racionamiento — que se anunciaba como una medida provisional que duraría solo unos pocos años para dar paso a la abundancia prometida por el Máximo Líder para un paradisíaco futuro— se prolongaría hasta nuestros días.
Luego de la relativa bonanza económica de los años 80 — fruto del millonario subsidio del Kremlin y la integración de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME)—, en 1990, con el derrumbe del bloque soviético, llegó el Periodo Especial, que nos puso casi al borde de la olla colectiva administrada por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
A partir de 1991 las páginas de la Libreta de Abastecimiento se redujeron y desaparecieron de ellas más de la mitad de los productos que se ofertaban hasta entonces, entre ellos la carne de res y la leche condensada, por solo citar dos.
Desde hace tres décadas, la leche entera en polvo es solo es para niños menores de siete años y enfermos cuya dieta la requiera. Eso, a pesar de que Fidel Castro anunció en los años 70 que Cuba, gracias a los experimentos ganaderos que se le ocurrían, produciría más leche que Holanda, tanta leche que alcanzaría para llenar la bahía de La Habana. Recordemos, además, el discurso del 26 de julio del año 2007, donde el general Raúl Castro prometió que en breve tiempo todos los cubanos podrían tomarse diariamente un vaso de leche.
Hoy, lo que se puede adquirir por la libreta, y que malamente alcanza para malcomer durante poco más de una semana, ha quedado reducido a unas pocas libras de arroz, frijoles, azúcar, una botella de aceite de soya por persona cada dos meses, y una vez al mes pollo, huevos, picadillo o una jamonada que hay que ir rápido a buscarla a la carnicería porque generalmente está falta de refrigeración y se pudre. Ah, y un panecillo diario por persona de pésima calidad y que en pocas horas se pone ácido.
Hace poco más de un año, en medio de la crisis originada por la pandemia, a los mandamases se les ocurrió implementar un reordenamiento económico que ha disparado varias veces los precios y provocado una hiperinflación que no saben cómo detener. Con el sector privado al punto de la asfixia y la agricultura y la ganadería arruinadas por caprichosas políticas antieconómicas que recuerdan el comunismo de guerra bolchevique, hoy todo escasea, incluso lo más elemental.
Mientras crecen las colas tumultuosas vigiladas por la policía —lo mismo para comprar pollo que cigarros o papel sanitario— , los mandamases, casi todos bastante pasaditos de libras, siguen culpando de la escasez al bloqueo y a los revendedores, haciendo promesas de un futuro de prosperidad y hablando de sobrecumplimientos que solo existen en el periódico Granma y en el Noticiero de Televisión (NTV).
Ante lo escasa y cara que está la comida —la cuota mensual que recibe una persona en las bodegas no baja de los 120 pesos— y la imposibilidad de comprar en las llamadas “tiendas en MLC”, muchos cubanos temen el momento en que eliminen la Libreta de Abastecimiento. Pero eso, a juzgar por lo mal que va todo, es muy poco probable que suceda.